"Líder no es solo el que administra un grupo humano cualquiera, sino el que sabe conducirlo y enderezar sus torcidas celdas".- José Francisco Peña Gómez

En la víspera de un proceso interno, nuevo, delicado y complejo, como el que se avecina el seis de octubre para el principal partido de oposición, se deberán, más por necesidad que por capricho, conjugar unos elementos que sirvan de estímulos para destacar cualidades especiales de aquellos que pretendan salir airosos del mismo. Máxime, si se quiere arrebatar la antorcha a un grupo de pequeños burgueses que hacen del Estado, su mejor activo.

En el caso del PRM, hijo legítimo de Hipólito Mejía, y sobrino adoptivo de Peña Gómez. Dos figuras se juegan sin lugar a dudas, sus últimas cartas.  El primero: un estadista probado, dotado de características escasas en esta era de la simulación y el allante, hombre de corazón noble y de una sinceridad extrema. El segundo, un novel del quehacer partidario que juega con obstinación, a satisfacer los egos y caprichos de niño rico con el aparato público.

De ambos políticos; se sabe, se dice y hasta se imaginan cosas, se habla de su familia y amigos. Se cuentan historias y se inventan actos heroicos que los colocan frente otros, como las panaceas de la vida cruda y dura. Conocemos sobre ellos lo que los diarios, programas radiales y televisivos,  relacionados, influyentes e interesados nos dicen. A partir de ahí, nos hacemos eco de una realidad, a veces, cierta, a veces falsa.

Mientras, la vida se encarga segundo a segundo, de verificar  su accionar en este paso corto, pero lleno de minutos que en su finita durabilidad, construyen unos hechos imposibles de ocultar. Lo saben todos los que de una u otra manera estuvieron pendientes del otrora PRD. Lo sabemos también, los que auscultamos los anaqueles y las hemerotecas en busca de esclarecer algunos eventos. Y, lo saben, los que por su interés personal y envidia al éxito ajeno, juegan a olvidar lo que saben.

La lealtad inquebrantable de Hipólito hacia José Francisco Peña Gómez, es conocida por todos, parió sacrificios y creó situaciones que le despojaron, por el bienestar de la familia perredeísta de entonces, de candidaturas legítimas.  Le tocó a Hipólito también, la encomienda histórica de crear la última alternativa política en nuestra débil democracia. Y desde ese espacio ha dado lo mejor que posee un hombre de bien para mantener viva la esperanza de la gente… su familia.

Ha sabido, como buen líder, observar los tiempos, tomar el pulso a la situación y desprenderse de todo para mantener encendido el sentimiento peñagomista. Contrario a otros, que prefirieron  siempre, abandonar al líder y apostar a la derrota del pueblo. La historia  muestra los hechos, tienen fecha, nombres y apellidos. Pasó en 1994. Y en 1996, cuando pactaron la odiosa alianza contra la última oportunidad del más fiero defensor de los intereses colectivos, dieron la última estocada a la democracia.

Así se han  comportado siempre, renunciando a sus principios por ventajas pasajeras,  y  no ven más allá de sus propios intereses, no creen en el partido, reniegan de Peña y todo lo que implique recordarlo. Los militantes perremeístas deben saber esas cosas. Porque hoy, más que nunca, se requiere de esa fortaleza recia que solo posee el heredero genuino del pañagomismo, el mismo que llegó al palacio en 2000 y que hoy tiene la encomienda  sagrada de reivindicar esta sociedad.

El seis de octubre es el inicio del 2020 y  la única vía, el camino más corto, lo representa ese hombre que se juega su última carta para darle al pueblo un gobierno pensado en la gente, el campo, la mujer y la juventud.  Como lo quiso Peña, como lo queremos todos. Eso solo es posible con  la fuerza de un líder llamado Hipólito Mejía.