Tenía mucho tiempo sin escribir. Hoy la vida me trae de vuelta a lo que me sale con menos dificultad y lo que más o menos mejor me fluye. Les quiero contar una gran historia de admiración, de cariño, de aprendizaje constante, de desafíos y de eterna gratitud.

Hace poco más de tres años llegué a DICOM de una manera que todavía no me explico. Conmigo se enterró el mito de los padrinos, de las cuñas, de las botellas y la carita bonita. Llegué al gobierno porque Don Roberto me leía aquí, en esta misma columna que siempre me recibe, y por Twitter, que debe ser la forma más moderna de conquistar un empleo.

Una reunión en su despacho fue suficiente para contarme todo lo maravilloso que hacían desde el gobierno de Danilo. Las entregas del Presidente, los videos, el trabajo de producción y la magia de comunicar, de contar historias. Después de escucharlo y yo aceptar la oferta de trabajo, hablamos de Factoría.

“La Factoría es la parte creativa de DICOM”, me dijo, y con la misma sencillez grandiosa que lo caracteriza me habló de la gente que la pone en marcha. Jesús Sosa Ruiz fue el primero en mencionar, y quien por todos estos años se convirtió en mi mentor y en mi gran amigo; pero cada nombre del que hizo mención tenía una marca de cariño casi familiar. A mí cada detalle en su descripción me conquistó y quince días más tarde estaba yo en la Doctor Báez cumpliendo con mi primer día de trabajo. Con ropa formal y tacones, sin saber que aquella maravilla era para tenis, camisa y pantalones jeans.

“Prepárate para entrar a una gran escuela de vida” fueron las palabras exactas de mi papá, justo a mi salida de la reunión con Don Roberto. Y vaya que mi papá no se equivocó. Tuvo toda la razón.

Llegué a DICOM después de quince años trabajando periodismo y leyendo noticias en televisión y en tres años en La Factoría he aprendido más que en casi toda mi vida. Aprendí de la gente, de la vida, del gobierno, pero sobre todo crecí como ser humano y aprendí a soñar en grande. DICOM me enseñó a reconocer y disfrutar la belleza de la cotidianidad. Y aprendí a apreciar lo extraordinario en lugares, miradas y gente.

Recuerdo como ahora mismo, mi primera salida a trabajar. Jesús Sosa, a modo de entrenamiento, me pidió acompañarlo a una jornada de trabajo en un invernadero en Peralta, Azua, impulsado por el gobierno como parte de sus políticas públicas y Visitas Sorpresa.

No eran las seis de la mañana y ya estábamos en Factoría esperando salir con un equipo de fotógrafo, camarógrafo, editor y chofer. Me impresionó el buen ánimo de los compañeros tan temprano, el entusiasmo era parecido al de muchachitos en Día de Reyes.

Llegamos a Peralta, por primera vez en mi vida veía un invernadero y conocí a la gente que pone la comida en nuestra mesa. Jesús me dio la oportunidad de conversar con ellos, de hacerles preguntas y esa mañana fui parte de la producción de uno de los videos de Presidencia. El primero de tantos. Después de ahí, el resto es historia y una muy bonita.

A Don Roberto, como gran gestor y líder, le guardo muchísima admiración, respeto, gratitud y cariño sincero. Por la oportunidad y especialmente, porque vio en mí la capacidad de asumir grandes responsabilidades que ni yo misma fui capaz de ver. Y como yo, muchísimos compañeros más. Le agradezco su ejemplo de trabajo, su sentido de justicia, la cercanía en su trato y la amistad con la que me distingue.

Tengo archivados en mi corazón cada video, cada texto, cada “¡genial!” como aprobación y cada personaje que cuenta una historia de cariño, de compromiso y de entrega en cada pueblo de este país. Guardo el privilegio de formar parte de un grandioso equipo consagrado sin condiciones al gobierno y a la gente. Y por supuesto, me ocupa la eterna gratitud en el corazón por la maravillosa oportunidad de ser parte de la historia, de entregarme la confianza de grandes proyectos y hacerme sentir parte de grandes logros y conquistas.

La vida no me alcanza para retribuir su confianza, la libertad de aportar, de opinar, debatir, poner en marcha mis ideas y la hermosa oportunidad de ser parte de una gran historia que mis hijos leerán en los libros. Nadie me lo contó, igual que todos mis compañeros en la DICOM de Don Roberto, estuve ahí.

Por ahora, sirvan estas líneas para expresar mi eterna gratitud y dejarle un magnífico ¡genial! lleno de cariño, admiración y gratitud por cada logro en nuestra gestión.