El poder, para la alta dirigencia peledeísta, es hábitat y vida. Esa gente no ha conocido mejor manera de realizarse ni de probar el éxito. Desde Leonel hasta Danilo el Estado ha sido la única y espléndida razón para viajar en primera clase, aspirar el olor a piel en carros de colección, catar un vino de reserva, tutear a una celebridad, darse amantes, tener cuentas en banca extranjera, ser distinguido, atraer a las cámaras, explorar sensaciones lúdicas inconfesables y despertar admiración propia. Basta ojear pausadamente la historia de cada asiento en el soberano comité político.
Hace poco llegó a mis manos una colección de fotos inéditas de ese pasado. Lo que vi me dejó aturdido. Algunas rescataban viejas carencias que hoy abochornarían a muchos. Cada foto arrastraba una reflexión obligada que ponía en blanco y negro el antes y el después. Todavía sus imágenes respiran; contemplar cómo los enseres de las casitas de altos dirigentes desvestían las penurias de esos días batió en mi ánimo un revoltijo de emociones cruzadas, y ni hablar de los fundillos diluidos, las correas corroídas y las suelas remendadas de un ministro respetable cuya imagen de hoy es apetecida por la crónica rosa. Labios secos y cenizos en rostros grasos, así como anatomías pálidas y macilentas que apenas encajaban en camisas y pantalones ajados eran apenas parte de la barata utilería de esos rudos ambientes de privaciones, como testimonio del socialismo teórico en “tiempos de olla”.
Mi interlocutor, de reservada identidad pero con una historia añeja de peledeísmo old fashion, animaba con detalles y coloridos cada foto; lo hacía con tanta lealtad que sus gestos y descripciones despertaban hasta el rancio aroma de esos momentos. Me contó quiénes eran, qué hacían y cómo vivían; yo conocía la historia de otros. Después que el PLD se convirtió en lo que es hoy, esos muchachos, inflados de inspiraciones patrióticas, sueños épicos y energía moral, tomaron rumbos paralelos a un pasado mil veces conjurado que solo revive en anécdotas chistosas de encuentros bohemios. El poder los hizo insensiblemente grandes.
En la cultura peledeísta el poder es oxígeno, sangre y sueño. Para un dirigente, salir de la Administración pública es destierro, locura y muerte; algo así como perder la identidad, la orientación y los sentidos. Y es que el poder desbordó sus sueños sin otro aporte que la militancia como contraprestación. El mejor negocio del mundo.
En la estructura síquica del peledeísta la sumisión partidaria es religión, porque el partido es el poder, ¿o el poder el partido? ¡Qué importa! Lo importante es que el poder los hizo gente pero les quitó humanidad. Por esa razón, salir del gobierno es la más oprobiosa de todas las degradaciones.
Es iluso pensar que Danilo Medina, como arquitecto del populismo burocrático, disponga un expediente acusatorio en contra de un funcionario cuando por corrupción tiene que destituirlo. Danilo, que es mentor y decano de esa cultura, sabe lo que significa para un peledeísta ser apartado del poder. Él padeció las inclemencias de ese exilio y cuando rivalizó con Leonel, en los años dorados del viejo líder, confirmó testimonialmente lo que significa el poder del poder con aquella memorable expresión: “el Estado me venció”. La condición de exfuncionario en un gobierno del PLD es afrentosa y dolorosa. Los viejos compañeros se ausentan, las puertas se cierran, las miradas se escurren y en las reuniones su presencia se convierte en un disolvente natural. El peledeísta, comesolo por genética, solo es solidario en la bonanza y aun en esa condición lo único que puede dar o esperar es la complicidad.
Danilo no somete a nadie. En sus gobiernos los escándalos se apagan con otros ruidos, las denuncias se disipan como espumas y los procesos se diluyen en la instrucción. Todo se guarda en el silencio o en la tácita aceptación. El presidente ha impuesto la ética de la conveniencia: una visión permisiva y voluble que relativiza aquellos desmanes que en contextos racionales abrirían investigaciones complejas. En el gobierno hace tiempo que no se escuchan latidos morales. Danilo Medina tiene manos de mujer para tocar la corrupción; no puede empuñar virilmente un maldito coño y soltarlo sobre la mesa frente a un procurador.
Para el PLD cualquier queja es un grito resentido de los envidiosos, esos que, según ellos, critican con amargura porque no están en el poder. Claro, esa es una valoración correcta cuando el poder es razón de vida y motivo de culto, por eso se cortan las venas si salen de él. Ojalá tengan la dignidad de acometer un suicidio masivo como sucedió en las heroicas cumbres de Masada en el siglo I de nuestra era; entonces contaremos otra historia… aquella que debieron narrar esas fotos arrugadas.