El primer libro de Física en América Latina se publicó en México hace más de 400 años, pero esa ciencia no encontró cabida en las 20 universidades creadas por los Habsburgo, ni en las 8 de los Borbones, y no tuvo mejor suerte en la colonia portuguesa.

En la época republicana, en las postrimerías de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander promovió la creación de tres universidades en las que serían las capitales de Ecuador, Colombia y Venezuela, que se alejaban del modelo de las universidades de la colonia, pero los primeros esfuerzos significativos en Física o áreas afines tuvieron lugar en Argentina, y Ecuador.

En Argentina, Rivadavia invitó a Mossotti y, en 1878, Sarmiento creó el Observatorio de Córdoba, en cuya inauguración tuvo ese famoso discurso que lo volvería símbolo de la promoción de la ciencia latinoamericana, y en Ecuador, García Moreno creó el Observatorio de Quito y fundó la Escuela Politécnica Nacional. Fueron iniciativas criollas que corregían problemas estructurales herencia de la época colonial, pero favorecidas, en los casos de Rivadavia y García Moreno, por experiencias y situaciones coyunturales europeas, el proceso de unificación italiano y la expulsión de los jesuitas, en el marco de la Kulturkampf de Bismarck.

En el siglo pasado, la Física empezó a desarrollarse con iniciativas locales, Wataghin en Brasil, Sandoval Vallarta y Blas Cabrera en México, Beck (don Guido) en Argentina, que crearon las condiciones para que, hacia la mitad de siglo, esos países liderasen un desarrollo orgánico, real y autóctono. Esto ocurrió con la creación de las Escuelas Latino Americanas de Física (ELAF) y del intergubernamental Centro Latino Americano de Física, promovidas por Giambiagi, Leite Lopes y Moshinsky (GLM), artífices del salto de experiencias locales a una visión regional.

En los años ’80, hubo un fuerte apoyo de parte del premio Nobel Abdus Salam y del Centro Internacional de Física Teórica de Trieste (ICTP), fundado por él veinte años antes y que hoy lleva su nombre, pero para un impacto sobre Centro América hubo que esperar veinte años más, cuando el apoyo del ICTP a la región se reforzó gracias a la acción del cuarto director del ICTP, Fernando Quevedo, y de uno de los centros que éste contribuyó a crear, el Centro Mesoamericano de Física Teórica (MCTP) de Chiapas, y de su director, Arnulfo Zepeda.

En Centro América, el desarrollo de la física había empezado en el último cuarto del siglo pasado, y por cierto de manera bastante limitada. Eco de las ELAF fue la creación, gracias a Little, de los Cursos Centro Americanos de Física que, a comienzos de los años ’80, se abrieron al Caribe, y en particular a República Dominicana, y quien escribe tuvo el honor de estar entre los docentes del primer curso caribeño que se llevó a cabo en la UNPHU. En ese entonces, había algo de Física en una de las universidades católicas y la incipiente Sociedad Dominicana de Física interactuó con el recién creado Centro Internacional de Física de Bogotá, debiéndose recordar el rol de colegas y amigos como Lulio Blanchard, Rafael Cuello, Juan Evertsz, Plácido Gómez y Luciano Sbriz. Sin embargo, todavía queda mucho por hacer en la región, si se considera que la Tricentenaria Universidad San Carlos de Guatemala solamente hace pocos años abrió una Escuela de Física, de rango no facultativo.

La lección regional de GLM ha sido hecho propia por el Consejo Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) que, a partir de 2012, gracias a la visión de su Secretario General, Alfonso Fuentes Soria, y en colaboración con el ICTP y Quevedo, promovió la creación de sendos doctorados regionales en Física y Matemática. República Dominicana, que está presente en el CSUCA a través de la UASD, aunque en principio también otras universidades públicas podrían adherir, no ha aprovechado esta oportunidad. Su participación ha sido marginal, limitada a aspectos organizativos y de selección de los candidatos, y sin que hubiera ninguna candidatura.

Este programa regional se está fortaleciendo gracias a uno de los 8 proyectos seleccionados, entre unos 135, por el SICA y el IDRC de Canadá, el mismo cuyas finalidades son formar una Red Centro Americana de investigadores en Ciencias naturales, (RCN), y ampliar y fortalecer el sistema de doctorados regionales.

Este proyecto no incluye las Matemáticas, y en Química y Biología hay una activa participación dominicana. Esto no ocurre en Física donde nuestra presencia ha sido limitada. Hay que recordar que el doctorado regional en Física del CSUCA, que ya estaba funcionando en Panamá y en El Salvador, recientemente abrió un tercer programa, en Guatemala. Honduras ha seguido el proceso con interés, pero antes de comprometerse activamente con el doctorado, el mayor exponente de la Física hondureña, Armando Euceda, ha abogado por formar primero un grupo de jóvenes posibles candidatos. Interés hay en Nicaragua y en Belice.

Estos desarrollos regionales, acompañados por el que se está registrando en el país, ponen hoy la física dominicana en una doble encrucijada. ¿Debe tener como meta un desarrollo independiente o uno que sea parte del regional? Y ¿Es mejor afianzarse en lo existente o abrirse a nuevos campos de la física, actualmente no cultivados?

La primera pregunta es la pregunta central ya que la segunda está, en cierta medida, aunque no necesariamente, subordinada a la respuesta que se dé a la primera.

Es interesante recordar lo que, sobre estos temas, a finales del siglo pasado, Juan José Giambiagi escribía en un artículo poco conocido para la Revista de la Asociación de Profesores de Física de la Argentina que publica la Universidad Nacional de Córdoba.

Según Giambiagi, el reto principal que tenía que sortear América Latina era el de una amplia formación doctoral, que se obtuviera utilizando las competencias existentes en el continente, con una meta ideal que él ponía en 10000 físicos antes que finalizara el siglo pasado. Giambiagi subrayaba también que el futuro de la física latinoamericana dependería de su capacidad de responder a los múltiples retos a los cuales la física puede responder, y esto lo llevaba a cuestionar un modelo de desarrollo centrado en pocas áreas.

La situación de América Central y Caribe está en retardo respecto a la de los países de mayor desarrollo del continente, pero esas reflexiones de Giambiagi son útiles y no pueden no ser compartidas por quien tenga como meta el desarrollo científico (e inducido por el científico) del país.

Esto se sustenta tanto en una razón científica como en consideraciones de interés general. Temas como el cambio climático, los problemas energéticos, la participación en grandes proyectos internacionales de los cuales muchos se realizan en el propio continente, e inclusive podría pensarse en algún proyecto para la región gran caribeña, la mejora de la enseñanza secundaria, la respuesta a la demanda de la industria, de la agricultura, de la salud (física médica, pero no solamente) requieren que los jóvenes interesados en estos temas se puedan formar, sin el condicionamiento de la indulgencia para con el mito que se deba fortalecer lo existente, lo cual nos lleva a la segunda razón, válida en cualquier país, pero de manera especial en los en desarrollo con pequeñas comunidades científicas. Hay que combatir en sus raíces el riesgo de un inbreeding, que, favoreciendo la creación de grupos autorreferenciales, obstaculizaría el irrenunciable desarrollo equilibrado a largo plazo de cualquier ciencia.

No estamos seguros de que la proyección regional esté suficientemente presente en la agenda de la Física del país y que se aprovechen adecuadamente las oportunidades que están surgiendo en la región.

Para el doctorado, República Dominicana está gestionando un doctorado nacional. No es nuestra intención analizar si exista en el país la capacidad de sostener un doctorado nacional creíble a nivel internacional. La evaluación de esta capacidad es de competencia de los organismos demandados a dar los reconocimientos necesarios. Dejado por un lado este asunto, debe ser reconocida la oportunidad de preguntarse si es mejor lanzarse en una tal iniciativa separadamente, contando con perspectivas de apoyo externo cuya efectividad es de verificar y en algunos casos han mostrado ser volátiles o inclusive inconsistentes, o no sea mejor la aproximación regional mancomunada de los demás países del SICA, seguida en el país por Biología y Química.

La investigación en física es fuertemente internacionalizada. Dada esta característica, ha sido lamentable que el país haya perdido la oportunidad de organizar el VII Congreso Latino Americano de Física. Éste hubiera debido tenerse en 2020 en la PUCMM, con el apoyo del MESCyT, según la asignación que se le hizo, a finales de 2018, en Puebla, en la sesión de clausura del VI Congreso Latino Americano de Física, cuyo Comité Organizador tuve el honor de presidir.

Hubiera debido ser considerado fantástico por la comunidad de los físicos que una universidad como la PUCMM tuviera la visión de comprometerse en esta iniciativa, a pesar de no tener una carrera de física, aunque el Congreso hubiera sido funcional al fortalecimiento de sectores de investigaciones ya sólidos en esa institución.

Inicialmente, la Sociedad Dominicana de Física, SODOFI, a través de su presidente (miembro dominicano, valga la anotación, del Comité Organizador del Congreso), confirmó que apoyaría la realización del Congreso. Luego, quizás por la sobre estimación de un posible impacto negativo sobre un Congreso que estaba programando, subestimando en ese caso un posible impacto negativo sobre el Congreso anual del MESCyT, dada la coincidencia de muchos de los invitados, una serie de estériles discusiones sobre cómo hacer real el apoyo, llevó a paralizar la organización del Congreso, perdiendo así una oportunidad histórica.

¿No hubiera sido mejor para el país unificar la realización de los tres Congresos, como los organizadores del Congreso Latino Americano y el MESCyT habíamos propuesto?

Esto hubiera podido fortalecer el Congreso de SODOFI, y quizás le hubiera permitido aprovechar este año la oportunidad de la realización virtual, cuya gran potencialidad fue comprobada por el éxito del Simposio sobre las perspectivas pospandemia para la ciencia latino americana, y el rol de la integración regional y de la cooperación internacional.

Otra oportunidad perdida por razones análogas, aunque, a diferencia del Congreso Latino americano, se puede esperar rescatarla, fue la de crear un Centro regional de ciencia de materiales, el CRICMA. Mientras algunas universidades apoyaron fuertemente, a nivel de sus más altas autoridades, este proyecto, hubo una reacción fría de parte de los representantes de otras instituciones, aparentemente no muy convencidos del futuro de una iniciativa de esta naturaleza y de su capacidad de atraer cooperaciones en la región. Eso contribuyó, aunque no fue la causa exclusiva, a lo que se espera haya sido una simple congelación del proyecto. Los desarrollos de la RCN muestran que cooperaciones regionales en este campo se están de todas formas desarrollando, con la participación de algunos de los científicos que habían apoyado con más convicción el proyecto del CRICMA, proyecto que sin duda habría implicado un liderazgo dominicano en estos proyectos regionales.

Estas oportunidades perdidas requiere una reflexión sobre cómo se vea la integración regional, también pensando en otras iniciativas dudosas, como, en 2019, el anuncio de Revista Caribeña de Física, (ignorando que en el Caribe existe desde hace décadas la prestigiosa Revista Cubana de Física), que todavía no ha publicado el primer número, y este año se ha prometido publicará las contribuciones al Segundo Congreso de la Sociedad, algo que las revistas prestigiosas suelen reservar a sus suplementos.

¿Hubiera sido oportuna una mayor integración regional de la física dominicana? Y ¿Es posible promoverla?

Es obvio que la respuesta que da quien escribe a esta pregunta es afirmativa por una razón que no se puede poner en duda. La integración regional es el único futuro que se puede imaginar para nuestra región. Es inimaginable que, en un tal marco, pueda haber islas de regionalización limitada. No cabe duda que sin una fuerte cooperación regional, el rol que le puede quedar asignado a la Física por el sistema mundial de investigación es inevitablemente secundario.

Obviamente no se puede ignorar que justamente por esta razón, el logro de la regionalización en un área particular requiere de la participación de diferentes actores. Los físicos y su sociedad, cuyo acceso no es abierto, como mostró un episodio que no es necesario recordar, pero bien conocido por la comunidad, son actores importantes y necesarios para realizarla, pero la afirmación de esta evidente necesidad no debe hacer olvidar que la competencia de las políticas científicas de un país es en primer lugar del Gobierno nacional. Es posible que algunas de las acciones necesarias puedan entrelazarse con el ambicioso proyecto de Silicon Beach, que, aun cuando hasta ahora no ha tenido los desarrollos deseados, sería la estructura ideal para fortalecer el rol del país en esa área contribuyendo al mismo tiempo al desarrollo regional, y, por su envergadura, podría permitir acciones de otra forma inviables.

En otro plano, es esencial el rol de las universidades. Ellas deben hacerse cargo del problema de qué metas perseguir en una disciplina, cuyo rol fundamental es ampliamente reconocido. Respecto a esto, es posible que Giambiagi sobre evaluara el rol de la universidad pública, algo razonable en los países líderes de la ciencia latinoamericana, pero que no corresponde a la realidad de la mayoría de los de nuestra región.

Sin embargo, privado no significa individual. Un plan nacional de desarrollo consensuado y apoyado por el Gobierno puede permitir que se abran nuevas carreras de física. Éstas pueden, eventualmente, tener sesgos particulares, que conyuguen las necesidades del país y la visión y misión de cada universidad. Esto no se aplica solamente a la investigación científica. Es crucial el tema de la formación de maestros, por su importancia para asegurar el nivel de los futuros estudiantes.

Un programa de esta naturaleza no es solamente un programa académico. Las razones que lo sustentan son globales. Sería reductivo limitar la alianza público-privada que lo pueda permitir a una colaboración entre universidades privadas, públicas y gobierno. El impacto esperado de un tal programa sobre el desarrollo del país puede atraer la participación de otros actores que contribuyan a identificar y caracterizar los sesgos particulares a que nos referíamos.

Si estas reflexiones contribuirán a concientizar todos los actores mencionados acerca de la necesidad de que la oferta de formación a los jóvenes interesados en la física tenga una perspectiva de mayor alcance que la inserción en las objetivamente pocas líneas de investigación existentes, un tal cambio de paradigma dará a nuestro sistema de educación superior una posición destacada en la región, y permitirá a nuestros investigadores participar activamente en el desarrollo científico regional.

La alternativa autárquica de seguir haciendo de lo mismo, por excelente que sea la calidad de nuestros investigadores, podrá tal vez asegurar algunos nichos de alto nivel, pero es muy improbable que pueda llevar a cerrar la brecha científica entre nuestro país y la de América Latina, y a tener una sociedad científicamente avanzada, con lo que esto implica en lo económico y social.