Una diferencia crucial entre una sociedad civilizada y una sociedad bajo el tigueraje, como sucede entre nosotros, es el manejo de los errores.
En principio todos cometemos errores, sea de forma o de fondo, al principio o al final, pues la perfección no es un don que se nos haya dado a los seres humanos. La gran diferencia es: cómo manejar los errores, y solo hay dos caminos: pedir perdón y corregir el error, o buscar excusas para ‘tapar el sol con un dedo’. El tíguere de nuestro entorno es un ayantoso, y puede ‘partirle un brazo a cualquiera con una cara como si fuera un angelito caido del cielo’. Su lenguaje no incluye pedir perdón, sino justificar, aparentar lo contrario, y el hábito pecaminoso de mentir una y otra vez. Pedir perdón, por el contrario, es un hábito de gente madura y de sociedades civilizadas. Esto incluye algunas veces la renuncia ante un voto de censura, o cuando los hechos nos descalifican para seguir en un puesto. Es de grandes ‘tener vergüenza’ ante los demás, sentir ‘culpa’ ante uno mismo, y actuar con ‘miedo’ a la providencia de Dios.
Cuando escuché al Presidente de la JCE pedir perdón por las frustradas elecciones de febrero, sentí admiración, pues vi en sus palabras un acto responsable, como yo mismo lo hubiera hecho. En realidad, no teníamos otra salida, pues la acción malsana incluía el voto manual, y contar solo el voto manual creaba problemas adicionales. Mi crítica en el pasado fue no hacer caso al regateo de Leonel Fernández en las elecciones primarias. Lo sucedido en febrero demuestra que los ‘algoritmos’ de Leonel no estaban del todo equivocados. Critico que no se le hiciera caso a aquella denuncia, e incluso pensé que la oposición debió haber intervenido, pues, si hubo chanchullo en las primarias, lo podrían repetir en las elecciones nacionales, tal como parece que sucedió. De todas maneras, mi reconocimiento a la Junta por pedir perdón.
Cuando el pasado 27 de febrero vine del acto de los jóvenes en la bandera (pasé cinco horas cogiendo sol), quise saber sobre el discurso del presidente Danilo en su última rendición de cuentas, pero, cuando supe que había hablado por dos horas solo diciendo cosas bonitas, pensé: ¿es que no se le ocurre pedir perdón por nada? No tengo dudas de algunas cosas bien hechas en los últimos años, pero las cosas malas son tan serias que le quitan su brillo a todo lo demás. Es como un violador que al mismo tiempo es un filántropo y un excelente profesional. ¿Tiene sentido, cuando se descubre su pecado, solo hablar de su filantropía y de su capacidad profesional? ¿Puede uno celebrar el lado bueno cuando el lado malo viola los más elementales principios de la convivencia humana? Por esa razón me niego a revisar el discurso del Presidente, y cuando me lo ponen por televisión, cambio el canal, pues no tiene autoridad moral para hablar de sus logros, quien no tiene responsabilidad para admitir sus yerros. Lo mismo pienso de los candidatos del partido oficialista. ¿Cómo pueden ser buenos, y postularse por un partido con tantas indelicadezas? ¿Cómo pueden guardar silencio cuando sus representantes cometen tantos yerros? ¿Es que en estos últimos años no ha pasado nada que sacuda sus conciencias?
Me limito a concluir con un proverbio de la Biblia: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (¡El que tiene oídos para oír, que oiga!).