La República Dominicana es un país que ha vivido experiencias marcadas por la alegría y por el dolor. De todas las experiencias que ha tenido que asumir, ha sabido salir airosa aunque con dificultades de alto nivel. En este momento histórico nuestro país participa de una realidad humana, socio-política, económica y laboral difícil y compleja. Cuando la situación tiene esas características, requiere del esfuerzo colectivo; demanda atención prioritaria y profundización del sentido de pertenencia. Una pertenencia que mueva a la corresponsabilidad y al despliegue de esfuerzos que construyan y sostengan el bien común. Los indicadores que nos hablan de una realidad traumática son incontables: seguridad social precaria porque no responde a las necesidades de los “asegurados”; el 4% de la educación en función de asuntos administrativos y políticos, mientras la calidad de la educación es cada vez más deficitaria; un sistema nacional de salud anacrónico en el que la mortalidad materna e infantil lideran las estadísticas y las muertes en América Latina y el Caribe. Pero además, una realidad en la que el embarazo de las adolescentes se sostiene por el miedo a la educación sexual, y sobre todo, por no contradecir principios y concepciones fuera de la historia, de sectores sociales, religiosos y políticos. Todos estos problemas, más la cultura de la corrupción y de la impunidad que nos golpea, colorean al país de un tono gris. Este tono gris nos quiere doblegar con los sentimientos de impotencia, de que no se puede hacer nada, de que aunque luchemos todo ha de quedar igual, nada va a cambiar. Pero no es así. No podemos dejarnos amilanar por sentimientos que alientan posturas estáticas y egoístas. El compromiso con el desarrollo del país nos obliga a pensar alternativas de solución a los problemas y a unirnos a otros que tienen los mismos intereses y propósitos, para avanzar hacia una sociedad más humana, más educada y más unida en los procesos que se orientan a un desarrollo más integral de la República Dominicana.

Ha llegado el momento de apoyar con fuerza transformadora, los esfuerzos de todos aquellos que les están diciendo NO a la corrupción y a la impunidad. Esta postura le abre paso a la esperanza dominicana y esta esperanza tiene color verde. Sí, es necesario aprender las lecciones clave que derivan de caminar verde, de cantar verde y de bailar verde. Además, es necesario reflexionar sobre los aprendizajes que adquirimos a través de los valores y las nuevas prácticas que derivan de la música verde, de la camiseta verde, de la pulsera verde, de la gorra verde y de la cinta verde. La clave de todas las acciones y de los objetos simbólicos es dejar como legado, un aprendizaje ciudadano que busca la credibilidad de la ética judicial y de la ética gubernamental. Se busca un aprendizaje social que defienda y sostenga la libertad de expresión; que se comprometa con la afirmación y el desarrollo de la democracia. En esta época excepcional que vivimos, les decimos SÍ a las acciones y a los procesos que alientan y potencian la calidad de la democracia social, política y cultural. Le decimos SÍ, al movimiento social que promueve el desarrollo del pensamiento crítico, el trabajo empeñativo a favor de los más empobrecidos y la instauración de un sistema social y político impermeable a la corrupción y a la impunidad.

La impermeabilidad a las prácticas divorciadas del bien común y de los principios éticos no puede ser coyuntural. Ha de ser una práctica sistémica y libre de los temores políticos y religiosos que impacta a los ciudadanos, especialmente, a los que tienen una educación más vulnerable. Hemos de trabajar intensa y activamente en nuestras instituciones para que la educación ética y ciudadana se convierta en una cultura sostenible en la sociedad. Esta es una de las perspectivas que la Educación Superior de República Dominicana ha de fortalecer en sus propuestas académicas y en su incidencia social y política. Desde el ámbito de la Educación Superior podemos aportar más significativamente para que la corrupción y la impunidad tengan menos incidencia en los jóvenes estudiantes, en los profesores de las instituciones de educación superior y en los gestores de estas altas casas de estudios. La esperanza verde nos recuerda que el desarrollo y el avance de la República Dominicana dependen del esfuerzo de todos, aunque los niveles de responsabilidad y las posibilidades sean diferentes. ¡Demos ahora lo mejor de sí!