La socorrida expresión de opinión pública y política “la lucha contra la corrupción” es tan gráfica como exagerada. Nunca ha habido la tal “lucha”. Quizás podríamos graficarla como “el boxeo de la corrupción”, por cuanto acusadores y acusados se dan puñetazos legales y morales en procura de un knock-oot –“nocao”- repentino, en el mejor de los casos, o, técnico, que fue el caso del ex presidente Salvador Jorge Blanco, a quien, luego de una prolongada tunda de golpes legales y morales, le declararon en 1987 el “nocao técnico” de 20 años de prisión.

Desafortunadamente, aunque la corrupción administrativa pública y privada es ya sistémica, las pesquisas y condenas judiciales carecen de sistematización en la República Dominicana, lo que ha posibilitado el surgimiento de grupos mafiosos intersticiales estatales y privados que son los que trazan y sostienen normativas enraizadas.

El doctor Francisco Domínguez Brito, dos veces Procurador General de la República y una vez Procurador Fiscal del Distrito Nacional, desde siempre se ha perfilado como adecuado para iniciar un proceso de sistematización de persecución de las acciones públicas y privadas dolosas. Desafortunadamente, se le fue el tiempo en la fiscalía del Distrito Nacional y en la Procuraduría General en su anterior gestión y casi se le ha agotado en la presente, sin presentar resultados auspiciosos.

Con estilos público y personal oscilantes entre los de un predicador evangélico al que le va bien y un sacerdote católico arrepentido y abatido al que ni le fue ni le va bien de bien, el procurador Domínguez Brito ha tenido éxitos notables porque ha ocupado esos puestos importantes, ha sido Senador por Santiago de los Caballeros y ahora por nueva vez quisiera ser pre candidato presidencial de su partido PLD.

Aunque sus contrarios le restan importancia y trascendencia política, está a ojos vista que le ha ido bien de bien en sus manejos político y público, a tal grado que es el único hombre público dominicano que si lo decidiera podría ir a comer, hacer sus “necesidades”, abrir la nevera y hasta dormir en la Embajada de los Estados Unidos, como lo revelara el entonces embajador norteamericano Hans Hertell al decir que Domínguez Brito “es un hombre de la casa”.

Este “hombre de la casa”, de la Embajada de los Estados Unidos, tiene un historial y perfil público de indudable honestidad, es más que atrevido, aunque luego vacile, y ha dejado escapar oportunidades calvas para coronarse emblemáticamente como gran boxeador anticorrupción.

Sin embargo, en los últimos meses ha querido recuperar terreno perdido y las ha emprendido tozudamente contra un negrito que viene del lodo de los patios de San Juan de la Maguana, y quien, según sus pintas y como lo pinta Domínguez Brito, tiene todos los cuartos del mundo de la ingeniería: Félix Bautista.

Los Bautista sanjuaneros carecen de vena familiar con los Domínguez –que fue el caso del amigo ex presidente Hipólito Mejía Domínguez, según lo explicara a su momento el propio Procurador General cuando le exigieron que lo investigara-, por lo que Felix ha tenido que guayar la yuca y no con las manos para desembarazarse de su obseso persecutor.

Para ganarle esta confrontación al buen y gran peleador ingeniero y abogado Félix Bautista, al procurador Domínguez Brito de muy poco le valdría la carga de la prueba cierta, si acaso las tuviera, sino se da un baño con hojas de tigueraje barrial y político, de donde a mí se me antoja decir que la pelea sin límite de tiempo entre el as Francisco y el as Félix, es lo que más se parece a una pelea entre un pariguayo y un tíguere.

Por cierto, pregunta un amigo televidente, “¿cuál de los dos es el pariguayo, aunque se la da de tíguere?”

…Yo le aseguro que no es Félix.