Hay un despertar del desvalimiento en la sociedad dominicana. Los signos de resistencia se mueven y se sienten. Es que el hartazgo de la corrupción y el “simbolismo” de ODEBRECHT ha significado política y socialmente: Crisis y Oportunidad. Abre el cauce de un contén contenido en la bravura de la opulencia sin par.
La sociedad dominicana en los últimos 13 años se fue anidando, incubando y desarrollando cada día más como un tejido conservador. Los actores políticos predominantes, otrora “luchadores” para terminar la obra de Juan Pablo Duarte, se fueron deslizando, sin base cierta, de la ideología conservadora en la luz de su praxis. La asunción del “pragmatismo” desolador le permitió construir un discurso “liberal” y una práctica salvaje. Ninguno de ellos ha jugado al rol del Estadista. El ejemplo más paradigmático, más elocuente, es que, en el 2004 la deuda pública no financiera era de US$3,900 millones de dólares y 13 años después se movió a la estratosférica suma de: US$28,000 mil millones de dólares, sin los US$10,000 mil millones de dólares del Banco Central.
¡Un Estadista no compromete el futuro para vivir particularmente el presente! Una deuda de US$10 millones de dólares diario, esto es, de RD$470 millones de pesos cotidiano, es sencillamente una descomunal irresponsabilidad. Un país que desde el 2008 tiene déficits fiscales que al día de hoy acumulan más de RD$800,000 mil millones de pesos y que todos los años sus presupuestos son financiados en alrededor de un 25 a un 30%, es una atrocidad, una enormidad desatinada. Lo dantesco es que de los ingresos que recibe la economía, tenemos que pagar solo por intereses, un 23% del presupuesto y del saldo de la deuda un 37% (Pago de intereses, Amortización y Capital).
Ello produce en el cuerpo social dominicano una verdadera mixofobia por parte de los actores políticos que dirigen el Estado. A mediano y largo plazo, lo que se ve, es el elemento desencadenante: la mixofobia. La indomable deuda, lo incontrolable de ella que generará la insostenibilidad fiscal y, en consecuencia, el desconcierto. Es terror que apabulla de solo pensarlo. Hacia allá nos llevan con esta irresponsabilidad de comprometer el futuro de todos los dominicanos; sobre todo, más pavoroso, cuando vemos el modelo de la deuda: para Gastos Corrientes, Deudas sin rentabilidad y sin compromiso para la elite política actual en el poder. La relación entre Gastos Corrientes y Gastos de Capital, lo resalta: 87% y 13%. Es lo que explica, al mismo tiempo, la macrocefalia del Estado dominicano.
Es lo que nos dice por qué siendo un país de ingresos medios seguimos trillando el escenario de una sociedad esencialmente pobre, con los indicadores sociales, de una sociedad desvalida: 7.1% de los niños y niñas menores de 5 años tienen desnutrición crónica; 20.5% de las mujeres embarazadas son niñas y adolescentes; más Ni Ni que en toda la Región (21% entre 15 y 24 años); más profesionales que técnicos; los hombres ganan en promedio 23% más que las mujeres en funciones similares; un 30% no consumen agua potable y un 40% no tienen agua en su casa. Todavía, en pleno Siglo XXI, su segunda década, seguimos con la tasa de Mortalidad Materna e Infantil más alta de la Región y el promedio de energía eléctrica, de la más baja: los alumbrones socavan la vida cotidiana y parte del engendro de la inseguridad se debe a ella.
La precariedad con que vive una inmensa mayoría de los dominicanos (60%) en un país que crea riqueza, solo es explicable en esa mixofobia (temor a lo ignoto, a lo incontrolable), a ese miedo a la incertidumbre, en un mundo en constante cambio. A eso se suma, que los actores gobernantes nuestros, cuyo origen social es la pequeña burguesía, en sus diversas dimensiones, clasificatorias, según Bosch; para distanciarse socialmente han construido una especie de aporofobia (miedo a los pobres). Los usan en su política asistencialista y en el diseño del Estado: Rentista, Patrimonialista y virulentamente clientelar.
Es esa mixofobia que coadyuva a que los actores estratégicos (poderes fácticos) se alineen con el poder político en cada coyuntura, en una dialéctica de complicidad, del juego del gatopardismo y el galimatías más acuoso, para no producir los cambios necesarios que requiere la sociedad dominicana. Un Estado que produce la desigualdad más execrable. Entre el que más gana en la Administración Pública y el que menos gana: 214 veces más. Solo de sueldos sin adentrarnos en las compensaciones. Esto quiere decir que los que menos ganan en la Administración Pública necesitan 18 años para llegar a un mes del funcionario que más gana. El sueldo del Presidente está contenido 87 veces más que el colaborador del Estado menos privilegiado en la escala salarial.
Perdimos la psicopatología de los límites. Nada le produce rubor, sonrojo ni empacho. La ruindad es su “recuperación” en medio del oprobio que acusa la desigualdad con sus afecciones de riqueza. Es incontestable, incontrovertible que tenemos aun sin cambios una sociedad con mejor fermento social, con una excitación propia de una colectividad que se reencontró consigo misma en el hermoso sueño de su historia.
Comenzamos a vivir una repolitización de la política donde la legitimación de la acción pública, cobre sentido. El anacronismo de la política se desdobla y mutila como antesala de una mejor sociedad, con menos mixofobia. Es como nos diría Octavio Paz “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio”.