Las personas tienen que aprender a ser políticas. Esto conduce a la necesidad de garantizar una adecuada educación política desde temprana edad.  En el país esta necesidad se torna más que urgente para erradicar la “política de circo” y los desmanes a que nos tienen acostumbrados los políticos criollos.

La política no es solamente “lo que hacen los políticos”. Si así fuera, el rechazo y el desinterés por parte de una gran mayoría de ciudadanos estarían más que justificados. Pero a sabiendas de que es algo más que esto, en vez de alejarse de ella o dejarla a la suerte amañada de avivatos y dinosaurios políticos, habremos de “educar políticamente” para lograr una participación política amplia, activa, reflexionada y responsable.

Si asumimos la educación política como el conocimiento y ejercicio de los derechos y deberes que como ciudadanos tenemos obligación de saber; como educación cívica y educación para la vida, entonces, queda evidenciado que la educación política no sólo incumbe a los jóvenes, sino a todos los ciudadanos de un país, hombres y mujeres,  niños, jóvenes y hasta los adultos mayores. 

Con ciudadanos políticamente educados, la práctica política se depura y se adecenta. Mientras más educada políticamente es una sociedad y la mayoría conoce y ejerce sus derechos, sus libertades y responsabilidades, la calidad de ciudadanía crece, mejora y se fortalece, creando un poder ciudadano con fuerza suficiente para reclamar la  construcción y aplicación de una “Constitución y unas Leyes justas” y una mayor eficiencia de las políticas públicas y los servicios del Estado.

La educación política conduce a una profunda toma de conciencia de la participación política como derecho y como deber. Despierta la capacidad de aprender a deliberar públicamente sobre los temas de interés ciudadano y a exigir el respeto a los derechos de las personas en todos los ambientes donde se desenvuelve: hogar, vida en pareja, escuela, trabajo, partidos, gremios y espacios de convivencia ciudadana en general.   

La educación política asume una noción de la política que se fundamenta en la idea de la ciudadanía activa; esto es, en el reconocimiento del valor e importancia del compromiso cívico y de la deliberación colectiva sobre asuntos que afectan a la comunidad política.

La comunidad política, por tanto, constituye un grupo de personas unidas por el compromiso de llevar a cabo una determinada forma de vida política: aquella que presupone una participación activa y creativa de los ciudadanos en la gestión de los asuntos comunes.

Con personas educadas políticamente se reducen “las víctimas” de las trampas del caudillismo, el mesianismo, el asistencialismo, el autoritarismo y   el populismo. La educación política desarrolla una conciencia alerta para luchar contra la manipulación del poder que conduce a la sumisión, al clientelismo, y al establecimiento de regímenes caudillistas, autoritarios y continuistas.

La escuela y el hogar, que de manera preponderante deben formar para la vida, habrán de hacer la suya la responsabilidad de ofrecer educación política. La escuela deberá asumir su papel en la educación política desde el nivel básico hasta la universidad.

Resulta ilusorio exigir esta responsabilidad a los partidos políticos del país. Primero tendrían que demostrar que son capaces de organizar sus casas, comenzando por aplicar la democracia interna que atentaría contra las  prácticas del caciquismo político que los lleva a considerar las organizaciones partidarias como fundos personales, de amigos y familiares. 

Algunos autores, sin embargo,  entre ellos Ronald Dworkin recomiendan introducir cursos de política contemporánea desde la enseñanza media. El autor no se refiere a simples cursos o lecciones donde se enseña a los estudiantes la estructura del gobierno, ni a cursos de historia donde se  celebra la historia del país. Se refiere a cursos “donde se planteen las cuestiones que en la actualidad son objeto de las polémicas políticas más acaloradas”.

El objetivo pedagógico predominante debe ser transmitir cierta percepción de la complejidad de estas cuestiones, cierta comprensión de las posiciones distintas a la que es probable que los estudiantes encuentren en su casa o entre sus amigos y cierta idea de la forma que podría adoptar un debate razonable y respetuoso sobre estas cuestiones.

La principal estrategia pedagógica debe un intento de inscribir estas controversias en las diferentes interpretaciones de aquellos principios  que cabría esperar que los estudiantes aceptan: por ejemplo, los principios de la dignidad humana, que constituye hoy la base común para todos los dominicanos.

La educación política debe ser el fundamento de la “cultura democrática”, asumiendo que la cultura democrática no consiste únicamente en la difusión de ideas  democráticas  o un conjunto de programas educativos o publicaciones dirigidas al gran público, ni mucho menos un discurso hueco que repite muchas veces la palabra democracia, sin llegar a defenderla y, mucho menos,  a practicarla.

La cultura democrática “es la concepción del ser humano que opone la resistencia más sólida a toda tentativa de poder absoluto –incluso validado por una elección y despierta al mismo tiempo la voluntad de crear y preservar las condiciones institucionales de la libertad personal”.

Ojalá que la educación política no resulte ser una iniciativa que nace boicoteada por aquellos que se benefician de su ausencia. Negar la necesidad de educar políticamente constituye una actitud irresponsable y engañosa. ¡Engañamos a las futuras generaciones si permitimos que la nación prosiga con una farsa de democracia!