Ante una situación inusual e inesperada, la solución no puede venir de una idea preconcebida o vagamente pensada en condiciones normales.
Un principio y punto de partida: una escuela, como un sistema educativo, que no se estudie profundamente tiene muy pocas probabilidades de cambiar para ser mejor.
La gestión humana, en cualesquiera de sus ámbitos, se puede fundamentar en conocimientos científicos, la experiencia reflexionada, creencias, intuición e incluso el azar y, por supuesto, la combinación de todos o algunos de ellos. El asunto es reconocer qué tanto nos acercamos a la realidad desde cada una de estas formas de conocer. O dicho a manera de pregunta ¿en qué medida nuestras incertidumbres quedarán respondidas al seguir alguna de estas maneras de conocer o su combinación? El conocimiento científico derivado de la investigación se constituye en la posibilidad de contar con respuestas diferentes a lo que nuestras creencias personales quisieran.
No hay dudas de que una gestión bien y adecuadamente informada estará en mejores condiciones para ser efectiva ante la realidad que enfrenta. Y hay que admitir, que la situación generada por la pandemia por el coronavirus y todo este largo confinamiento, es algo totalmente inusual. Nadie en el mundo contaba con ella. Todos los países han sido sorprendidos por esta situación y, por supuesto, no había, respuestas ante tal situación. La incertidumbre se constituyó en la mayor certeza.
Todas las reflexiones, estudios, documentos desarrollados en el ámbito de las políticas públicas antes de la pandemia no contaban con esta eventualidad y, por tanto, los planes y proyectos propuestos, mucho menos. La pandemia por el coronavirus generó una situación totalmente nueva que nos afectó tan radicalmente, que estaremos hablando de un antes y después de la misma. Todos los ámbitos de la vida se han visto, de una u otra manera, afectados. Aquel o aquellos que piensen que sus ideas prepandemia son una respuesta al problema que enfrentamos, definitivamente no tiene idea de este asunto.
Enfrentar la realidad con sus múltiples complejidades, al mismo tiempo que encontrar respuestas a las mismas, es lo único que puede contribuir con la implementación de soluciones, no solo factibles, sino incluso pertinentes y efectivas.
Todavía a más de un año y medio de iniciarse el confinamiento, la pandemia y su consecuencia COVID-19, siguen siendo una cuestión sin respuesta definitiva, siguen siendo una incógnita. Ahora nos advierten que la mutación del coronavirus, llamada COVID-Delta, se presenta con otras nuevas características y posibles consecuencias para nuestra salud: no hay tos, ni fiebre, pero sí con mucho dolor de cabeza, nuca y espalda alta, debilidad general, pérdida del apetito, y hasta neumonía. Se llega a decir incluso, que es más virulento y con un índice de mortandad más alto, llegando a los extremos en menos tiempo, y como si fuera poco, “a veces sin síntomas”. Se habla de que esta cepa no se aloja en la región nasofaríngea, sino que afecta directamente a los pulmones, lo que significa, que su período de incubación y manifestación es más corto, y muchas veces sin fiebre, incluso.
Definitivamente estamos ante una situación infecto – epidemiológica, aún no comprendida en su totalidad. ¿Cuáles otras situaciones no previstas se estarán incubando? Esa es una pregunta algo difícil de responder que no sea, la de estar observando y analizando el desenvolvimiento de virus de la familia coronavirus.
En el ámbito de la salud mental no es menos complicada la situación. Un evento traumático masivo, como el que hemos vivido, que a la inmediata no parece presentar síntomas, no significa que los mismos no se manifiesten en un tiempo no de muy largo plazo. Se dice que, aunque todavía no ha pasado suficiente tiempo para predecir las secuelas psicológicas provocadas por la pandemia, ya algunos empiezan a hablar de una “cuarta ola sanitaria”, refiriéndose a los posibles trastornos de salud mental que la situación acarrea. Ya de hecho hay estudios que rebelan “síntomas de ansiedad moderada a severa”, por supuesto, “miedos” o incluso, algo relativamente nuevo, “la infodemia”, es decir, la sobreinformación acerca del coronavirus a través de las redes sociales, aumentando la prevalencia de depresión, ansiedad o la combinación de ambas. Por supuesto, que los problemas no son solo manifestación del miedo a un virus “invisible”, sino también consecuencias del distanciamiento social, que puede llegar a manifestarse con pesadillas, terrores nocturnos, irritabilidad, hipersensibilidad emocional, apatía, nerviosismo, dificultades para concentrarse, como incluso, un leve retraso en el desarrollo cognitivo de los niños y niñas. (Los efectos del confinamiento en la salud mental de niños y adolescentes | Mamas & Papas | EL PAÍS (elpais.com)
Estamos claros que el impacto del cierre de las escuelas a nivel mundial, como en nuestro país, ha sido devastador. Que aún con las medidas “urgentes” y planificadas en tiempos records de “clases virtuales” por computadoras, radio y televisión, los efectos perversos en los aprendizajes no se iban a dejar de sentir. Ignorar esto, además de “tapar el sol con un dedo”, es una cuestión imperdonable.
Es de conocimiento público que muy a pesar de la distribución de equipos de computadoras y otros, realizados por el Ministerio de Educación, las enormes dificultades de los sectores más empobrecidos como incluso de los sectores medios de contar con fluido eléctrico constante o más o menos estable, así como “mantener el interés y motivación de los estudiantes”, hace que los esfuerzos realizados no puedan efectivamente paliar las consecuencias en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Los reportajes aparecidos en varios medios de prensa han puesto de manifiesto esta realidad.
Como era de esperarse, hay mucha presión por parte de organismos y nacionales e internacionales, así como de varios sectores sociales para que se reinicie la “normalización de la vida social” y con ello, a la reapertura de la escuela. En nuestro país la escuela con sus 2.8 millones de estudiantes, termina afectando a un amplio segmento de la vida dominicana, como ocurre en general en todos los países. Es evidente, además, de que la pandemia ha tenido estragos en todos los sectores productivos, con mayor fuerza, en las medianas y pequeñas empresas. Solo hay que acercarse, a manera de ejemplo, a los malls de la ciudad capital, para observar que todavía muchos negocios no han abierto sus puertas y algunos, no parece que lo harán, ante la pérdida económica significativa que han sufrido.
La UNICEF ha dado recomendaciones para la reapertura a partir de algunos principios importantes, cono son: seguridad (dotar a las escuelas de las condiciones “mínimas necesarias” para salvaguardar a estudiantes y maestros); equidad (tomando todas las medidas necesarias para garantizar las mejores condiciones para la población de mayor vulnerabilidad); aprendizaje y bienestar (considerando de manera muy especial las acciones más efectivas para responder a las necesidades de aprendizajes de los estudiantes, razón fundamental de la escuela); fortalecimiento de las escuelas (previendo todos los mecanismos necesarios y urgentes de acompañamiento de los docentes) y flexibilidad (previendo también todas las modalidades posibles de educación presencial y a distancia). Todo ello, en los documentos, se aprecia muy bien, la realidad con sus múltiples complejidades y limitaciones dirá: ¿qué será de esto posible, cuándo y en qué condiciones?
La situación planteada nos lleva a la consideración de qué tipo de liderazgo se requiere para orientar estas acciones en los diferentes territorios y a nivel nacional.
El tema del liderazgo educativo, desde hace ya muchos años, ha sido objeto de muchos debates y propuestas. La literatura con respecto a las características de los liderazgos en las organizaciones exitosas ha sido objeto de ponderación e intento de aplicación en el ámbito de la educación. El tema no es nuevo y todo parece que siempre estará presente y, con más razón, en un tiempo de crisis como el que vivimos. Hay quienes insisten en la necesidad de desarrollar una gestión basada en evidencias científicas, es decir, en el conocimiento proporcionado por la investigación y evaluación científica, por contraposición a una gestión basada solo en la “experiencia preconceptual” propia de quienes tienen la responsabilidad de la política educativa.
Una gestión en tiempos de crisis
Las características de la crisis que hoy vivimos son totalmente inéditas. Todas las generaciones que hoy coincidimos no habíamos vivido una realidad como la de hoy. Las situaciones antes vividas incluso, han sido de muy poca duración, que perturbaron la vida cotidiana del sistema educativo por muy pocos meses: el ajusticiamiento de Trujillo, el golpe de estado de Juan Bosch, la Guerra de Abril, la crisis ante las medidas de ajustes del Fondo Monetario Internacional, entre otras. La crisis actual, por sus características epidemiológicas, sociales y económicas, además de su duración, ha tenido connotaciones totalmente distintas.
En ese contexto, ¿cuáles serían las características de un liderazgo educativo eficaz en tiempos de crisis? En los tiempos de crisis, como los que estamos viviendo, recuperar los orígenes y volver a lo esencial de la educación, es una cuestión fundamental.
En ese entorno aún incierto, se hace más perentoria la necesidad de un liderazgo visionario al mismo tiempo que practicante, como bien señalaba Jaime Grinber (1999). Visionario por el ejercicio de una capacidad de visualización del futuro en medio de incertidumbres, pero practicante en el sentido de ejecutar las acciones necesarias que hagan posible la visión.
A estas características quiero agregar otras que entiendo son importante para afrontar la realidad que vivimos. En primer lugar, un liderazgo humilde, que reconozca que ni tiene ni todas las preguntas como tampoco todas las respuestas que hagan posible comprender la realidad que vivimos. En segundo lugar, un liderazgo incluyente, que comprenda que no necesariamente las preguntas que hay que hacerse, como las respuestas que hay que desarrollar, estarán solo alrededor de sus colaboradores más cercanos, y que posiblemente, es todo lo contrario. En tercer lugar, con el coraje de enfrentar las propias ignorancias que la realidad misma pone al descubierto, sobre todo en un mundo de incertidumbres como nunca habíamos visto y vivido. Por último, articulador de las diversas opiniones, no siempre gustosas, que pueden emanar de un conjunto de personas afines y no afines, pero sí interesados y comprometidos con el bienestar de la educación, que es, al final de cuentas, el bienestar de todos los niños, niñas y jóvenes, como adultos, que esperan del sistema educativo respuestas efectivas en este momento tan complejo y crucial, como el que se vive. Es lo que Ernesto Diaz Languardia plantea en su artículo Liderazgo compartido, tiempo de crisis y los fines de la educación[1], cuando plantea crisis y liderazgo escolar: del sentido de urgencia y la soledad del líder, al liderazgo compartido y comprometido con la transformación educativa:
“… junto con el sentido y la responsabilidad moral, que demandan los tiempos de crisis, hay un sentido de urgencia que se impone al liderazgo escolar y que no deja espacio para el optimismo del tipo “todo está bien”, repetido hasta la saciedad y que no admite críticas o discrepancias o la indiferencia del que ha resuelto sus problemas particulares y el de su entorno escolar inmediato. Dicho sentido de urgencia hace que quienes lideran, planteen soluciones más allá de sus intereses particulares, movidos por el interés del conjunto de los actores afectados, poniendo en primer orden los intereses de los más vulnerables o débiles de la sociedad”.
En nuestro país, en sentido general, ha primado en los liderazgos educativos la racionalidad política – partidaria excluyente, la creencia de tener todas las respuestas a los problemas educativos sin necesidad de la evidencia científica, el anteponer la adquisición de recursos por encima de los procesos educativos, el contraponer los intereses corporativos y a veces, hasta personales, a los intereses de los niños, niñas, adolescentes y jóvenes adultos, sujetos fundamentales de la razón de ser de la escuela, de esa manera, la no continuidad de las políticas educativas consensuadas, solo han postergado y han hecho más difíciles y complejas, las soluciones necesarias para lograr una educación de calidad.
La pandemia provocada por el coronavirus lo único que ha hecho es hacer más complicadas todas las cosas, pues es de esperar que su impacto nos está colocando a niveles mucho más bajos en lo relativo a los logros de aprendizaje de los y las estudiantes.
En las circunstancias que vivimos hoy, el liderazgo educativo para ser efectivo tiene que ser necesariamente inclusivo de todos los sectores nacionales que puedan aportar conocimientos y experiencias oportunas. Esta situación desborda los intereses particulares corporativos de cualquier partido o gremio profesional, como incluso desborda las buenas intenciones que un presidente o ministro de educación pueda tener respecto a los procesos de aprendizaje de todos nuestros estudiantes.
Aprendamos de nuestra propia experiencia histórica, la de un pequeño país que ha tenido que “sacar de abajo” para salir airoso de los retos que, históricamente, nos han deparado las circunstancias.
[1] Díaz Laguardia, E. (2021). Liderazgo compartido, tiempo de crisis y los fines de la educación. Revista INFORMA 512. Edición 2021.