De nuevo, la figura de Leonel Fernández está en medio de tumultuosas manifestaciones de repudio y acoso. Esta vez, a diferencia de la primera, de esas manifestaciones participan sectores de su propio partido para debilitarlo, conscientes de que su eventual retorno al poder, significaría que el grupo del presidente Medina perdería una hegemonía partidaria que le costó mucho sacrificio y lágrimas. Es una guerrita, inicialmente larvada, que se torna abierta y que deberá encontrar un armisticio para un pacto entre las partes sumamente difícil.
La reelección, es el plan A del danilismo para mantener el actual poder del Ejecutivo y la hegemonía en el partido, para lo cual necesitan un pacto con Leonel para modificar la Constitución, lo que para este eso significaría resignar su proyecto de de retorno al poder en el 16 y hasta el momento eso sólo lo haría con una promesa del danilismo de que lo apoyaría en el 20. Si estos no se aviniesen a ese acuerdo, tendrían que irse por un plan B, apostando por uno de los suyos para enfrentar a Leonel.
Eso plantearía una ruptura entre esas dos fuerzas, un salto mortal de tal calado que expresaría un revolución partidaria de consecuencias imprevisibles. Sería el final del equilibrismo partidario basado en la cultura de las transacciones, de acuerdos políticos entre jefes facciones no democráticamente elaboradas. La fuerza que Leonel en su momento tuvo para enfrentar y hasta aplastar a Danilo, la encontró en su control del Estado y del partido, no en su carácter ni en su temperamento. Esas mismas circunstancias políticas y personales, en esencia, podrían determinar que Danilo ahora hiciera lo mismo.
Dada la naturaleza de ese partido y de ambos personajes, no es descartable que eviten que la sangre llegue al río y se avengan un pacto basado en un equilibrio que a la postre sería irremisiblemente catastrófico. Pero, el sentido común y más que este, el instinto de sobrevivencia debería decirle al danilismo, que cualquier pacto que implicase un inmediato retorno de Leonel al poder significaría el inicio del aniquilamiento de ellos como grupo, comenzando por la definitiva decapitación política de su jefe.
En lo inmediato, Leonel no será nuevamente presidente con la oposición del danilismo y ahí radica su debilidad. El danilismo tendría serias dificultades para mantener el poder sin el concurso del leonelismo, pero en definitiva no es absolutamente descartable que lo retengan sin este y aun perdiéndolo, podrían conservar la hegemonía partidaria para futuras batallas. En tal sentido, para los leonelistas un pacto es de vida o muerte, pero la vorágine en que se está metiendo su jefe limita esa eventual posibilidad y/o el alcance del mismo.
El PLD, para el salir del presente escenario de confrontaciones entre sus facciones, deberá apelar a la cultura de las transacciones en la que siempre se discurrido la vida de esa colectividad política/económica, pero esta vez con precarias posibilidades de serle útil. Es una inédita crisis de casi imposible manejo, de ahí el nerviosismo de propios y ajenos.
Las presentes tensiones entre los dos principales facciones peledeista constituyen elementos importantes de la actual coyuntura política y de ella debe tomar la nota la oposición, pues independientemente de cómo los danilistas y leonelistas resuelvan su dilema, el mismo dice que el poder de ese partido, como ningún poder, deja de tener sus fisuras. En este caso, aprovechar esa fisura es la cuestión y eso sólo puede hacerse a través de la articulación de un movimiento opositor, cuya solidez descanse en la amplitud los de actores políticos, productivos y sociales que lo integren, en la claridad de una propuesta que más que de poder, debe ser de sociedad.