La actitud que plantea Borges en forma tan breve y consistente, la resume Nietzsche al hablar en La gaya ciencia sobre la más grande renuncia.
Podría citar, como antecedente, a Clemente de Alejandría (150-214) quien sostiene como cifra de su reflexión, que revela la situación de nuestro desamparo esencial: Credo ut inteligam: Creo para entender. Todo conocimiento, sobre todo, el científico, tiene sus raíces en un fundamento axiomático.
Ortega, por igual, en una importante obra: Ideas y creencias, de 1940, subraya lo mismo.
Distingue la diferencia entre lo que es creencia y lo que es idea o concepto: Las «ideas» básicas que llamo «creencias» (…) constituyen el continente de nuestra vida y (…) cabe decir que no son ideas que tenemos, sino (las) ideas que somos. Son las creencias con las que contamos, sobre las que nos colocamos y nos desplegamos, –agrego yo–.
Para Nietzsche, la característica fundamental del modo de pensar moderno, tal como apunta en La gaya ciencia, sería el acontecimiento de la muerte de Dios: La desvalorización histórica de los valores supremos.
Este fenómeno histórico se constituye como la situación determinante para nosotros y la actitud que debemos asumir para hacer la vida posible desde esta, la designa como la más grande renuncia.
¿En qué consiste esta gran renuncia? Con ella se desiste de toda aspiración que intente radicar el ente y el sentido de la humanidad en una perspectiva que adopte alguna forma de titanismo heroico.
Esto es, se ha de renunciar a toda pretensión espiritual y material que aspire a comprometerse a desafiar fuerzas superiores, pues semejante intento, lleva todas las de perder y ha de terminar superado por el espejismo de las fuerzas que confronta.
Nietzsche se cuestiona: ¿Cuánto necesita creer alguien para crecer? Tal sería la medida de su voluntad de ser.
El pensador sostiene que para vivir y sobrevivir necesitamos crear y sostenernos en el marco de una fe.
Sostiene que: Algunos seres humanos siguen necesitados de la metafísica; pero está también ese impetuoso deseo de certeza que hoy estalla en las masas, … bajo la forma científico-positivista, –y agregaría hoy, de un contexto tecnológico–. Está el deseo de querer poseer algo absolutamente estable. [La gaya ciencia, aforismo 347]
Planteadas tales premisas, ahora, intento desplegar la hipótesis planteada sobre la necesidad irrenunciable del hombre de elaborar interpretaciones del mundo, de la naturaleza, del tiempo y de la historia.
Nietzsche señala que por el acontecimiento histórico que describe la metáfora de la muerte de Dios se constituye en el hombre, que ha alcanzado el estatus de espíritu libre –quien ha disuelto en sí la creencia histórica en una verdad trascendente como fundamento del acontecer– en una actitud que lo lleva a asumir como talante básico la más grande renuncia, y señala que, para cumplirla y comprometerse con ella, el humano debe consentir llevar a cabo un proceso continuado de auto-vencimiento.
Esto se manifiesta en la consciencia de que todo absoluto se constituye como un producto histórico, contingente, cuya carga de verdad es temporal y por ello está destinado a ser superado por el curso de los siglos; esto implica la reducción de todo valor a una cuestión de perspectiva, de circunstancia, lo que lleva a concluir que toda verdad equivale a una forma de hipótesis creada y afirmada por una voluntad de poderío, como postulado supremo.
El ser humano, a pesar de que sabe que no hay posibilidad alguna de crear o descubrir nuevos absolutos originales, sustanciales, inconmovibles, edificados desde verdades eternas, corresponde con la necesidad de elaborar nuevas interpretaciones del mundo, de su circunstancia y situación, a partir de núcleos que nacen de su capacidad de forjar nuevos valores –necesariamente relativos–, para así erigir una estancia, un hogar, un mundo, una cultura, donde morar y demorarse para superar la intemperie en que originariamente se encontraría desde su constitutivo estado de ser-yecto, arrojado, desde el nacimiento, en un mundo como ser desnudo, huérfano y sin recursos propios.
Constitutivamente, el humano debe edificar continuamente, nuevos «absolutos», que debe tomar en su necesaria relatividad histórica, ante otros elaborados en el curso de la historia.
Tales principios –históricamente no alcanzan las condiciones a que aspiran, por ejemplo, los principios de Platón o Aristóteles–, carecen de la capacidad de ser germen de un orden eterno, les falta hondura, fijeza para revelarse como lo principal y primero en el conjunto de los entes, no representan el origen de dónde emanaría todo ente, ni actúan al señalar ha una finalidad suprema.
Nietzsche relaciona la calidad de estos principios relativos con la no autonomía de la constitución de las ciencias que se sustenta desde una visión metafísica, desde una epistemología, que emerge desde principios puestos por el hombre occidental en ciertos momentos de su historia.
Nietzsche señala en el aforismo 344, de La gaya ciencia, que: nuestra creencia en la ciencia sigue apoyándose también en una creencia metafísica, y sostiene que quienes buscamos hoy el conocimiento –los sin dios y los antimetafísicos–, encendemos nuestro fuego en la misma hoguera que se ha levantado una creencia milenaria, que era también la de Platón, la creencia de que Dios es la verdad, que la verdad es divina…
Ahora, tomando en cuenta esta posición postulo que quizás esa necesidad nuestra de constituir sentido pueda situarse y referirse –debemos mantenernos en la historicidad del lenguaje filosófico contemporáneo–, a aquella actitud fundamental que descubre Heidegger en su analítica existencial, en la primera parte de Ser y tiempo [Sein und Zeit, 1927], en la que entiende se despliega el ser del ec-sistente, desde cierta disponibilidad o capacidad biológica que podría sostenerse desde la descripción de la condición humana que Heidegger muestra en su fenomenología fundamental.
El pensador de Friburgo asume la emocionalidad como el talante básico de lo humano, actúa al colorear los estados de ánimo en que toma cuerpo la polaridad de las situaciones que constituyen las actitudes elementales del ec-sistente, del ser humano comprendido como ser capaz de captar su propio ser según un predominante talante emocional: la actitud fundamental que prevalece y marca todo acto de comprensión.
Semejante alteración emocional intensa de carácter afectivo podría interpretarse, nacería desde una perspectiva evolutiva, reguladora e indicadora de la respuesta que dice: si o no a la supervivencia, frente al riesgo de muerte, como la contingencia extrema del ec-sistente.
Es decir, la emocionalidad pone y regula como condición de posibilidad, como a priori el proceso que originaría el imaginar-pensar, al constituir la necesidad de formular las primeras preguntas y respuestas que surgen desde el humano al cuestionar la noche de sentido en que nos encontraríamos en nuestro origen filogenético.
Dicho con otras palabras, el proceso de humanización se caracterizaría por una sucesión de adaptaciones filogenéticas que se originaría de la propia necesidad biológica del humano como organismo viviente, de remover-alejar de la propia psiquis el dolor-angustia del descubrimiento de la posibilidad ineludible de la propia muerte.
A través de la imaginación y del enunciar las primeras construcciones culturales que intentan anular u ocultar en su pura dramaticidad e inminencia la pre-visión de la propia muerte, se afirma la posibilidad de otra solución a la situación existencial en que se encuentra, es decir, se abre al estado de ánimo la posibilidad de la esperanza, de la promesa, del pro-yecto, que podría surgir desde el juego de posibilidades que abre a la existencia la experiencia de la nada, que permite el originarse de los estados de ánimo que son los lugares, los ahí desde dónde se constituiría el pro en que se asume el ser-yecto como pro–yecto.
El estado de ánimo fundamentaría la actitud de esperanza-promesa, que para Heidegger se constituye gracias a la capacidad inmediata del humano de proyectarse en lo por-venir. El ec-sistente se asume y, por decirlo así, se recoge como yecto, como arrojado en un cuadrante situacional emocional, y es entonces cuando cae en la cuenta de ec-sistir», de que está constitutivamente abierto a la libertad, a la posibilidad para pro–yectarse hacía la eventualidad de elaborar y ser en la experiencia de una trascendencia finita, es decir en su ser-inmanente.
Desde esa posición experimentaría su acontecer como dirigido hacía un avanzar más allá del puro ser-presente, que es la forma en que pre-domina el instinto, que es lo propio del animal.