Aunque muchos piensan que la expresión sobre La muerte de Dios es originaria de Nietzsche, su autor es Hegel.

Para explicar la posición, al respecto, de este gran pensador, tendré que intentar hacer magia expositiva, pues Hegel es uno de esos filósofos que para alguien que no es versado en su filosofía sus textos aparecen como impenetrable. Todo estriba en conocer su lenguaje, el alcance de sus conceptos y esto requiere un aprendisaje lento y constante.

Las ideas que tiene Hegel en sus comienzos, en lo que nos atañe, las encontramos en dos obras:  Creer y saber (1802), y por otro lado, Historia de Jesus (1800?), fragmentos publicados por primera vez en 1907, por Herman Nohl, bajo el título de Escritos teológicos de juventud.

Retrato de Georg Wilhelm Friedrich Hegel.

Hegel inicia por reconocer la ruptura producida por la visión moderna entre lo finito y lo infinito: hay una escisión entre lo humano y lo divino; empero, estima que el papel de la filosofía sería restaurar la unidad perdida, y señala que: el sentimiento sobre el que reposa la religión de la nueva época es el de que Dios mismo ha muerto.

Para Hegel, Dios es esencia. La esencia para él es el núcleo de todo cuanto hay y puede haber; es como la idea platónica, pero en lugar de la rigidez temporal de esta, la esencia es como una semilla, que por su naturaleza es orgánica y tiende a desarrollarse en un proceso.

La lógica hegeliana es dinámica, dialéctica: se desglosa en tres momentos: tesis, antítesis y síntesis.

La esencia vendría a ser el núcleo de todo lo posible, pero aún no desplegado, pero lo contiene todo en su raíz como la semilla contiene las potencialidades del árbol que puede llegar a ser.

Dios es la esencia; es anterior a todo desarrollo, se coloca en un tiempo anterior al tiempo. Esto no es solo algo pasado, sino que al ser Dios el núcleo de todo; en el léxico de Aristóteles sería: lo que era ser. La esencia es un antes más allá del tiempo, anterior al tiempo. Dios está fuera del tiempo.

Es así que opera como el fundamento de todo. El axioma de la filosofía hegeliana es que todo lo real es racional y todo lo racional es real. Por lo tanto la esencia se identifica con el logos, con la racionalidad, la esencia es la racionalidad en si misma y como tal es lo real.

La racionalidad se constituye como el limite extremo del despliegue del ser. Los seres o existentes están presentes como embrión en el Logos.

Lo existente, lo finito, la naturaleza y la cultura, se constituyen como una flor que se abre y permanece eclosionada en su plenitud desde el movimiento o proceso que el Logos encierra y despliega en su desarrollo, que se genera mediante en contradicción de lo infinito y lo finito: primero como naturaleza y luego como el mundo de la cultura.

Para Hegel, la lógica es el momento básico, reflexivo del ser: el método cuya exposición es la Lógica, no es otra cosa sino la revelación de la estructura del todo, presentada como la racionalidad que se constituye como la realidad.

Leemos en la Introducción a la Ciencia de la Lógica que: esta es la exposición de Dios tal como es en su esencia antes de la creación de la naturaleza y de un espíritu finito.

Para nuestro filósofo, la Esencia (Dios) constituye el fundamento de todo. Pero lo fundamentado sobre semejante base se coloca como sustentado sobre el abismo (Abgrung = lo sin-fondo).

Fragmento del rostro de Hegel centrado en su mirada.

El fundamento, al aparecer el ser particular que puebla el mundo (lo finito) se abisma, es decir, el fundamento se oculta, se hunde, y los seres del mundo parecen que no tienen un fundamento en sí, este es el abismo (Abgrund) que funda.

Ese abismo es Dios para lo existente. Lo que reposa en este abismo es la existencia, el individuo, el mundo, que no es apariencia, sino un aparecer, un fenómeno que luce que se sostiene (en apariencia) por si mismo.

Lo existente es para Hegel la absoluta enajenación (negación) de la Esencia. El fenómeno, lo que es como ser mundano, es el no-ser de la Esencia en cuanto su despliegue niega la Esencia de donde proviene, niega lo infinito, a Dios como fundamento.

Para Hegel, Dios es la racionalidad, es el ser posible del mundo. Por ello, Dios muere en el sentido de que al desplegarse la Lógica, al aparecer los seres del mundo, se oculta Dios. Dios se eclipsa. El sistema de Hegel corresponde a un esquema que es a la vez, teología especulativa y ontología.

Si Dios es el logos, la enajenación, el despliegue de la idea lógica como mundo debe de entenderse como la muerte de Dios.

Esta enajenación, o negación de la esencia es lo que constituye el sistema de lo real, es la articulación del sistema.

El impulso por el que la lógica se transfigura desde su ser pura esencia o núcleo de lo real, en naturaleza y espíritu, solo es comparable, según Ernst Bloch, al capricho soberano de un príncipe todopoderoso [E. B.: Subjeto-Objeto, 1985]. Hegel señala que lo existente, los entes mundanos constituyen la absoluta enajenación de la esencia, la negación de Dios.

El hundimiento de la esencia (como abismo) produce la ocultación de Dios. Entonces solo queda la superficie, lo finito como restos del naufragio de la Esencia: esto es la enajenación, la locura, la Muerte de Dios.

La lógica que atiende a los entes es en su naturaleza finita, la lógica de la esencia es infinita. El triunfo de lo finito sobre lo infinito constituye la muerte de Dios.

Lo que se conoce como cristianismo es una impostura; consiste en una serie de dogmas, ritos y preceptos que oscurecen el auténtico sentido de la vida de Jesús.

La verdad del cristianismo es el amor, que consiste en una relación viva, palpitante, que reunifica todos los contrarios. Amor que abraza a todo lo que es.

Sin embargo, el cristianismo en la modernidad es una colección de credos, liturgias y prohibiciones que anulan y ahogan la llama de amor vivo que debería vincular la totalidad.

Gericault – La balsa con los náufragos de La-medusa-1819. Metáfora del hundimiento de una época.

El cristianismo nace contra el frío e hipócrita cumplimiento de la ley en el judaísmo. A diferencia de éste pretende constituirse como una comunidad fraternal unida por el lazo radiante del amor; revela la fuerza cósmica que vincula todo.

Hegel constata que Dios ha muerto en la modernidad; esto lo resume con un pensamiento de Pascal en donde aquel afirma que en la naturaleza y en lo humano todo indica a un Dios perdido [La nature est telle, qu´elle marque par-tout un Dieu perdue, et dans l´homme, et hors de l´homme. Penseés, fr. 436].

El humano ha perdido a Dios en la brega con lo finito; ha extraviado su propio sentido y el de lo divino, al tratar de dominar un mundo de objetos muertos.

En su extravío el humano descubre lo infinito como abismo, como fundamento infundamentado, como lo no-objeto, existe así en un viernes santo especulativo. Frente a lo finito y su imperio, lo infinito se revela como negación, dolor y muerte.

Sin embargo, esta pura negatividad, este gran vacío en que se ha transformado lo divino, si enfocado adecuadamente, conduce al domingo de la vida, al momento de la resurrección, al momento de la autoconsciencia y del saber absoluto, culmen del sistema hegeliano.

Éste aparece cuando el humano confrontado con la angustia y el vacío en que vive, decide asumirlo y levantar la mirada desde el mundo finito e instrumental, al orbe verdadero, al infinito entendido como fuerza vinculante, como aquello que hace posible la totalidad.

La muerte de Dios es la desaparición del viejo Dios de los dogmas. Dios debe morir para poder encarnar como autoconsciencia humana: entonces el espíritu y la historia revelan lo divino que obra en lo humano.

La filosofía sustituye a la teología y a la religión; va más allá de ellas, elimina la separación de finito e infinito y restablece la unidad del Todo.

Hegel afirma que la filosofía es un círculo es y revela el círculo de círculos. Este es el sentido del logos que encierra la esencia que es Dios y se despliega en el desarrollo del logos como realidad.