“El miedo tiende con demasiada frecuencia a bloquear la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación en pos de un futuro mejor”.

(Martha C. Nussbaum: La Monarquía del miedo).

La elite política y la subordinación de la elite económica ha conllevado que el crecimiento económico del país no guarde la misma relación con el desarrollo humano, que el crecimiento de la infraestructura material no esté correlacionado con el soporte del desarrollo de la superestructura, esto es, del conjunto de aparatos jurídicos políticos. No hay, por decirlo así, una correlación, una sincronía entre la materialidad y el grado de observancia, de respeto al marco normativo, institucional que lo valide.

El resultado es la asunción del poder. Aquellos que tienen más poder político, más poder económico terminan por imponerse más allá de la construcción del Estado de derecho, de las reglas y regulaciones contempladas en las disposiciones que al respecto emanen del conflicto, de la negociación. La elite política/económica sufre, en gran medida, del síndrome de la almohada asesina.

Consiste el referido síndrome según Cubeiro, citado por Pilar Jericó en su libro Gestión del Talento “en el hábito de consultar con la almohada que demora la toma de decisiones, la tardanza”. El síndrome de la almohada asesina lleva en sí misma el peso lacerante de la arritmia histórica en el cuerpo social dominicano. Es la fragilidad del miedo acogotado en el peso trepidante de la ideología del poder trujillista. Es que, en el cuadro de la institucionalidad democrática, la figura de Trujillo, no el fantasma, se encuentra en el imaginario de esa elite. Ello, pues, se expresa en el personalismo, en el caudillismo, lastrando miserablemente todo el tejido social-institucional y con ello, el desarrollo humano y la inclusión y cohesión social.

El cambio es intrínsecamente a la naturaleza humana y ésta es la respuesta, en el orden político, a la democracia: en constante evolución, reconstrucción; no se agota, es y constituye fuente infinita de la finitud de la existencia medular de cada uno de nosotros en el plano sociopolítico. Es decir, hay una hilaridad en la validez, en la efectividad individual que solo es entendible en la dinámica de esa extensión política incorporada al ritmo de las necesidades materiales y espirituales.

Esa burguesía nuestra y los actores políticos en el poder en los últimos 20 años no pueden exhibir ninguna transformación estructural. El modelo económico es el mismo que nos legara Joaquín Balaguer y solo en el 1992 hubo reforma fiscal. En el orden jurídico-institucional hemos tenido nuevas leyes, tres constituciones desde el 1994 hasta la fecha cuyas caracterizaciones es la inobservancia, la falencia y una verdadera anomia institucional.

Para la elite política y económica, la posposición es su encanto del baile. No gozan de proyectar con compromiso cierto y acción de una visión de país y empujar en el marco del cuadro que reflejen lo dispuesto en cada realidad. En el caso del empresariado dominicano se adhieren como lapas, como sanguijuelas al poder político. En vez de impeler, propulsar los cambios en el ordenamiento institucional y su debido proceso, se ausentan y cuando deviene la crisis, gritan anudado en la vergüenza.

Es una cobardía histórica acendrada por la imposición de Trujillo en un capitalismo tardío. En la actualidad es un pánico al Ejecutivo del Estado, dado la iniquidad que han fraguado en la irresponsabilidad social corporativa (42 a 45% de evasión y 60% en impuesto sobre la renta). Los presidentes conocen sus debilidades, sus carencias y falencias y juegan un rol de frio y caliente en el poder de recompensa y coerción. No tenemos una burguesía que asuma su rol en el sistema. No comprenden su peso como clase y su papel en la sociedad de mercado en el Siglo XXI. Actúan como si estuviésemos en el Siglo XX, de los años 50. Su influencia en la economía es de 83%. Lo que quiere decir que independientemente de la macrocefalia del Estado, el peso del empresariado es gravitante, no así como actores estratégicos de su propia sociedad.

No actúan como clase gobernante, no tienen conciencia de clase. Son el epónimo de clase en sí. No buscan el punto común como clase:

 

Sistema: Sociedad – Burguesía – Empresariado – Mercado – Instituciones: Interactúan de manera significativa, en tanto que sistema, para poder operar con sostenibilidad. El resultado son agendas bien preparadas, bien elaboradas con reflexiones interesantes, empero, inconclusas por la gravidez de los actores políticos que solo piensan en elecciones, aplazando, postergando constantemente la agenda societal (Verbigracia: la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo con sus dos imperativos categóricos: Reforma eléctrica, Reforma Fiscal para 2013 y 2015).

Lo que ocurrió en las primarias del 6 de octubre con todas las violaciones a las leyes (33-18, 15-19, 41-08, Reglamento Junta Monetaria, la Constitución) y los fraudes, en todas sus modalidades y dimensiones: si se produjese en mayo sería el colapso, no ya de los partidos solamente, sino nos veremos al borde del desmayo, la quiebra de la democracia minimalista. Sería el vahído, la paralización y con ello, la dimensión de la crisis. Una crisis electoral constituiría la subjetividad que desbordará el mínimo de consenso.

Frente a una crisis de confianza tan acusadora que hay en los actuales funcionarios y la insuficiente credibilidad en las instituciones y los poros penetrantes de la fractura y fragilidad del sistema político, derivan en una crisis si toleramos el abuso de poder y el síndrome de la almohada asesina. ¡Tenemos como sociedad que despertar y decir basta ya de la ignominia, de la inequidad y la iniquidad como fuente protagónica del poder. Vamos a demonizar el miedo y el abuso, el fraude y el tigueraje antes de que el comportamiento colectivo cobre cuerpo. El proceso de dominación no puede seguir en esta crispación. Se requiere nuevos consensos, nuevos debates de ideas!