En su libro La identidad negada – Los caminos de la patria montonera (2002), Odalís Pérez polemiza sobre el concepto de identidad cultural y nacional en la República Dominicana. El archivo intelectual dominicano -esto es, la historiografía oficial- ha sustraído este concepto, reduciéndolo a una serie de rasgos permanentes y fijos, inmutables y excluyentes.  Por eso hace falta repensarlo a la luz de nuevos abordajes.

Montonera

En la perspectiva de Pérez, el concepto de identidad manejado por gran parte de la intelectualidad dominante en República Dominicana –entiéndase la intelectualidad oficial y oficiosa de las últimas décadas, bajo los distintos gobiernos de turno- es erróneo y desfasado. Y esto así porque es propio de una idea de cultura-monumento que hoy día no logra explicar una realidad siempre móvil y cambiante en eso que queremos seguir pensando como “identidad”. Frente a ella, opuesto a ella, emerge otro tipo de cultura: la cultura-movimiento, que asimila los cambios y que integra los discursos alternativos y subordinados de los excluidos, asume su "mirada oprimida", sus esperanzas y sus expectativas.

En el contexto de la llamada era global (que se presenta a sí misma como destino inexorable, proceso inevitable, acaso “fatalidad” a la que se aboca la economía mundial), la realidad plantea nuevos problemas. El primero es el problema de la relación entre globalidad e identidad. Hoy se hace necesario elaborar una nueva visión de la cultura y la identidad, un nuevo concepto de ciudadano y de ciudadanía cultural y política, incluso una nueva concepción del Estado nacional, capaz de dar cuenta de los cambios y las mutaciones que tienen lugar en esa “identidad” que queremos seguir pensando como algo fijo e inmutable, dado de una vez y por siempre

La alteridad, la otredad, es la condición de ser otro, pero también el hecho de conocer al otro en su diversidad existencial y cultural.  Lo que propone Pérez es entonces pensar la cultura de la diferencia y no sólo la de la identidad; pensar la cultura del "otro", de la alteridad, y no sólo de la mismidad. Pues, como bien nos muestra Derrida, lo que verdaderamente es, es el juego de las diferencias.  Desde la cultura de la diferencia –o también, desde esa identidad otra-, leemos nuestras alteridades y las alteridades del otro. Pero, ¿acaso reconocen nuestros intelectuales el hecho y el derecho a la cultura de la diferencia?  ¿Han afirmado de modo claro y distinto la alteridad, el derecho a ser otro? ¿La han considerado siquiera? ¿Nosotros, los dominicanos del siglo 21, nos hemos reconocido y aceptado en nuestro mestizaje, en nuestro mulataje, en el sincretismo, en esa diversidad sincrética que nos define y nos constituye?

Pérez detecta, apunta, pone el dedo en la llaga del error, del equívoco conceptual de nuestra intelligentsia en su comprensión del tema de la identidad:

 El error de gran parte de nuestros "teóricos", estudiosos, escritores, informadores públicos, educadores, programadores culturales y educativos ha estado (y aún está) en querer entender la identidad como un universo estático e idéntico a sí mismo, limitando así nuestro campo de diferencias (página 172).

En un contexto más amplio, transnacional, se impone una precisión. Pensar una identidad fija y estática, inmutable, siempre igual a sí misma, es hacer metafísica, metafísica de la presencia. Pero ya hace rato sabemos que la crítica de la metafísica, junto con la crítica de la razón ilustrada, es uno de los pilares del pensamiento posmoderno, esencialmente posmetafísico.

Sin incurrir en reducciones maniqueas, en La identidad negada Pérez retoma la distinción teórica, ya introducida en Nacionalismo y cultura en República Dominicana (2002), entre dos discursos: el discurso de la dominación y el discurso oprimido. Frente al discurso dominante, se levanta y opone resistencia el discurso oprimido, que es en realidad un contradiscurso: el discurso que se niega a ser negado, borrado, tachado; el discurso de las voces acalladas y silenciadas de la historia no oficial, marginal y marginada, que aspiran a hablar; el discurso de los seres oprimidos que sueñan con liberarse; el discurso de un sujeto de la historia (de una “historia general del mundo” en pequeño) jamás reconocido; en fin, el discurso de la memoria sublevada.