Diversos países del mundo atraviesan situaciones difíciles, provocadas por múltiples causas. Uno de estos factores causales está vinculado al comportamiento ético. Si miramos más allá de nuestras fronteras, nos encontramos con el caso de Perú, de Israel, de Líbano, de Brasil y otros. En España, Italia, Bielorrusia y Polonia también se viven momentos complejos, provocados por actuaciones apartadas de los requerimientos de la ética. Al fijar la vista en el ámbito local, nos damos cuenta de que el debate está en un momento de ebullición, particularmente con respecto al comportamiento de instituciones y de funcionarios del gobierno que ha concluido su trabajo. La sociedad dominicana fortalece su sensibilidad con respecto a las acciones y a los discursos que marginan la ética. Han adquirido fuerza los grupos y las acciones orientadas a restablecer una ciencia tan importante como la ética, tanto en las instituciones del país como en las personas que prestan servicio en el sector público. Las manifestaciones de la sociedad dan señales del interés y de los medios que se han de disponer para mejorar significativamente el funcionamiento ético en las instituciones del Estado y en los servidores públicos. Es necesario que el foco de atención tenga una perspectiva integral. La ética en el sector privado es tan urgente e importante como en el sector público.
El sector privado ha mostrado más capacidad de control y de creatividad para gestionar en silencio sus problemas éticos. Esta gestión inteligente pone en acción un sistema de control que crea dificultades para que se conozca y se analice a fondo cómo opera en el sector privado el rigor ético. En ambos sectores hay instituciones y personas que actúan con apego a la ética. En sendos sectores, hay instituciones y personas que se separan de esta ciencia. Pero es necesario indicar que el comportamiento ético no solo ha de afectar la dimensión institucional en cualquiera de los sectores, público y privado; también ha de tenerse en cuenta en la práctica individual y colectiva. Especialmente, ha de construirse una cultura ética desde la vida cotidiana. Es en el día a día cuando debemos tener en cuenta cuánto nos acercamos o nos alejamos de una actuación ética que evidencie respeto a la propia dignidad y a la de los demás. Es en los hechos más comunes y sencillos donde debemos tratar de identificar qué capacidad tenemos para forjar transparencia y respeto a los bienes individuales y colectivos. Los desafueros éticos se están convirtiendo en hechos naturales; y esta situación afecta profundamente el desarrollo de las personas y de la sociedad.
La educación ética no sobra en este país en ninguno de los sectores ni en ninguno de los actores. Las diferentes instituciones y cada ciudadano hemos de hacer un esfuerzo para analizar qué tanto estamos contribuyendo para que este país avance en materia de ética. Esta realidad obliga a pasar del análisis a la identificación de prácticas concretas que están bloqueando un funcionamiento social y personal digno y nítido. En este campo no vamos a progresar si solo esperamos que los otros cambien sus actitudes y prácticas ante la confrontación ética que viven.
En las raíces de la constante violación a los principios éticos que norman la sociedad, las instituciones y la práctica de las personas, están la carencia de educación social y ética; la crisis de corresponsabilidad institucional y ciudadana, así como la debilidad del sentido de pertenencia a una nación que requiere de nuestro empeño para fraguar una institucionalidad sólida, justa y al servicio de todos. La actuación ética no es coyuntural; obliga en la vida cotidiana a todos los ciudadanos, grupos e instituciones. Desde esta perspectiva, no es posible exigirle a otro lo que estoy violentando en la vida diaria, aunque sea un detalle. En esto la coherencia tiene un rol protagónico. El país espera nuestra contribución personal, institucional y como colectivo, para avanzar en el campo de la ética política, económica, cultural y social. La ética ha de ser una tarea de todos y de todas en la vida diaria.