El individualismo que caracteriza las sociedades neoliberales, globalizadas y postmodernas en las cuales nos ha tocado vivir se traduce por una indolencia generalizada. De allí, el asombro provocado por la marcha verde en contra de la corrupción del domingo 22 de enero, que llevó al mismo gobierno a decir: “Cuando el pueblo grita, el gobierno escucha”.

Todos los participantes en la caminata -espontáneos, es decir, no pagados- sintieron como un estremecimiento en medio del acontecimiento; los más optimistas vislumbraron un despertar, un nuevo capítulo para nuestro país. Otros percibieron la señal que algo de verdad anda mal.

Desde hace años las denuncias de corrupción van creciendo; sin embargo, hasta ahora estas hacían solamente cosquillitas a los presuntos sospechosos. Algo ha cambiado. Basta con que las denuncias de corrupción vengan de fuentes extranjeras e irrefrenables -del “imperio”, como dicen algunos- para que estas asuman de repente vida propia. A quienes han venido denunciando desde hace años la podredumbre de los sucesivos gobiernos que hemos padecido ya no se les puede tildar de enemigos públicos.

Más se habla de la corrupción más personas empiezan a percatarse de sus estragos y de la relación que esta tiene con la vida personal de cada uno de los ciudadanos de este país. La gente se entera de los montos fabulosos que pasan de cuentas en cuentas, de manos en manos, que enlodan los más altos funcionarios; se percata de cómo se negocian obras de segunda para que algunos se embolsen la diferencia; de cómo se venden barrios enteros; de cómo se aumenta la deuda publica que la gente de a pie, o sea, el pueblo, tendrá que pagar con más impuestos y peores servicios. La pobreza solo se reduce en la propaganda oficial, en base a índices dudosos retomados por la prensa sin ningún cuestionamiento.

El pueblo siente que mientras unos se lucran de manera sustancial y desvían millones del erario publico, la indolencia y las desigualdades destrozan la vida de los más pobres. La pobreza mata por falta de prevención, por falta de dinero para llegar al hospital. La pobreza mata por la inseguridad en los barrios. Sobre todo la pobreza mata la esperanza.

La justicia para los pobres es trabajo digno y salario justo para vivir con la dignidad humana que tenemos todos y todas, los ricos y los pobres también. Este es el gran reto, generar riqueza que impacte a muchas más personas y no a unos cuantos  corruptos que chupan el erario publico.

¿Será que gracias al pie de amigo de la justicia de otras tierras llegó la hora de poner un stop a los que se encaraman en el poder para trepar socialmente y enriquecerse a costas de las grandes mayorías? ¿Habrá llegado el momento de enjuiciar a los hombres de los maletines, a los que venden los bienes del Estado como si fueran su propiedad privada y a los que han permitido que la impunidad frene la justicia dominicana?