Si tomamos en cuenta que constituimos un país donde la juventud tiene un peso poblacional abrumador, estaremos contestes en que está llamada a jugar un rol protagónico en la construcción y determinación del presente y del futuro de la nación.
Siendo un pueblo de jóvenes en su mayoría, no se justifica el papel al margen que hasta ahora ha desempeñado en la política, producto de la actitud de indiferencia que provoca la instrumentalización de la política como medio de acelerado ascenso social, demagogia, burla y frustración de sus esperanzas.
Los jóvenes debieran aprovechar y explotar su condición natural de mayoría para tomar un rol más activo y decisivo, contribuyendo a redirigir la sociedad por rumbos diferentes en la esfera social, política y económica.
El ideal de una sociedad democrática-participativa no se puede concebir dejando fuera a quienes llevan dentro de sí el germen revolucionario del cambio, el espíritu de rebeldía transformadora y las ansias de renovación del estado de cosas en que vivimos, caracterizado por la exclusión y la expoliación.
Nadie puede usurpar el papel que corresponde a los hombres y mujeres jóvenes. Si las nuevas generaciones ocuparan el espacio que les pertenece e hicieran valer su gravitación electoral, otro gallo cantaría en la conducción del Estado y otro fuera el paisaje político que estuviera pintado.
En un país conformado mayoritariamente por jóvenes, gobernar para el pueblo significa hacerlo siendo coherente con esa realidad, tomando en consideración las reales necesidades de los jóvenes
Si nuestros jóvenes tuvieran más desarrollado su sentido de pertenencia a una sociedad que reclama el uso de las energías juveniles y el espíritu cuestionador que la acompaña, los políticos que nos han dirigido se sintieran más compromisarios con los destinos de la nación.
La presión de los jóvenes tomando los espacios públicos, insertándose en la dirigencia y en la militancia de los partidos y pregonando su visión y reclamos en los medios de comunicación, crearía una situación que obligaría a las clases dirigentes a ser más responsable con cada peso del presupuesto público que se gasta o invierte.
Los jóvenes, con su capacidad para convertirse en agentes motorizadores de cambios que sean consecuentes con sus ideales de justicia e igualdad, están determinados a empoderarse de la actividad política para desde allí, con la fuerza desbordante de su voz y su voto, propulsar una sociedad incluyente, democrática y participativa.
En vez de ser objeto como hasta ahora sido, se espera de la juventud que se convierta en sujeto de la práctica política y ente dinámico en la construcción de una ciudadanía consciente de sus deberes y derechos. El momento es oportuno para que los jóvenes se integren donde no lo traten como vasijas receptoras de lo que otros deciden sino como actores de su propio desarrollo.
Sin participación no hay ninguna posibilidad de cambio ni de mejoría, por lo cual se hace imperativo la participación activa de los estratos jóvenes en las decisiones políticas y en la conformación del tipo de sociedad que sea más afín a sus aspiraciones e intereses.
Si los jóvenes no tienen el grado de participación deseable en la política es porque ha desarrollado una apatía hacia los modos de hacer política que comúnmente se practica en nuestro país. No hacia la política en sí. Por consiguiente, se hace necesario que los partidos cambien sus patrones de conducta, se aseen moral y éticamente, y mediante una profunda profilaxis saquen fuera a las ‘manzanas podridas’, para atraerse así a las capas juveniles que no comulgan con los entornos que sirven como guaridas de corruptos y salteadores.
En un país conformado mayoritariamente por jóvenes, gobernar para el pueblo significa hacerlo siendo coherente con esa realidad, tomando en consideración las reales necesidades de los jóvenes. Jóvenes que sufren en carne viva las consecuencias de su procedencia pobre, la delincuencia, la marginación y el desempleo,los cuales no han sido mitigados por el tipo de democracia que se ha ejercido.
Realidad que es la causa de que muchos jóvenes vean la política como sinónimo de maleamiento, cuando la misma debe ser vista como una manera de ejercer el poder con la finalidad de resolver o aliviar los principales problemas de una nación.
De modo que si queremos ver a más jóvenes dominicanos accionando en política, debemos ir corrigiendo las causas que hacen que el ejercicio de la política no sea un motivo de orgullo para ellos; debemos ir cambiando el contexto en la que ésta se practica, el cual contribuye a mantenerlos apartados.
De todo ello se desprende, que la edificación de los cimientos de una sociedad inclusiva e incluyente, estaría coja si los jóvenes no tienen la debida participación en la construcción de su propio bienestar a través de su integración en el accionar político.
Nuestra democracia tendría otra calidad y otra representatividad si el liderazgo más adulto, aquel que no se ha contaminado y que se conserva como reserva moral, aúna su experiencia con el arrojo y la energía del y de las jóvenes, proporcionándoles la oportunidad erigirse en nuevos líderes o dirigentes que limpien el concepto desgastado y caduco que muchos tienen de la política actual.
Para que los y las jóvenes se abran más a la participación política, es importante que les brinden más y mejores espacios de desarrollo humano, donde se combinen en la proporción adecuada la sapiencia de la madurez y los ardores de la juventud.