Es casi unánime la aseveración de que, la oposición política dominicana en sus diversas vertientes, en coyunturas políticas cruciales de los últimos cincuenta años ha incurrido en errores elementales y trágicos que, como algunas deudas, empobrecen el espíritu y casi inutilizan el cuerpo. Es posible que en gran medida esta circunstancia se deba a la inveterada tendencia de sectores claves de esa oposición a tomar decisiones en base a análisis que parten del país que tienen en su cabeza, no del país real, del que existe independientemente de sus deseos. En la presente coyuntura esa oposición reitera esa tendencia, la cual podría constituirse en otra perdida de oportunidad para iniciar un cambio en el país.

Nada indica una inminente quiebra abrupta del actual gobierno y de su partido, a pesar de las dificultades económicas que puedan producirse el próximo año, cual que sea el desenlace de la pugna de las tendencias en el PLD, de cómo termine el tema de Odebrecht y el juicio iniciado contra el grupito de seleccionados para implicarlo como cabeza de turco en la trama de sobornos de esa empresa, que Danilo no inaugure su Punta Catalina, entre otras dificultades que pueda enfrentar este gobierno. En la historia política ha habido gobiernos con mayores problemas que lo que enfrenta el que nos desgobierna, y sin embargo capean esos apremios.

Pero, desde experiencias y culturas políticas diferentes varios grupos organizados o no políticamente, creen que es posible que se produzca la referida quiebra. Un deseo que podría compartirse, pero que la realidad dice que es como algunas flores: son esperanzas, pero no dan frutos. En el imaginario colectivo y específicamente en la generalidad de actores que realmente son parte de la Marcha Verde, que es la mayor, contundente y sistemática expresión de descontento contra el presente gobierno y el partido que lo sostiene, lo que más se manifiesta es un deseo unidad de la oposición para cerrarle el paso al continuismo peledeísta, una expresión de insumisión que no debe idealizarse como posibilidad de insurrección.

En sí, las insurrecciones no son malas, a veces son necesarias, pero eso lo determina la realidad, los deseos. Siendo así, para cambiar este sistema hay que hacer un mapa de los reales actores del sistema político dominicano, su peso específico y la voluntad que estos puedan tener para hacerlo valer. Contra este gobierno están realmente las diversas expresiones de la Marcha Verde, una diversidad de actores y los partidos realmente opositores, con la circunstancia de que existe una significativa desproporción en términos numérico y de peso específico entre esos partidos, una realidad que no puede negarse con la insostenible idea de que algunos no son oposición, específicamente un PRM cuya esencia tiene décadas luchando contra el PLD. En esas fuerzas está la real posibilidad de cerrarle el paso al continuismo. 

En tal sentido, el próximo año no debe desperdiciarse debatiendo lo que es obvio, ni seguir formando “bloquecitos” con la esperanza de con el tiempo se den las condiciones para poder articular las diversas fuerzas con mayor vocación opositora, la intención puede ser buena, pero los resultados pueden ser contrario a lo esperado. Mientras más tiempo duran y se forman “bloquecitos” más acentuada tiende a ser su propensión al espíritu grupal. Perder el tiempo en cualquier esfera de la vida tiende a ser fatal y si es en política suele ser mortal. En ese sentido, la mejor opción de que quienes están realmente convencidos de que esta sociedad no puede darse el lujo de prolongar por más tiempo una estructura de poder que corroe los cimientos en que se basa esta nación, y que saben que la única manera de evitar esa tragedia es iniciar un proceso de unidad con quienes tienen vocación y real peso específico para hacerla.

Hay sectores de la oposición que son irreductibles en sus posiciones, que están apegados a su ilusoria pureza, ilusoria además de arbitraria, por tanto, reaccionaria porque conscientes o inconscientemente pretenden imponérsela a todos. De esos sectores por el momento no puede esperarse un cambio de actitud frente a la unidad, pues es muy difícil que se cambien determinadas culturas políticas. La respuesta a esa actitud debe ser una posición de firmeza, manteniendo las posiciones en que se cree al margen de las presiones a que recurren algunos para imponer sus puntos de vista en nombre de abstractos principios.

La realidad justifica e impone el imperativo ético de dar respuestas al sentimiento que, con énfasis, casi con angustia, reclama este pueblo: la unidad. La unidad para iniciar un proceso político que abra la posibilidad de cambiar realmente esta sociedad, para lo cual deben definirse los puntos básicos en que podría descansar esa posibilidad; qué realmente se quiere y cómo podría lograrse.