En el mundo del siglo XXI, dominado por las nuevas tecnologías, llevamos una vida acelerada, marcada por un consumismo acérrimo. En este mundo, a veces llamado post moderno, la atención rara vez tiene tiempo para detenerse en temas de suma importancia como lo es el hecho de que los contrastes de riquezas y poderes estén en constante aumento. Sin embargo, hay todavía hoy en día aspectos fundamentales que la ciencia no ha logrado dilucidar. Sirva de ejemplo el conocimiento del medioambiente, como lo demuestran una vez más los terremotos que ocurrieron en Japón y Ecuador a pocos días de intervalo.
Siempre conectado, el ser humano de hoy no se percata que en esta nueva sociedad global y a pesar de sus miles de amigos de FB, las individualidades cuentan menos que nunca antes y que los individuos tienden a volverse meras estadísticas en manos de los proveedores de tecnologías. Hoy en día lo prioritario es conocer a la gente y sus necesidades como instrumentos del mercado.
En esta nueva modernidad que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman nombró la modernidad líquida, la economía de un país, el poder de los dirigentes es mucho más importante que el valor humano y real de cada uno de sus habitantes. Esa liquidez es producto del cambio, de la transitoriedad, de la desregularización y liberalización de los mercados. El verdadero «Estado» es el dinero. En el tiempo de antaño el capital estaba basado en la solidez, la duración en el tiempo, en activos palpables, en trabajadores fidelizados. Ahora todo fluye de un lado para otro del planeta: el capital, los empleos, todo va rápido, una cosa reemplaza la otra, es la era de la virtualidad, del desperdicio y de la eliminación de las cosas y de la gente.
En el subdesarrollo las manifestaciones de la modernidad líquida a que alude Bauman nos conducen a menudo de lo sublime a lo ridículo. En República Dominicana se sabe desde hace tiempo que para cumplir con las “necesidades” de la campaña electoral se alquilan manifestantes. Hay tarifas e intermediarios que se ocupan del asunto. Adónde nunca se había llegado era a la alfabetización virtual, disfrazando analfabetas de orgullosos graduandos. Bien ridículos quedó el “alfabetizador” que acusó a la oposición del montaje, el otro que pretendió tapar el sol con un dedo aludiendo a una confusión y el que terminó admitiendo la barrabasada suspendiendo esta modalidad como parte del espectáculo electoral.
A pesar de la trascendencia de esta información por lo reveladora que es sobre el funcionamiento de la “democracia real” dominicana, pasará rápidamente al olvido. Nadie se acordará de ella dentro de pocos días. Como ha sucedido con el suicidio de un arquitecto pobre y esquilmado. Como ha pasado con la compra de solares para escuelas a precio de oro o con la remodelación de hospitales con el quirófano al lado de los servicios sanitarios.
En el tiempo de la modernidad liquida, una noticia reemplaza la otra y no se fija en el tiempo al igual que los fluidos que “se derraman” , “se desbordan”, “filtran”, “manan” y “fluyen”.