La ciudad imaginaria del poeta no es una urbe estática, sino la que se mueve y transforma constantemente. La que deviene paisaje y caos. El poeta sueña al pasearse por ella con una historia que revela nuevos mundos. El deseo se revela  afectado por una transfiguración con la vida y la muerte.

Luis Reynaldo Pérez

En el libro “Urbania” de Luis Reynaldo Pérez, Premio Funglode de Poesía Pedro Mir, publicado recientemente por esa institución, el autor describe una ciudad alucinada y loca.

El ejercicio poético de la ensoñación permite a nuestro autor apropiarse del tiempo, hacerlo real para sí mismo y no vivir sujeto del todo a la fría determinación del acontecimiento. Paradójicamente, esto lo logra apegándose al pasado para después ampliarlo y aliviarlo mediante otro lenguaje más  hondo y depurado. Sucede entonces que, por ejemplo, los aullidos de los perros sin dueño que andan por la noche amplían la ciudad, le inventan nuevos rumbos; que la memoria es un pozo muerto que se deshace; que las azoteas derrotan las paredes y vuelven piso el techo de la casa; que en la plaza el asfalto descansa y toma vacaciones. Los pensamientos y sensaciones de estos poemas salen maravillosamente disparados del suelo de los días como el balón certero de un penalty, tienen esa corporeidad y esa singularidad que solo proporciona el vivir dentro de la cotidianeidad, entendiendo que no hay nada más allá, ni más acá de ella; que somos ella y ella nos circunda… y por tanto, no podemos trascenderla, tenemos que ser y estar en ella para poder atravesarla y profundizar en lo que es y en lo que somos.

Esta poesía establece relaciones con todo lo que la rodea que podrían ser equivalentes a las que los seres vivos tienen su hábitat. Luis Reynaldo Pérez parece haber intuido, desde el principio de su obra, que el ser humano ha sido un animal sin un ambiente propio o específico y que tuvo que inventarse lazos con los distintos ambientes por los que pasaba. Los lazos más libres y perdurables, y que ha llevado consigo pese a sus innumerables pérdidas, fueron los de su memoria y su lenguaje. Éstos son en gran medida arbitrarios y posibilitan arraigarse con el espíritu en cualquier territorio. Permiten establecer un ecosistema espiritual por el que puede correr la energía de la ensoñación, que amplía y profundiza nuestras experiencias limitadas. Dice en el poema de la página 62      de  su libro “Ciudad que alucino”, publicado por la editorial española Amargord, en el año 2016:

“Santo Domingo no quiere ser solo nombre/ahogado en los mares de la memoria. Santo Domingo te golpea en las sienes/maza de esquinas y árboles aposentados en tu pecho./Santo Domingo se mete en tus poros/pregones azulados que trae el viento./Todas las noches Santo Domingo te espera tras las puertas/para gritarte al oído/que se resiste a morir,/a ahogarse en tu memoria, /a que la olvides.”

Portada de Urbania, de Luis Reynaldo Pérez

Luis Reynaldo Pérez observa su entorno como un naturalista que, en vez de hacer descripciones objetivas, registrara acuciosamente todas las sensaciones, sentimientos y pensamientos que le suscita su mundo cotidiano. Los días son el mundo que explora este magnífico poeta dominicano, están hechos de mañanas y tardes, noches, de luces y de sombras, de cenefas de otros días, de objetos, de animales, de todo lo que somos y hemos sido.  Son el tiempo realmente humano, la verdadera escala de nuestra experiencia. Viajando sin nostalgia ni esperanza por los días, recoge sus hallazgos, nos comunica el asombro de encontrarse de nuevo con lo  familiar. La particularidad de su visión realmente estriba en que el ser humano, para mantener su esencia en la reducida escala de su existencia cotidiana, tiene que poseer afanes explorador y aventurero, y no convertirse en la materia inerte que lo rodea. (Dice en la página 20 de su poema que titula el libro “Urbania”: 

“En este sueño/estamos todos/los que volamos con alas de viento sobre las piedras/también están los otros/los que reptan como gusanos sin luz/bajo la hierba/o aquellos que se pudren entre una tercia de ron/y una bocanada de música que les acaricia la existencia/ estamos todos ahí/en los latidos de la ciudad/que duerme con los ojos/preñados de presagios y dudas.”

Los días descalzos saben vivir salvaje…   Y estos afanes, en la vida  sedentaria que llevamos, se transforman en un ejercicio espiritual que es en gran medida de ensoñación con el lenguaje. Las “ensoñaciones con el lenguaje” en esta obra, nos apartan de lo coyuntural e instantáneo. Nos sitúan en un mundo y no en una sociedad. Una especie de estabilidad, de tranquilidad, es atributo de la ensoñación cósmica. Nos ayuda a escapar al tiempo. Es un estado utópico. Vayamos al fondo de su esencia: es un estado desgarrado del alma.

A continuación tiene lugar el repliegue de la ciudad sobre ella misma, un repliegue crítico en el que el poeta descubre su propio límite,  y por último esa razón traspasa el límite que la circunscribe  en una aventura hacia lo que la rebasa y trasciende, sea por la vía de lo que cerca la intuición, sea a través de una poderosa síntesis especulativa que se proyecta hacia un futuro escatológico, o que se quiere encarnar en un instantáneo tiempo fugaz.

Luis Reynaldo Reyes parecería revelarse contra la idea de que la ensoñación es un sustrato irreal de la vida y que por ello puede quedar vagamente expresado en los poemas. Su poesía es una lucha por otorgarle una realidad y una precisión a las ensoñaciones cotidianas; hacemos entender que nos amplía la existencia, que nos permite explorarla; que traza el motor y el sentido de la ciudad humana. Por eso creo que Luis Reynaldo Pérez recoge lo mejor del espíritu simbolista. En su poesía las palabras nos permiten atravesar los mundos que en apariencia no se comunican, conciliados dentro de nuestro espíritu y encontrar un orden imposible de las cosas.

“Te voy deshojando/mientras camino por tus calles/y voy tejiendo entre mis labios un silbido/una melodía poblada de árboles verdes/cuyas raíces te caminan el espinazo/ciudad de barro en tu cauce de viento/te canto una canción de cuna/para que duermas quieta/bajo estos mil ojos que te miran/acariciada por las lilas del Ozama/custodiada por perros que ladran al cielo.”

Luis Reynaldo Pérez se sumerge en lo que nos rodea no sólo intelectualmente sino con todo su cuerpo que es, a la vez, su noche y su transcurso a través de los sueños y las ensoñaciones. Es por esta razón que en sus poemas él se entrega totalmente a la circunstancia que describe, no hay nunca un guiño en el que se insinúe un desdoblamiento intelectual; sus poemas se entregan a la experiencia límite del deseo.

Con el paso del tiempo incluso sus héroes y víctimas no son exactamente los mismos de antes; es cierto que  la acción que impulsa a través de lo urbano lleva algún desenlace final, que sigue acercándose aun cuando la madeja parece enredarse más y aumentar los obstáculos, como dice Italo Calvino en su libro “Las ciudades invisibles”. El que se asoma a la plaza de la ciudad en momentos sucesivos comprende que de un acto a otro el diálogo aquí  cambia, aunque las vidas de los habitantes de “Urbania” y “Ciudad que alucino” sean demasiado despistados para advertirlo.