En un escrito anterior referí un posible contexto al respaldo de la población dominicana y de la latinoamericana a la Iglesia Católica. A partir de ahí me comprometí con el presbítero Alfredo de la Cruz Baldera, rector de la universidad pontificia Madre y Maestra, a animar un conversatorio a propósito de tres preguntas fundamentales: las causas de las tendencias que registran algunas encuestas respecto a dicho respaldo, qué hacer para revertirlas y cómo superar el comportamiento actualmente predominante.
A seguidas, la otra mitad de la copa eclesial, llena de preguntas de difícil respuesta.
Causas del fenómeno. Las cifras expuestas de Latinobarómetro 2018 y de WIN Gallup Internacional 2017 parecen avalar la conclusión de que viene registrándose un descenso en la confesión, participación y práctica de la religión católica en nuestra América y en particular en la RD. Pero, ¿a qué causa o razón atribuir ese fenómeno? Acaso se debe a
- ¿Una Iglesia doctrinal entrecogida por prácticas morales propias a una u otra civilización pasajera más que a la o las cuestiones de fe, tal y como por ejemplo entre otros asuntos decisivos la resurrección –corporal- de Jesús de Nazaret?
- ¿Una Iglesia que a simple vista de la población llana tiene a sus representantes oficiales más próxima a un plato de lentejas –ricamente condimentadas con prebendas que les sazona el poder terrenal y la vanidad- que al ejemplo y la herencia que les legó el Hijo del carpintero cuando pasó su vida entre nosotros haciendo el bien antes de pasar por su pasión y muerte en cruz?
- ¿Una religión en la que se predica una cosa y se practica otra, como parece evidenciar el comportamiento denunciado últimamente por motivos de conductas sexuales, entre algunas otras?
- ¿Una religión extraña a los valores democráticos de la civilización contemporánea, a la luz de su organización jerárquica y su expresión teologal?
Qué hacer. A este propósito, y asumiendo la no indiferencia a dicha caída, ¿cómo revertir la curva a la baja conscientes y eventualmente preocupados por la tendencia ascendente de quienes se declaran sin religión o evangélicos? Acaso…
- ¿Los mismos haciendo más de lo mismo ante los mismos?
- ¿Pasando de una moral teológica, -opuesta por razones doctrinales al comportamiento consuetudinario y cultural de los otros-, a una no teológica, pues acoge y tolera costumbres y prácticas ajenas y extrañas a las propias siempre y cuando el y los otros reconozcan que Jesús es el Señor y por tanto que no nieguen en principio lo que debe ser?
Superación. Desde el punto de vista antropológico -es decir, no teológico- lo más difícil no es diagnosticar el descenso de quienes reconocen ser católicos, sino optar por decisiones personales y comunitarias que ayuden a contrarrestar la pérdida registrada de fieles, para así poder encauzar y mejorar la labor pastoral de la Iglesia Católica en el país y en el resto de nuestra América.
Pero si asumimos como opino que hay que asumir que el mercado autoregulador y capitalista es nuestro verdadero contexto cotidiano –a consecuencia de tantos espectáculos civilizatorios tras la muerte de Dios anunciada precisamente por el loco de Nietzsche en medio de un mercado público- entonces
- ¿Qué ejemplo dar y cómo predicar desde ahí la “buena nueva” cualquiera que ésta pueda ser?
Si la experiencia trascendente de un Dios personal, se vive solamente como exaltación subjetiva de la conciencia religiosa individual; entonces,
- ¿Cómo organizar la vida en común de la comunidad eclesial en medio de la incipiente cuarta revolución industrial y la inteligencia artificial?
Pero si se hace valer que en la RD y en general en Latinoamérica, en lugar de un proceso de secularización lo que viene escenificándose es una disminución del número de personas que se declaran católicas, de modo que sigue siendo la religión mayoritaria; entonces,
- ¿Por qué y de qué modo enfrentar una tendencia que parece ser propia del tiempo cultural que nos arropa e independiente de la credibilidad que la Iglesia católica aún preserva, al menos en RD con un alto 75% en 2017?
- ¿Para qué dialogar y convivir con esos dos nuevos grupos en auge –no creyentes o ateos y evangélicos- y en base a qué moral y a cuál ética-social de coexistencia?
Desafío. Las cuentas del misterio de ese rosario de preguntas no se agotan en lo expuesto. Por algún lado, sin embargo, conviene comenzar a llenar la mitad vacía de la copa eclesial.
Concluyo esta intervención como Moisés, vislumbrando desde lejos, no ya la tierra prometida, sino el cúmulo de cuestiones y respuestas que amerita el tema que nos pre-ocupa.
En medio de un conversatorio como ese al que invitó el presbítero Alfredo de la Cruz en la PUCMM, queda en el tintero de la conciencia un solo reto: reflexionar libremente y en consecuencia qué significa y en qué formas concretas dignifica nuestra condición humana el mejor comportamiento posible de la Iglesia Católica que sigue en la nación dominicana y en nuestra América.