Durante el proceso de antejuicio a los encartados por el episodio tenebroso del accionar corrupto de la empresa multinacional brasileña Odebrecht en la República Dominicana, salieron a relucir algunas palabras claves entre los protagonistas televisados al país y las cuales reflejan el bastón emocional en la que la sociedad suele formar a sus hijos, y cómo la hipocresía y la doble moral social permean el quehacer cotidiano de algunos ciudadanos.
En primer lugar, los imputados asumieron y defendieron la presunción de inocencia –tal y como le asiste en derecho– con una batería de abogados que en pocas ocasiones se ha visto conformada dada la magnitud de las personalidades afectadas por la decisión de la PGR. Sin embargo, varios de los señalados invocaron aspectos emocionales con ciertas palabras claves, quizás para sensibilizar al juez y a la opinión pública.
Una de ellas fue la honra. ¿Qué es la dichosa honra? Suele ser el amor propio o la consideración que uno se guarda a si mismo. La honestidad, el buen nombre y la fama. Una persona de bien, íntegra, leal. Que cumple su deber a cabalidad. Se dice de lo hecho con honra y honor. Por lo tanto, alguien que merece cierto respeto y la debida consideración.
La segunda frase enarbolada en varias ocasiones durante el histórico proceso inicial del brazo de la Justicia fue el buen nombre. Con frecuencia se suele confundir con el honor, pero no siempre uno acompaña al otro. Y a veces, cada uno anda por su lado. Se puede tener honor y muy mal nombre al mismo tiempo. O se logra cultivar un buen nombre sin una pizca de honor. Los delincuentes saben a qué nos referimos.
En su defensa, tanto los legisladores, como los funcionarios y empresarios imputados no lograron controlar el desbalance emocional al verse expuestos al juicio público, al qué dirán, a la burla, al desprecio, la traición o la defensa de sus leales
Por último, y no menos importante, cabe mencionar el honor. Por el honor ha corrido mucha sangre. Justificada, a veces sí, a veces no. Hubo una época de principios del siglo pasado donde los asuntos de honor por lo general concluían en tragedia. A veces es sinónimo de dignidad, categoría, empleo, hampa o mafia. En muchos casos, es aquello íntimo o público que llena de orgullo.
¿Pero cuál es el reflejo de la realidad de la cultura dominicana, cuando a veces se invocan las virtudes de la honra, el buen nombre y el honor? Es el hecho de que no siempre la mujer que dice ser señorita, en realidad lo es. Incluso, en tiempos modernos cuando los hímenes se reparan a precios de ganga, no todo lo que parece virgen y santo garantiza su integridad.
En su defensa, tanto los legisladores, como los funcionarios y empresarios imputados no lograron controlar el desbalance emocional al verse expuestos al juicio público, al qué dirán, a la burla, al desprecio, la traición o la defensa de sus leales. Y es que el circo asusta cuando se es o se siente impotente.
A esa agonía de la impotencia se suma el temor al presente y el desconcierto sobre el futuro propio y de los suyos. Con la furia mezclada entre sus resquicios, las “víctimas” también dejan aflorar la soberbia, la prepotencia, la vanidad, y la sensación de que ser intocables les otorga el derecho a la protección y el amparo, por ser clase aparte, VIP.
La realidad es que esta sociedad no perdona una. Un solo fallo es suficiente para que el cadalso, con la hoja afilada, haga rodar cabezas sin contemplación alguna, cualquiera sea su expediente de seriedad en la labor pública o en la vida privada. Son muy pocos los casos de figuras claves que han vuelto ha rehacer su vida sin el resquemor, la reputación, la duda o el cuchicheo de los demás. Pero la guillotina que va, viene. Ahí está el peligro, ya que se cosecha lo que se siembra, aunque sea relativo.
El código de honor reza: "Juro ante Dios y ante el pueblo, por la Patria y por mi honor, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes de la República, proteger y defender su independencia, respetar los derechos y las libertades de los ciudadanos y ciudadanas y cumplir fielmente los deberes de mi cargo." Pero la segunda parte es la mejor: “Si así lo hiciere, Dios os depare; de lo contrario, que la nación se lo demande.”