Para tener dichas, sólo hay que andar por la vida. Y he aquí la dicha de encontrar en el camino a la nieta de Tolita. Valentía para lanzarse a la aventura de escribir una publicación, pero sobre todo un gran amor y profundo respeto por la vida de una abuela que fue ejemplo de entereza para levantar una familia de 14 hijos y una pila de nietos.

Sí, las familias numerosas son algo común en los campos dominicanos, pero sus historias aun no llegan a la población, a quienes podemos admirar y valorar sus vidas, no como algo común, sino como la mejor riqueza de nuestra sociedad, como una forma de construir el maravilloso árbol genealógico de la identidad dominicana.

De los campos de la Línea Noroeste procede la vida de esta familia en los albores del pasado siglo XX. De allí donde la Bananera, nombre otorgado por los pobladores a la compañía estadounidense Grenada Fruit Company, dominaba las relaciones económicas y laborales de la región. De hecho, la familia se sustenta económicamente de la empleomanía de la compañía, a través de los negocios establecidos por Tolita para contribuir a su manutención, con la puesta en marcha de una fonda, donde se almorzaba una deliciosa “bandera nacional”, y de una lavandería, donde con el trabajo de varias vecinas, lavaba y planchaba la vestimenta de los trabajadores. Su esposo había quedado ciego en un accidente, lo que no le impedía tener buena mano para la comercialización de la carne de chivo, y a pesar de lo cual siempre contó con la lealtad de Tolita.

Como ya conocemos, en la cultura campesina es común que las mujeres se casen jóvenes, de manera que muy pronto, Tolita empezó a tener entre sus hijos e hijas, también sus nietos, como parte de la familia. Y es muy común, y también hermoso, que los nietos, criados en la cercanía del hogar de sus abuelos, le llamen mamá, a su abuela, que los cuenta y llama para servir el plato de cada uno al sentarlos a la mesa familiar en la hora de las 12, hora del almuerzo. Y como siempre, su esposo era el primero en ser servido, pero que jamás empezó a comer, hasta que el último de sus hijos y nietos no estuvo sentado a la mesa con su plato.

El recuerdo de Tolita quedó igualmente plasmado en la vida cotidiana de sus hijos y nietos. Unos iban a la escuela en la mañana, otros en la tarde. Temprano muy de mañana a levantarse, tareas domésticas asignadas, recoger ramos de escobas para limpiar, tomar café con pan, llevar las chivas a ordeñar, lo que aportaría el jarro de leche del desayuno, víveres con huevos o queso, todo de producción casera. Mucha riqueza en los campos dominicanos, chivos, cerdos, gallinas, patos, toda clase de víveres y legumbres que se recogían para la alimentación familiar, sin que nada faltase. La especialidad de la casa, la carne de chivo asado, sazonado con ajo, orégano, sal y agrio de naranja, es algo que no deberé perder de probar, en otra suerte del camino de la vida.

Un aspecto de mucho peso en la vida familiar de Tolita y que su nieta hace notar eran las enseñanzas y el seguimiento a los valores de formación que ella inculcaba. Y que debían ser respetados en su casa. A quién traer de pretendiente o pretendida, cómo elegir a las parejas, forman parte del seguimiento a sus hijos y nietos que hacen de la vida familiar una riqueza excepcional. La obediencia y el trabajo honrado. Una vez rechazó asistir al funeral del hijo de una vecina asesinado en Estados Unidos, y tras explicar que el que enviaba más de 100 dólares a su familia era por alguna dudosa razón, quedó bien justificada la inasistencia.

De manera que no dejó de ser parte de la vida de la familia de Tolita la emigración a los Estados Unidos por parte de sus hijos y nietos. Siempre en busca de la mejoría de la vida, y siguiendo los cánones de la “modernidad”, la familia se ha movilizado, viaja de aquí para allá y sostiene la vida, ya en una nueva cotidianidad, acorde a los tiempos que vivimos.

En los inicios de este siglo XIX llegaron los días finales de la vida de Tolita. Como comúnmente ocurre, la diabetes mortificó parte su vida y su salud, por las restricciones para la alimentación que debía observar. Aunque nunca dejó de pedir su pan de maíz que le ofrecía la hija de una vecina, que ya quisiera yo probar.

Mucha riqueza cultural en los relatos que hace la nieta de su abuela Tolita. Sin duda, un ejemplo a seguir. Ojalá por muchas personas y familias se animaran a que, como ya mencioné, pudieran mediante estas publicaciones enriquecer con las historias de sus vidas, el maravilloso árbol genealógico de la identidad dominicana.