La infidelidad masculina es uno de los grandes temas que moviliza a las parejas a la terapia. Puede ser presentado como el principal problema o como parte de un conjunto de situaciones que la pareja va manejando en la relación.
Escuchar a los jóvenes hablar acerca de este tema cuando ya están en una relación de matrimonio o de vida en común, suele ser muy interesante. Y digo cuando ya viven juntos, pues no es lo mismo teorizar que bregar con las situaciones en el día a día. En los programas interactivos de radio se despliegan historietas acerca de lo que harían, pero como dice el refrán popular, del dicho al hecho hay mucho trecho. Sobre todo los hombres se explayan con argumentos que parecerían aplicables a todos los demás y no a ellos cuando están en la situación.
Veo muchas parejas jóvenes que están intentando tener una relación fiel y organizada, pero el patrón social recibido en la cultura y expresado en el comportamiento de sus propios padres es tan fuerte que genera mucho dolor en ambos y separaciones que se llevan consigo amores, proyectos y sueños.
Recibí a una pareja joven, algo más de treinta años tanto el como ella. Ambos profesionales productivos y con una familia de tres niños pequeños. Están intentando mantener su relación pero hay algo que ella no negocia, la fidelidad.
Cualquier persona de generaciones anteriores diría que ella tiene mucho que perder con un divorcio, desde estabilidad económica hasta estatus y reconocimiento social, pero ella no está dispuesta.
Cuando exploro sus familias de origen, ambos padres tanto el de ella como el de él han sido infieles reconocidos y continúan con sus matrimonios de muchos años. Y aquí está la diferencia a la que hago alusión en el título de este artículo. Muchas mujeres de esta generación, han vivido como hijas lo vivido por sus madres y no lo quieren para ellas mismas.
Los hombres andan un poco perdidos y sin mapa, pues habiendo recibido y normalizado el modelo infiel de sus padres, se enfrentan a mujeres que no están dispuestas a soportar lo que sus madres les soportaron a sus padres. Ellas temen menos quedarse solas o con más facilidad pueden iniciar una nueva pareja. El padre y esposo proveedor es casi un mito en esta época y su desarrollo profesional les permite ser independientes económicamente. El resultado es que las ataduras para soportar y “sacrificarse” como lo hicieron sus madres son menos. Ya no se conforman con un padre para sus hijos e hijas pues quieren una pareja para compartir realmente la vida.
Esta respuesta distinta de las mujeres habla de una mejor autoestima y mayor claridad para saber lo que quieren o no negociar en la relación de pareja. Esto es bueno y posiblemente tomará un poco más de tiempo, pero anima que así comience a ser.
Esto obligará al cambio en el modelo masculino que como siempre decimos, así como fue aprendido en la cultura, se puede desaprender en busca de uno más adecuado a estos tiempos y a la necesidad de construir relaciones de mayor equidad y respeto entre hombres y mujeres.