El texto como un espacio de creación artística en el que las estructuras simbólicas y las expresiones visuales se piensan, desde y para la imagen, con el propósito de subvertir el discurso de la vida y del lenguaje es el objetivo principal de la crítica.
El acto de percibir se transforma en una operación ontológica, que es también un rito mágico. Ver es comprender y comprender es criticar. Esta decodificación conecta la obra con otros ámbitos de la percepción, donde dominan lo temporal e intrahistórico, así como el micro-acontecimiento de lo cotidiano: rebeldías y gérmenes cuyas formas están fijadas en una sustancia internamente desgarrante.
La experiencia crítica se articula a partir de dos categorías centrales de la estética: la epifanía y el asombro. Ambas constituyen una trama con otras dos categorías específicamente modernas: el genio y el gusto. La crítica no celebra la realidad, sino que la integra utilizando recursos analíticos y lúdicos.
La crítica no sólo aparece aquí como poética en sí misma; además, en ciertas ocasiones, esta poiesis crítica se torna superior al objeto que se supone le dio origen. De condicionada, aunque no se lo diga aquí con todas sus palabras, la crítica pasa a ser condicionante, o, cuando menos, autónoma. Supera a su objeto, va más allá de él; se convierte en otra cosa verdaderamente imprescindible.
Dice Reyes: “El impresionismo, campo de la crítica independiente, expresión ya redactada, producto de cultura y sensibilidad destinado a la preservación, es una respuesta a la literatura por parte de cierta opinión limitada y selecta. Orienta la opinión general a dar avisos y materiales a la crítica de tipo más técnico. Es un eco provocado por la obra, que hasta puede valer más que ésta, y conserva todas las libertades poéticas de la creación”.
La experiencia crítica, gravita en torno a una estimativa dominante: la literatura como creación de formas y mundos imaginarios, la literatura como principio constitutivo de lo real y no como un reflejo de él. Una crítica que se impone estas exigencias de la obra misma ¿no encierra una verdadera lucidez creadora, aun cuando esté continuamente al borde de su propia destrucción?