Para que se puede pretender “enseñar” la filosofía tendríamos que llegar primero a su definición: Es un saber histórico milenario de un lenguaje muy refinado, que se ha venido configurando en una práctica apodíctica que se encuentra en las obras capitales de los grandes pensadores. Filosofar es pensar de manera eminente.

Para alcanzar esta práctica debe haber un conocimiento radical del instrumento fundamental para formular el pensamiento: un saber histórico del idioma, de las etimologías de las palabras, del significado que asume en el lenguaje la vivencia del tiempo y de la sintaxis de la palabra, pues los mayores fantasmas surgen al dar consistencia real a simples signos o sonidos articulados de una determinada manera.

Llevo más de cuarenta años reflexionando y luchando por establecer una metodología y una didáctica para tales fines que sea adecuada su enseñanza para nuestra cultura.

Veo en la prensa de hoy y en esta red (Facebook), la noticia de que el ministerio de Educación piensa restablecer su enseñanza en el ciclo de estudios básicos. En parte me alegro, pero desconfío porque desconozco de lo que se piensa hacer en concreto.

En casi todos mis libros este es un tema central y tengo ideas claras de lo qué creo hay que hacer, basado en mi experiencia. Creo con Pedro Henríquez Ureña, que respecto a la educación ante todo debemos establecer nuestro Discurso del método y comenzar por lo más elemental.

Enseñar filosofía no es suplir al alumno contenidos, sino enseñar a hacer, a pensar de manera ordenada y clara para lograr situarnos en nuestra época y en nuestra cultura.

Después de más de cincuenta años como catedrático, escritor y administrador académico creo que deberíamos tomar como modelo una materia que el gran Hostos estableció como eje de su modo de enseñar a pensar.

Se trataría de restituir y ampliar los objetivos de la asignatura que denominó como lectura comprensiva.

Sé que actualmente esta materia existe en el currículo vigente, pero se trataría de que el estudiante aprenda a leer activamente enriqueciendo su vocabulario con un uso intensivo de los diversos diccionarios y que aprenda a escribir y a exponer de manera simple, pero cuidada y con claridad, que es lo que saca de ese ejercicio de lectura y reflexión.

Y para aprender a escribir tal como nos enseñan los grandes maestros, hay que -tal como señala Borges- que leer continuamente y aprender de memoria textos y poemas, pues como subraya el argentino, en un verso: “Felices son los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, pues ellas iluminarán sus días”.

Estimo que a los problemas complejos hay que buscarles respuestas claras y sin rebuscamiento, basadas en la experiencia histórica de la humanidad en general, y desde nuestra cultura en lo específico.