Retrato de Friedrich Schiller por Gerhard von Kügelgen
Retrato de Friedrich Schiller por Gerhard von Kügelgen

En este artículo continúo tratando el tema de la Estética desde la óptica de la historia moderna con miras a tratar posteriormente, dotados ya de una cierta perspectiva histórica, sobre la visión que de este asunto se forma Schopenhauer en su obra.

La Estética desde su origen ilustrado ha sido fiel a una relación íntima e originaria con la Utopía, –según lo enuncié en mi anterior escrito–, con miras a la realización efectiva de lo estético y lo artístico en la historia.

Esta perspectiva ha oscilado entre dos visiones: una, que aspira a la universalización de lo estético y postula la posibilidad de una liberación humana mediante el triunfo de la dimensión estética del ser humano. Es decir, pretende construir una sociedad en la que el ideal de la belleza salvaría al mundo, tal como lo plantearía un personaje de Dostoievski extraído de la novela: Los demonios. El personaje se llama Sestov, y postula que: Solo la belleza salvará el mundo.

Pero en la Ilustración alemana esta cuestión la trata por primera vez el poeta y escritor clásico alemán, Johann Christoph Friedrich von Schiller (1759-1805), quien aquí traigo a cuento, por ser autor de una obra de gran trascendencia histórica en el campo de la Estética entendida desde una perspectiva utópica: Cartas sobre la educación estética de la humanidad.

En estas disquisiciones Schiller se hace dos preguntas fundamentales para su tiempo: Cuál podría ser el origen desde dónde situarnos para encontrar una vía de salvación de la Tierra y, en consecuencia, para el ser humano. Y, cómo puede gestarse y cumplirse una revolución espiritual que nos permita poner fin al aparato represivo, violento, alienante del ser humano, que viene visto no como un ser racional, portador de valores, sino como una cosa, una bestia de soma, como un esclavo del cual servirse para el beneficio de una minoría privilegiada que disfruta de sus vidas como si viviesen en el paraíso, mediante la creación de un mecanismo perverso de transformar la vida de la gran mayoría en un infierno en la tierra considerada por el cristianismo, como un valle de lágrimas, tal como mantenía vigencia en el Antiguo Régimen anterior a la Revolución Francesa.

Según Schiller, el juego del arte, el carácter lúdico que se realiza en esta dimensión de la actividad humana es el único medio que puede transformar a los hombres en creaturas auténticamente libres. El ser humano debe plantear e ir edificando sus metas y propósitos humanos en su mundo interior, para poco a poco, cuando las circunstancias de la acción maduren, construirlo también, externamente, en una conversión de la tierra en un territorio libre para ejercer la plenitud la vida. En definitiva, Schiller deposita todas sus esperanzas en el cumplimiento de la acción liberadora del arte y la literatura. La perspectiva emancipadora que postula Schiller es optimista, confía, en que al ser humano le será posible superar los obstáculos con los que tropieza: la razón abstracta, el cientificismo vacío e la visión instrumental de lo humano y de las cosas en el mundo.

La otra visión de la que hablaba más arriba es esencialmente de tinte emocional pesimista. Se despliega convencida de que la edificación de la utopía se estrellará contra las fuerzas oscuras de la historia, de lo inconsciente y represivo. Ejemplo de esta es la propia teoria que plantea Schopenhauer en su obra maestra: El mundo como voluntad y representación, que se basa en la afirmación de que la fuerza que domina el mundo en una fuerza ciega, instintiva, afirmadora de si misma como potencia de la negativo, de la ausencia de meta, destino y libertad. Es el reino de lo necesario, el imperio de la voluntad que solo ama y puede percibir su ciego deseo de si misma.

Con tales precisiones concluyo la introducción sobre el contexto histórico en que habríamos de situar su origen como disciplina filosófica y pasaremos, ahora, a tratar, desde ella misma, lo relativo a su método y objeto.

La estética trata sobre el arte. Y enseguida nos preguntamos: ¿Qué es el arte? Empero, ¿a qué o a quién deberíamos cuestionar en torno a la esencia del arte?

Quizás podríamos cuestionar al artista, que es el sujeto creador de las obras de arte. Empero, acontece a menudo que el artista, no tenga ideas claras para definir el arte y que, más bien, para suplir la cuestión nos invite a considerar la obra en sí misma, para que determinemos desde ella, los filósofos y los críticos, la esencia de su arte, y, en consecuencia, la del arte.

El Partenón

El artista sería la fuente de la obra y ésta, a su vez, es el origen del artista. Algunos entienden que es posible referirnos en el campo artístico a que alguien tiene talento como artista. Empero, ¿cómo podríamos verificar esto? Cómo sería posible verificar algo tan indefinido como el talento. Es mejor decir que el artífice se transforma en artista al crear una obra. Afirmo que el maestro se explica en la obra, y lo es únicamente a través de la perfección que se muestra en ella.

En nuestra investigación nos damos cuenta que nos encontramos en un círculo. El artista se explica por la obra y la obra por el maestro. ¿A quien interpelar? ¿Al arte? Empero, ¿no es éste sólo una representación indeterminada, algo abstracto respecto a lo que es únicamente concreto, a saber, el artista y la obra?

En la Estética se utiliza el método circular, basado en el testimonio que nos brinda la experiencia de que en el ámbito creador la relación que guía la actividad humana no adopta el esquema de causa-efecto, esquema de tipo lineal, monodireccional, sino el esquema interferencial de apelación-respuesta.

Para conocer los actos y procesos que corresponden a una trabazón interferencial no basta con estudiar sucesivamente las diversas fases que la integran. Hay que tener ante la vista, en alguna medida, el bloque, la trama constelacional que forman estas fases, y, consecuentemente, su intrínseca respectividad y conexión estructural. Dicho en otras palabras, el método de la Estética, y el nuestro, en este ensayo, consiste en tener siempre, ante nosotros, la totalidad del fenómeno estético, para desde él mismo aprehenderlo en su preñante plenitud.

Fragmento del Cántico Espiritual

Cuando se estudia el fenómeno estético es decisivo seguirlo en su propio terreno; plantearlo en su modo de presentarse como ambigüedad fecunda.

La capacitación de este genero envolvente de realidades no se obtiene adoptando una actitud meramente espectacular, poniéndola ante nuestros ojos en un ejercicio de distanciamiento signado por una actitud indiferente; aparece únicamente en una vivencia comprometida en alcanzar un trato intimo con el fenómeno, que nos permita acercarnos, introducirnos en él, y comprender, desde dentro, la experiencia que intenta cifrar. Ello, actualizado en un encuentro del ser humano integral con la realidad plena de la obra, vista en todo su poderío interior.

Este método, consideramos, se alcanza mediante el acatamiento de tres reglas fundamentales que nos presenta la genealogía que surge desde considerar el pensamiento de Nietzsche: Dejar ser a la obra lo que ella es; abrirnos a la manifestación de su realidad; escuchar, con atención y amor, lo que nos dice.

Asumido lo anterior, deberíamos, ahora, convenir, que sea cual sea la verdadera realidad del arte esta actúa en nosotros. Aunque no sepamos cuál es su esencia, no podemos ignorar que el arte se manifiesta en la obra de arte auténtica. El arte se manifiesta en la obra de arte reconocida.

Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos: ¿Qué es una obra de arte? Y al formularnos esta pregunta deberíamos prepararnos, cada uno de nosotros, trayendo a la imaginación una obra de arte concreta. Aquí, para facilitar la reflexión, he elegido cuatro géneros de obras de arte bien conocidas, cada una de ellas: El Partenón del Acropolis de Atenas (448 – 437 a. C.), que es la arquitectura; el famoso cuadro de Vincent Van Gogh, La Silla (1888) por la plástica; el no menos conocido Concierto para clarinete (bajo) en [a mayor, Kv. 622, (1791) de Mozart, y el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz (1577), que expresa el ser de la poesía. Cuando me refiera a la obra de arte pensad en una de estas obras.

Continuara´…