Reconocemos que cuando nos embarcamos en este tema de la gestión de la calidad dentro del contexto de la construcción y sus actividades conexas (entre ellas y principalmente el ejemplo de un despacho de arquitectura),   no pretendíamos abarcar mucho más de lo que supone un breve bosquejo que sirviera al lector instruido para interesarse sobre el tema, y al lector genérico como un tema más de divertimento cultural. Luego nos dimos cuenta de que a medida que hemos ido avanzando sobre el asunto nos hemos encontrado con aspectos más y más interesantes, que nos llevarían a, casi, formular un programa docente que nos permitiera agotar todos los puntos encontrados.

En la entrega anterior de esta serie avanzamos algo, poca cosa, sobre el tema de la gestión de la calidad en un despacho de arquitectura;  intentaremos dejar – muy a grandes rasgos- este tema hilvanado,  y siempre dejando las omisiones voluntarias o involuntarias a las referencias que pudieran tomarse e interpretarse de las fuentes por excelencia para estos temas: las norma ISO  9000 y 9001.

Habiendo definido un poco lo que es un SGC (Sistema de Gestión de Calidad), planteemos uno, muy genérico para un despacho de arquitectura al uso (por lo menos al uso en términos ideales y muy a tono con las formas en Europa); un despacho que lleve tanto proyectos de arquitectura como de urbanismo. Ese SGC tendría como rasgos generales que:

  • Garantizar la satisfacción del cliente
  • Procurar el máximo nivel de calidad en el producto ( Proyectos y/o servicios de arquitectura)
  • Establecer canales de comunicación eficientes con todos los agentes (promotores, constructores, administración, etc.).
  • Optimizar la participación de los recursos humanos del estudio de acuerdo a sus competencias y fomentar el reforzamiento de las mismas o la adquisición de otras nuevas.

Esto que parece un poco de perogrullo, no deja de ser el principio de todo y a modo de piedra angular, pero que no siempre sabemos definir en nuestro despachos, a la hora de plantearnos el ejercicio y la oferta de servicios. Pero lo dicho, que aun siendo de perogrullo lo planteado, sabemos que debemos tenerlo como planteamiento de origen,  si queremos gestionar con calidad nuestra organización. Esto, en resumen, tiene un resultado que se podría plantear como el objetivo último de un SGC: la realización de proyectos y otros servicios profesionales, que cumplan con los requisitos solicitados por los clientes y que cumplan también con el marco normativo, pero que además se atengan a unas leyes de mercado un tanto veleidosas, que en ocasiones condicionan en gran medida nuestro producto final.  Si además de lo planteado hasta aquí,  ese producto resultante sirve como escalera o proceso progresivo que nos coloque en posición de mejora constante, la cosa pintará bien.

Etcétera, etcétera y más etcétera

La lista de puntos de un SGC eficiente, efectivo, podría ser larga, muy larga, toda vez que cada despacho u organización, tendrán particularidades que los harán únicos; de ahí que cuando hablamos de la implementación de las normas de calidad ISO, lo hacemos desde el punto de vista de una guía genérica que se tendrá que adaptar a la naturaleza de dicha organización. Una empresa auditora, que nos venga a evaluar nuestro SGC tendrá unos parámetros generales y un espacio para las consideraciones particulares. No será lo mismo evaluar a un despacho de arquitectura que solo se dedique a los proyectos de edificación, que evaluar a otro que solo se dedique a los proyectos de interiorismo…por muy parecidos que sean sus procesos.

Un SGC se basará en una serie de procesos que serán definidos por cada organización, siempre tomando las ISO como referencia si se quieren certificar por esta vía dichos procesos, pero muy particularizados a sus formas.

En el siguiente número de la serie, veremos, un poco, ejemplos sobre esto último. Hasta la próxima.