Aclamando La presencia de “negociadores y bendecidores” los políticos dominicanos se han lanzado al ruedo para darse un instrumento que legalice y facilite su ocio y sus ambiciones. Con su salida a escena no hacen más que “cambiar la página” para no asumir con la debida responsabilidad los problemas esenciales que en estos momentos deben ser materia de obligado debate nacional.
Los más aviesos consiguen reajustar el guion a sus intereses para volver a invocar el diálogo de sordos iniciado hace más de 30 años y sin llegar a puerto, convirtiéndose en náufragos que se agarran entre ellos, sin reparar que no hacen más que acelerar el hundimiento de sus reputaciones y enrarecidos liderazgos.
Cada partido quiere su propia ley. La ley del más fuerte. No necesariamente la del más democrático ni el más cercano a los ciudadanos. Una ley “dilatada”, en cuya concepción los más grandes hablan primero y los más pequeños sólo si sobra tiempo. La partidocracia tiene también sus marginados.
Olvidando que la Política no es solamente lo que hacen y dicen los políticos y que no hay que confundir la Política con el político, reclaman con exclusividad el hacer suyo el debate político amplio y deliberativo que, en nombre de la democracia, es derecho de todos.
Bien les haría a los partidos escuchar voces lúcidas de los ciudadanos que dicen representar, sobre todo en momentos en que dichos partidos han perdido su capacidad de orientación y su influencia social ha sido diezmada por el faccionalismo y por las luchas de tendencias que se convierten cada vez más en clientelas de tránsfugas y oportunistas.
Apertrechados en mayorías y minorías que no miran más allá “de lo suyo” les calza bien lo que dijera Edmundo Burke: “Las cámaras legislativas no son un congreso de embajadores que defienden intereses distintos y hostiles […], sino una asamblea deliberativa de una nación, con un interés: el de la totalidad”.
Sometidos a un proceso de desprestigio creciente, los partidos políticos de aquí tienen una representación cada vez más escasa, tienden a monopolizar la política, participan sin necesidad de apoyo popular, manifiestan un comportamiento caudillista y rechazan la democracia interna.
En esa tesitura, antes de someter a debate una ley de partidos habrán de someterse ellos mismos a un proceso de regeneración institucional, de autocrítica, de revisión y de actualización de su estructura organizativa.
Antes que la ley deberán recuperar de su capacidad de elaborar y defender estrategias de desarrollo social y económico, de presionar al Estado y sus instituciones para crear un contrapoder que encamine a una democracia sana y vigorosa que sea considerada mucho más que un gobierno de las mayorías que ignora y sabotea los derechos de las minorías.
Antes que elaborar una ley para defender privilegios y fijar límites y territorios intocables, habrán de revisar su grado de madurez política, su competencia y aptitud para el consenso y el disenso, su capacidad de diálogo y su apego a la verdad política libre de bravuconadas y actitudes avasallantes.
Deberán también aprender a ver más allá de “lo suyo” y a asumir con inteligencia y responsabilidad la elaboración y defensa de políticas públicas que favorezcan el bienestar de los ciudadanos, la expansión económica, el comercio equitativo, el adecentamiento de la justicia y la protección del medio ambiente, en el marco del desarrollo sostenible.
Si es verdad que los partidos, grandes y pequeños, desean una ley al servicio de la “asepsia política”, habrán de lavar su propia imagen, transparentar su cotidianidad y su visión de futuro y dar muestras visibles de su oposición a toda política económica y social al servicio de grupos privilegiados nacionales e internacionales, así como combatir todo tipo de corrupción e impunidad que debilitan y contaminan la democracia.
Esperemos por una ley de partidos y electoral que ayude a superar la calidad de democracia confusa que vivimos en el país, en la cual el término democracia puede significar cualquier cosa.
Una ley de partidos que no logre solucionar estas urgencias será más de lo mismo o simplemente “una telenovela con actores gratuitos” con afán de escucharse a ellos mismos. ¡Y si fuese indispensable contar con sotanas mediadoras que también guarden asientos para laicos, pastores y pastoras para hacer el arbitraje más plural y confiable!