La declaración del ex presidente Fernández de que el PLD es una fábrica de presidentes y que durará en el poder dos décadas más, no es una simple de manifestación de arrogancia política, sino una expresión del firme convencimiento de toda una colectividad política que de manera arbitraria se ha arrojado el derecho de ser la única facultada a gobernar este país. Por eso, más que como un partido, esa organización se concibe como una "fábrica" de presidentes… y de millonarios.

Pero, el razonamiento de Fernández no se basa sólo en esa generalizada percepción partidaria del significado de esa colectividad política, sino también en su lectura del contexto político en que la corporación PLD cristaliza su oscurantista concepción del poder. Esa lectura se basa en datos reales, tales como: la extensa base clientelar del partido/Estado, la cual es mas de un tercio de los hogares dominicanos, un control absoluto de la justicia y del grupito que posee las siglas del principal partido de oposición.

En la generalidad de los sectores opositores, no se identifica una clara conciencia sobre el significado de que más de un millón de dominicanos viven de la ayuda del gobierno y más de otro millón vive de su empleo o del hecho de estar incluido en una nómina estatal. Eso significa un voto cautivo que en el peor de los casos ronda el 15% de los sufragios que se emitan en cualquier torneo electoral.

Con tal “colchón”, cualquier partido duerme cómodo para enfrentar no importa cual desafío electoral, máxime cuando se tiene el control de la Junta Central Electoral y del Tribunal Superior Electoral, dos organismos que con sus descaradas y deshonrosas decisiones sobre cuestiones de fondo, favorecen el sector minoritario que se arroja el control legal del PRD, como lo hicieron recientemente, al negar la primera la existencia de la acta de la lista de los miembros del CEN legalmente elegidos en la Convención del 2009 y la segunda el recurso de amparo incoado por los ilegalmente excluidos de dicha lista.

Una estructura de poder de absoluto control en la asignación de los recursos del Estado, a jueces, ingenieros de la construcción, a libre profesionales, etc., puede “fabricar” presidentes y millonarios hasta la náusea y eso no es una simple metáfora, la realidad del aserto lo demuestra la foto de los muchos nuevos millonarios, algunos multimillonarios, que estaban subidos la tribuna y cerca de ella, en el escenario donde se hizo la referida proclama.

Esa fábrica quiere legitimarse y perpetuarse a través de procesos electorales hasta el momento ineludibles, partiendo con innegables y afrentosas ventajas frente a sus opositores. Ese sistema político, legal en su forma e ilegal en su esencia, le permite funcionar y producir una casta gobernante que reina en un generalizado desgobierno, en una generalizada desbandada institucional del país que ha llevado a esta sociedad su fraccionamiento y dispersión.

En ese escenario y posiblemente, en esas condiciones de un sistema esencialmente ilegal es que desafortunadamente desarrollamos nuestra batalla política, es donde estamos abocados a dar una batalla electoral. Para hacerlo con determinada posibilidad de éxito se requiere claridad de objetivos y de articulación de todos los sectores que realmente quieran enfrentar el actual estado de cosas, a través de acciones de masas que desbrocen el camino.

En ese sentido, resulta una ilusión querer paralizar esa fábrica con acciones dispersas y con vanguardismos inconducentes, sin comprender que la actual forma de dominación está profundamente enraizada en la sociedad dominicana, que es incuestionablemente hegemónica. Por lo cual, la única manera de enfrentarla es articulando todos esfuerzos intelectuales y prácticos y evitando las acciones dispersas porque causan desesperanza  cansancio en las masas.

Sólo de esa manera tendremos posibilidad de cerrar esa fábrica, que a pesar de sus diferencias, es administrada por los jefes de las dos principales facciones del PLD.