A quienes decimos que la victoria de Maduro en Venezuela fue pírrica, se nos advierte que con ello coincidimos con la “campaña mediática imperialista”. Otros aconsejan que este no el “momento para formular críticas a las fuerzas chavistas”. En la advertencia como en consejo, se mezclan la autocensura, el cinismo, la pusilanimidad y la miopía políticas, parte de los gérmenes que han carcomido los cimientes de muchas experiencias revolucionarias.
La necesidad de enfrentar el avance de los gérmenes de la intolerancia y la represión al disenso, al tiempo de tomar medidas que detuvieran el avance de la contrarrevolución, fue el gran dilema moral que enfrentaron al final de sus vidas los principales dirigentes de la revolución bolchevique, Lenin y Trotsky. Frenaron la contrarrevolución con medidas y organismos coyunturales creados para tal fin, pero a la postre se convirtieron en estructuras permanentes para sostener el régimen y para reprimir toda forma de disidencia.
Las circunstancias impidieron conjugar las conquistas sociales con un clima de plena libertad política. Impedientemente de las situaciones que ese y otros procesos han tenido que enfrentar, la referida conjugación sigue siendo un problema práctico y teórico que no ha podido resolver ninguna de las experiencias de cambio hasta ahora intentadas.
En el caso específico de Venezuela, Chávez quiso producir una ruptura revolucionaria en el marco de un sistema político de partidos competitivos para la alternancia en el poder a través de las elecciones, que es uno de los principios básicos de la democracia representativa. Una experiencia que recuerda la chilena de los años 70, cuya trascendencia y potencialidad ha debido ser analizada sin la emotividad y pasión que tanto obnubila la razón.
El embrujo del ideal de cambio y el generoso voluntarismo de Chávez, se constituyeron en factores en gran medida determinantes para que, como en otras experiencias de cambio, germinasen y crecieran las tendencias autoritarias y sectarias. Eso ha limitado y/o inhibido la participación de diversos sectores sociales, productivos e intelectuales, sin cuya participación hoy día es imposible cualquier cambio sostenible a largo aliento.
El sectarismo, los excesos y hasta los abusos de franjas del poder han sido factores importantes para que una significativa cantidad de esos sectores confluyan en el frente opositor, además por la incapacidad del gobierno de frenar la ineficiencia, la corrupción, la inseguridad ciudadana y el despilfarro, determinando que la oposición de minoría hoy sea la mitad de los venezolanos.
Atribuirle esta circunstancia sólo a la injerencia norteamericana constituye una justificación tan fácil como inútil. Venezuela vive una suerte de equilibrio catastrófico que sólo se supera positivamente profundizando iniciativas que hagan irreversible las conquistas sociales obtenidas por los excluidos de ayer, pero respetando una legalidad que no siempre observa, reconociendo que una mitad no es minoría, sino eso: una mitad.
Si persisten en desconocer esa realidad, si la respuesta es la represión, el abuso de poder y no el fortalecimiento de un marco de institucionalidad democrática, en los próximos comicios de mitad pasarán a ser minoría. Sin racionalidad, sin eficiencia administrativa para crear riqueza de manera sostenida, ningún proyecto de cambio es posible. Es lo que registra la historia y no constarlo y expresarlo, constituye un acto de inaceptable auto censura.
El chantaje de que hacer una crítica a un proceso de cambio, con el cual se está esencialmente de acuerdo, ha provocado el silencio de muchos, sobre de todo de intelectuales y revolucionarios. Con esa actitud pusilánime han coincidido con sus enemigos y se han convertido en cómplice de la intolerancia, de la corrupción y de la orgía del poder de muchos mediocres, que en este caso, como en casi todos los procesos de cambio, son sus reales y/o potenciales sepultureros.
Los hechos y más que estos, la Historia, nos ha enseñado que esto es así. Todavía hay tiempo para aprender de ella y evitar otro trágico final de un asalto al cielo para redimir a los de abajo.