El diccionario define infantilizar como tratar a alguien "como un niño o de una manera que niega su madurez en edad o experiencia". Lo que se considera apropiado para la edad o maduro es obviamente bastante relativo. Pero la mayoría de las sociedades y culturas considerarán los comportamientos apropiados para algunas etapas de la vida, pero no para otras.
Algunos psicólogos notarán rápidamente que no todo el mundo deja atrás sus "maneras infantiles". Puede obsesionarse con una etapa particular de desarrollo y no alcanzar un nivel de madurez apropiado para su edad. Incluso, cuando se enfrenta a un estrés o un trauma inmanejables, puede regresar a una etapa anterior de desarrollo.
El psicólogo Abraham Maslow ha sugerido que los comportamientos infantiles espontáneos en adultos no son intrínsecamente problemáticos.
Pero algunas prácticas culturales de hoy insisten en infantilizar de forma rutinaria a grandes franjas de la población.
Lo vemos en nuestros saludos cotidianos a desconocidos en la vía pública, llamándole “amiguito” o “amiguita” a desconocidos para indagar algo de interés. O llamar “niñas” a mujeres adultas, y en cómo tratamos a las personas mayores, cuando las ubicamos en centros de atención de adultos donde se ven obligados a renunciar a su autonomía y privacidad.
Para aprovechar todo lo que ofrecen, tenemos que rendirnos a sus requisitos, aceptar "términos" que no entendemos y entregar almacenes de datos personales.
Incluso, hasta en la forma en que el personal escolar y los padres tratan a los adolescentes, negándose a reconocer su inteligencia y necesidad de autonomía, restringiendo su libertad y limitando su capacidad para ingresar a la fuerza laboral.
¿Pueden sociedades enteras sucumbir a la infantilización?
Los académicos de la Escuela de Frankfurt como Heber Marcuse, Erich Fromm y otros teóricos críticos sugieren que, como los individuos, una sociedad también puede sufrir un desarrollo detenido.
En su opinión, el hecho de que los adultos no alcancen la madurez emocional, social o cognitiva no se debe a deficiencias individuales. Más bien, está diseñado socialmente.
Para Simon Gottschalk, profesor de sociología, Universidad de Nevada, Las Vegas, asegura que todo ello es síntoma de una tendencia más amplia de infantilización en la cultura occidental que comenzó antes de la llegada de los teléfonos inteligentes y las redes sociales.
El académico y autor del libro The Terminal Self asegura que las interacciones cotidianas, alteradas con las nuevas tecnologías informáticas, han acelerado y normalizado las tendencias infantiles de nuestra cultura.
Sin embargo, como señalan los estudiosos contemporáneos, este “espíritu infantilista” ” se ha vuelto menos encantador y más omnipresente. Investigadores de ambos lados del Atlántico han observado cómo este espíritu se ha infiltrado ahora en una amplia gama de esferas sociales.
Afirman que se reflejan en la falta de privacidad en los centros de trabajo, en el trato a los estudiantes en la educación superior, en los centros de diversión, la arquitectura y el arte contemporáneo con la excusa de crear “centros seguros.”
Luego, hemos sido testigos del surgimiento de una "cultura de la terapia" que, como advierte el sociólogo Frank Furedi, trata a los adultos como vulnerables, débiles y frágiles, al tiempo que implica que sus problemas arraigados en la infancia los califican para una "suspensión permanente del sentido moral". Sostiene que esto absuelve a los adultos de las responsabilidades de los adultos y erosiona su confianza en sus propias experiencias y conocimientos.
Investigadores en Rusia y España incluso han identificado tendencias infantilistas en el lenguaje, y la socióloga francesa Jacqueline Barus-Michel observa que ahora nos comunicamos en "flashes", en lugar de a través de un discurso reflexivo: "más pobre, binario, similar al lenguaje informático y con el objetivo de impactar."
Otros han notado tendencias similares en la cultura popular: en las oraciones más cortas de las novelas contemporáneas, en la falta de sofisticación en la retórica política y en la cobertura sensacionalista de noticias por cable.
Bobos de alta tecnología
Si bien académicos como James Coté y Gary Cross nos recuerdan que las tendencias de infantilización comenzaron mucho antes de nuestro momento actual, creo que nuestras interacciones diarias con los teléfonos inteligentes es un fiel reflejo de esa tendencia.
Las redes sociales son tan placenteras precisamente porque normalizan y gratifican las disposiciones infantiles. Apoyan el egocentrismo y el exhibicionismo exagerado. Promueven una orientación hacia el presente, premiando la impulsividad y celebrando la gratificación constante e instantánea.
Halagan nuestras necesidades de visibilidad y nos brindan atención personalizada las 24 horas del día, los 7 días de la semana, al tiempo que erosionan nuestra capacidad de empatizar con los demás.
Ya sea que los usemos por trabajo o por placer, nuestros dispositivos también fomentan una actitud sumisa. Para aprovechar todo lo que ofrecen, tenemos que rendirnos a sus requisitos, aceptar "términos" que no entendemos y entregar almacenes de datos personales.
De hecho, las formas rutinarias y agresivas en que nuestros dispositivos violan nuestra privacidad a través de la vigilancia, nos privan automáticamente de este derecho fundamental de los adultos.
Aunque nos parezca trivial o divertido, el espíritu infantilista se vuelve especialmente seductor en tiempos de crisis sociales y miedo. Y su preferencia por lo simple, lo fácil y lo rápido delata afinidades naturales por ciertas soluciones políticas de corte autoritario sobre otras y típicamente no inteligentes.
La formulación de políticas democráticas requiere debate, exige compromiso e implica un pensamiento crítico. Implica considerar diferentes puntos de vista, anticipar el futuro y redactar una legislación reflexiva.
¿Cuál es una alternativa rápida, fácil y sencilla a este proceso político? No es difícil imaginar una sociedad infantil atraída por un gobierno autoritario. No sorprende que nuestras instituciones sociales y dispositivos tecnológicos parecen erosionar los sellos de madurez: paciencia, empatía, solidaridad, humildad y compromiso con un proyecto más grande que uno mismo.
Todas son cualidades que tradicionalmente se han considerado esenciales tanto para una edad adulta saludable como para el buen funcionamiento de la democracia.
En resumen, la mercadotecnia televisada enfocada en los niños, está siendo aplicada con igual ímpetu en los adultos con el fin de dar la satisfacción inmediata que solo ofrecen etapas tempranas de la niñez, sin reflexionar ni prever las consecuencias presentes o futuras. Es un retorno a la infancia sin la anuencia del adulto.