En la Francia revolucionaria el tener, "literalmente hablando", la cabeza sobre los hombros era ya una victoria.

Stefan Zweig, en su extraordinaria biografía de José Fouché, subtitulada "el genio tenebroso", narra en un capitulo la lucha a muerte sostenida entre Fouché y Robespierre. Intrigas, alianzas, acciones entre los actores que terminaron llevando hasta "la guillotina" a quien era entonces amo y señor de este gran país, "el incorruptible": Maximiliano Robespierre.

Evidentemente, sin importar clase o condición social, política o económica, tanto sobre "reyes", "asambleístas", "héroes", "políticos", "militares" o el "pueblo llano", pendía la sombra de este instrumento como la espada de Damocles. Nadie tenía la certeza de que su cabeza no caería en la cesta.

"La guillotina" también ha sido parte de nuestra historia. Los políticos han sido expertos usándola. Más aún los gobernantes.

La han usado para cercenar las posibilidades de que la gente tenga una opinión objetiva de las cosas, comprando medios de comunicación y periodistas por un "sueldo", "una botella", "una contrata", una participación en alguna "junta" o hasta una "embajada".

También la aplican para cortarle "de un tajo" la conciencia a la gente dejándola en la más absoluta pobreza y analfabetismo, y chantajeándola luego con unos "bonos"  y "tarjetas" con unos míseros pesos, irrespetando su derecho a valerse por si mismos y  construir de esta forma su destino.

Así mismo, se ha usado para destajar la Constitución de la República y las Altas Cortes, colocando mayoritariamente políticos incondicionales al partido de gobierno. (Algunos de los cuales nunca se han puesto una toga). Dejando sin cabeza la institucionalidad y la justicia nacional.

De igual forma ha funcionado, impulsada por el uso de los recursos públicos,  para construir lo que el presidente Fernández llamó, cuando estaba en la oposición, "la dictadura de las mayorías". Decapitando nuestro –supuesto- sistema democrático.

En el país, como en la Francia Napoleónica, nadie esta seguro. No se puede disentir. El que no ha dejado la cabeza a la entrada, como en "la mancha indeleble" –extraordinario cuento de Juan Bosch-, es pasible de una campaña vil de descrédito. No importa unos días o toda una vida dedicada al trabajo honesto, si no dejas tu cabeza en la mesa, la guillotina mediática te la cortará, o lo intentará.

La lista de usos que ha tenido "la guillotina" en el país es inmensa. Cada cual podrá hacer la suya. Al respecto solo queda resistir o huir "como un loco" sin dirección, pero lejos –como en el cuento del profesor Bosch.

Sin embargo en mayo, el día de las elecciones, por un momento escaso el pueblo tendrá "la guillotina" en sus manos. Será muy breve el tiempo, tan corto que pueden muchos no darse cuenta y usar mal "el instrumento". Allí, solos con la boleta en las manos y frente a la urna, sin ojos que observen por encima del hombro, los ciudadanos tendremos la oportunidad de decapitar la corrupción, la inseguridad, la ineficiencia (ningún problema nacional ha sido solucionado), la falta de inversión en educación y salud y un largo etcétera.

Debe usarse bien, y evitarse que otros la apliquen en contra de la voluntad de las mayorías, defendiendo y exigiendo respetar los resultados sin "maniobras fraudulentas". Y luego a trabajar, la patria no se acaba en mayo, aunque objetivamente el futuro económico parece turbio, sin importar los resultados.