Pero, ¿por qué la identidad negada?, nos podríamos preguntar. Y a seguidas nos podríamos responder: porque ella se nos negó con el abandono y el olvido de la metrópolis, raíz de nuestra larga orfandad y tal vez de todo nuestro desconcierto; porque fuimos olvidados y abandonados a nuestra suerte por España; porque, como advierte Francisco, no pudimos concretar la dominicanidad cuando debimos hacerlo, cuando la metrópolis nos dio la espalda, en los tiempos del éxodo y la diáspora general; porque quedamos como alelados y desconcertados sin saber entonces ni quiénes éramos, ni adónde íbamos, ni qué teníamos que hacer. El poeta Ramón Francisco canta:
¡Tierra de éxodo!
Primero fue el tesoro de la tierra grande;
más tarde Basilea, Aranjuez,
Ryskwy (o qué sé yo).
Después Toussaint, Boyer o Dessalines,
Christopher o Biassou,
las márgenes del río Rebouc,
(o qué sé yo).
Después sólo un rumor cualquiera
desataría tu migración cualquiera"
Tierra de éxodo, tierra de tránsito
¿Quién atreve a decirte
que entre devastaciones,
entre despoblaciones
y emigraciones blancas
sólo así te formaste,
de restos?
Interpreto a Pérez que interpreta a Francisco: la identidad negada es la identidad colonizada, la identidad donde el sujeto de la cultura carece de lugar real y simbólico. Es la dominicanidad aún no asumida, permanentemente falseada y deformada, usurpada por los acuerdos y tratados políticos e históricos internacionales (Aranjuez, Ryswick, Basilea…) que han decidido por nosotros, que han jugado con nuestro destino de pueblo libre y soberano, siempre contra nosotros, siempre a favor de potencias hegemónicas, coloniales y neocoloniales. Por siglos nos han mentido y engañado, nos han ofendido y humillado, nos han oprimido. Pero sobre todo nos han enajenado. Han decidido por nosotros. Nos han dicho lo que somos y lo que no somos, lo que otros deciden que somos. La historia de nuestra nación y de toda la isla de Santo Domingo es la historia de una enajenación. Igual que otros, también nosotros hemos sido víctimas de la enajenación histórica de los pueblos oprimidos.
Lo que se ha querido negar –escribe Pérez- desde una lengua llamada pura, estable y ceñida a modos peninsulares, es precisamente la alteridad, lo que "el otro" reprime desde su manumisión cultural. Desde la otredad negada habla el poeta, la diferencia, el "diferendo", la diferencia planteada por una translectura que pide huellas, tiempos, progresos de lectura y escisiones ideológicas (Pérez, 2002, p. 71).
Llevado siempre por su rigor crítico en la investigación, Pérez se niega a ceder a la comunicabilidad pura y simple, a lo que llama el "discurso pleonástico" (decir, por ejemplo, la pizarra es verde, el cielo es azul). Además de la típica terminología teórico-crítica, propone conceptos novedosos y sugestivos como los de identidad resistente, poética de la resistencia, mirada oprimida, que provienen de lo que llama “cultura-movimiento”, en oposición diametral a la “cultura-monumento”. Esta es una tesis central de Pérez sustentada teóricamente en otros escritos, como el ya citado su Nacionalismo y cultura en República Dominicana, del año 2002. Así, por ejemplo, las manifestaciones sincréticas de la cultura popular dominicana, como el Gagá, forman parte de esa identidad negada y resistente, que por principio y por derecho pertenece a la cultura-movimiento.
El estudio crítico de Pérez contribuye a dar a conocer más a los nuevos lectores la personalidad intelectual de Francisco. Leyendo "Macaraos del cielo, Macaraos de la tierra", un ensayo contenido en el libro De tierra morena vengo (1987), he descubierto asombrado al observador agudo, al investigador acucioso, al pensador intuitivo y al esteta del lenguaje que fue Ramón Francisco, quien se revela como conocedor del sistema religioso del vudú y del rito del Gagá.
La publicación de este libro de Odalís Pérez no puede ser sino un acto de justicia poética y literaria para con un escritor nuestro algo marginado, que vivió alejado del mundillo intelectual, ajeno por completo al excesivo afán de notoriedad que enturbia la atmósfera cultural del país. Pienso que, para las nuevas generaciones de lectores, La patria montonera es una obra llamada a convertirse en referente necesario de la literatura dominicana contemporánea. Es un texto poético revelador de nuestra lucha por la identidad -lucha que, al decir de Ramón Francisco, persiste y que, lejos de ser un hallazgo definitivo, es una búsqueda incesante y afanosa.