La historia socio-política de los últimos 50 años nos ha dejado aprendizajes que nos orientan sobre aquellas necesidades coyunturales que merecen ser satisfechas y que se consideran como las que deben y pueden hacerse. Sin embargo, estas lecciones surgen de procesos que se han caracterizado por un ejercicio político que en la mayoría de los casos, si bien ha permitido identificar los temas sustanciales, ha terminado beneficiando más a los representantes que a los representados; Anteponer los intereses colectivos sobre los individuales no es una cualidad que adorne a nuestra clase política.
Estas experiencias nos han enseñado que la palabra concertación no se encuentra en el vocabulario de nuestros políticos y que el antagonismo y la rivalidad son las principales herramientas para todo actor. Estas conductas sistemáticas son el germen que ha fecundado la sociedad que hoy tenemos y los políticos que en ella actúan, con sus honrosas excepciones.
Esta rivalidad y erosión en la relación entre los partidos políticos y la sociedad civil no es una situación que sea solo propia de nuestro país. Es una realidad que se viene reproduciendo en toda América Latina desde hace casi el mismo tiempo y que se ha erigido como una retranca para obtener el desarrollo y lograr la correcta sinergia de fuerzas y voluntades para ponernos de acuerdo en torno a los temas fundamentales.
La relación entre los partidos políticos y la sociedad civil no ha sido la mejor ni la que han ameritado las situaciones que luego de la dictadura hemos tenido que enfrentar para lograr la consolidación del sistema democrático de derecho. La sociedad civil ve a los partidos políticos como el enemigo y viceversa.
Una evidencia de esto, es que históricamente hemos podido observar cómo los políticos partidistas, de manera deliberada, han realizado sus agendas conforme sus intereses políticos-electorales y cómo la sociedad civil ha intentado incidir e imponerse en dichas agendas. Evidentemente, este “tira y hala” ha provocado el alejamiento entre estos sectores, consiguiéndose con esto que desatendamos nuestro objetivo fundamental, dejando de lado las costosas implicaciones que esto conlleva.
Los partidos políticos han sostenido un discurso recurrente de descalificación y calumnia entre ellos y hacia aquellos representantes de la sociedad civil, sumada a la conducta contumaz de seguir irrespetando las reglas de la transparencia y la rendición de cuenta. La sociedad civil por su parte, asumiendo el reto de ostentar esta actitud antagónica, beligerante y revanchista ha manifestado un discurso por veces incendiario y de barricada, que más que contribuir al debate, ha agudizado el desaliento que sienten aquellos que han visto el descrédito que ha sufrido la política.
Los políticos partidistas no han entendido la necesidad de que en la conformación de sus agendas no falte el ingrediente que aporta la sociedad civil. Esta de su lado, no ha entendido la diferencia entre ser partidistas y ser político, labor que no le es ajena y que resulta de vital importancia en el proceso de crear consensos mayores a partir de las enseñanzas alcanzadas en la historia reciente.
Alexis de Tocqueville, en su obra cumbre: “La Democracia en América” expresa cómo la sociedad estadounidense de la década de los años 30 del siglo XIX, contrario a la de los demás países del nuevo y viejo mundo, se encontraba unificada en torno a un objetivo común: la consolidación del régimen democrático y todas las consecuencias que de él se derivan.
Los diversos sectores que fluctúan en la vida política nacional tienen por delante la impostergable y ardua labor de desmontar la gran falacia que se ha creado en torno a la política, en donde los actores fungen como enemigos, no como adversarios y donde olvidan en todos los casos la importancia fundamental de consensuar y concertar en beneficio de la colectividad.
Las nuevas generaciones que emergerán en los partidos políticos, deben entender que la sociedad civil es un aliado, y que es la principal fuente para identificar las más sentidas necesidades del pueblo y que solo a través de la concertación, el dialogo y la alianza estratégica podremos encaminarnos en una senda parecida aquella que retrató Tocqueville. La sociedad civil por igual, debe entender que su ejercicio esta compelido ha ser político, no partidista, de modo que permita mostrar a sus pares que el ejercicio de la política puede ser menos repulsivo que como se nos ha pintado. Hago mías las palabras de Bolívar cuando decía: “Formémonos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable”