La historia de la estética y de su significado pedagógico, es decir, la historia de la educación estética, filosóficamente, nace como consecuencia de la condena pronunciada por Platón en el décimo libro de la República contra el arte imitativo. Y, concretamente, contra la pintura y la poesía que conceden al hombre únicamente la ilusión del mundo, su mera imitación, la imagen aparente de los objetos, sin poder captar su esencia verdadera y auténtica, al contrario de lo que intenta hacer el discurso filosófico, a través del aprendizaje nemotécnico o el recuerdo de las ideas o entes absolutos.
La memoria, desde la Antigüedad, juega un papel esencial en el proceso de aprendizaje, y en el desarrollo integral del hombre, pues mediante los sentidos, el hombre registra y transforma la percepción en conocimientos sensibles. La memoria conserva las “imagines” interiorizadas por medio de la sensación; la phantasia reevoca la imagen de la realidad en su ausencia, la unicidad del “sujeto” interpreta el mundo mediante sensaciones, según sistemas de significaciones muy personales.
Esta concepción primitivista evolucionó siempre dentro de los estrechos cauces de la dicotomía: conocimiento sensorial versus conocimiento racional. Así, Parménides de Elea afirmaba que la razón debía corregir las ilusorias sensaciones que los sentidos proporcionaban, es decir, que distinguía entre percepción y razonamiento.
Como puede apreciarse, el carácter cognitivo de la percepción es un tema casi tan antiguo como el hombre. Desde el pensamiento clásico hasta nuestros días, se han sucedido las opiniones a favor y en contra de esa tesis. Sin embargo, tal desacuerdo trasciende los límites de lo opinable para convertirse en dos concepciones radicalmente distintas de lo esencial del proceso perceptivo.
Para el primero de estos planteamientos, el material suministrado por los sentidos es corregido por el conocimiento; de esta manera, se evita que la mente pueda ser “engañada” por las falsas apariencias visuales que la percepción a menudo suministra. Este punto de vista es sostenido por la que podríamos denominar “teoría mentalista”.
El segundo planteamiento, que sostiene que la percepción posee una naturaleza cognitiva, explica de diferente manera el problema planteado en el ejemplo anterior. La propia situación perceptual cuenta con una serie de rasgos visuales que confieren a la imagen de la puerta un tamaño relativo distintivo al de su representación retínica (la teoría de los gradientes de Gibson puede explicar ese hecho sin necesidad de acudir al papel corrector que el conocimiento pueda ejercer).
El argumento fundamental, sin embargo, para justificar ese carácter inteligente de la percepción visual es la existencia en dicho proceso de las tres fases básicas que caracterizan toda operación cognitiva; la recepción, el almacenaje y el procesamiento de información, que en el caso de la percepción artística será, lógicamente, de la naturaleza sensorial.
En este contexto, san Agustín es uno de los autores más representativos, ya que analiza el problema platónico de la sensación y examina su fundamento cognoscitivo. En la polémica contra los Académicos, san Agustín defiende la función gnoseológica de la sensación; se opone a las tesis académicas según las cuales todo lo que los sentidos captan de la realidad puede ser engañoso, y argumenta a favor de la veracidad momentánea de la representación sensitiva.
La objetividad de la realidad es todo lo que interesa a santo Tomás, que plantea una estética que concede primacía a la caracterización de la objetividad de la belleza más que a la subjetividad de quien la capta. La belleza es cuanto se ve, se contempla o disfruta, y no el deleite en sí. Los sentidos que captan de forma congruente y desinteresada la belleza son para santo Tomás la vista y el oído. Integridad, proporción y claridad, recuerda Aquino, son los presupuestos de la obra de arte. Esta puede producir y contener moralidad siempre que sea útil para educar y perfeccionar la integridad del espíritu del hombre.
En cambio, en el siglo XVIII se configura como el siglo del nacimiento de la estética moderna y de la construcción de la primera teoría filosófica sobre la educación estética. El clima iluminista favorece la investigación de Friedrich Schiller, a quien se considera el fundador de la educación estética. En sus “Cartas sobre la educación estética del hombre”, publicada en el año 1795, observa que sólo es posible alcanzar la libertad por medio de la belleza; lo único que le interesa es la armonía interior del hombre y su formación a través del desarrollo de todos los sentidos u objetivación mental. En el desarrollo de la disposición estética del alma humana, la ley moral interactúa con la razón y ésta armoniza con la sensibilidad y el sentimiento por medio de la belleza. Por lo tanto, se puede disfrutar de representaciones del mundo diferentes dependiendo de que se comprometan separadamente para tal fin nuestra naturaleza física (la mente, los sentidos), la naturaleza lógica, la memoria o la naturaleza moral, o bien de que facultades se responsabilicen simultáneamente; en este último caso, diremos que entra en juego nuestra naturaleza estética.
En la dimensión pedagógica, Schiller considera la importancia de una educación estética firme como vía única que puede conducir a la maduración espiritual completa —de la razón y de la moral, del gusto, la mente, la memoria y los sentimientos— propia del hombre. Del hombre físico, al hombre estético, precisamente, es el objetivo esencial de la educación estética.
El ánimo (lo mental) pasa de la sensación al pensamiento (la lógica) mediante un estado intermedio, en el que, sensualidad y razón son simultáneamente activas, pero justamente por ello anulan su fuerza determinante y por medio de la oposición producen su negación. Este estado de percepción, en el que el ánimo no se encuentra obligado ni física ni moralmente y, sin embargo, es activo de uno y otro modo, merece considerarse como estado libre. Si el estado perceptual, en el marco del proceso de educación artística es de naturaleza física, el estado de determinación racional o lógica, envuelve todos los sentidos del educando, pues el mismo busca desarrollar todas sus potencialidades, tanto espirituales como psíquicas.