Desde hace buen tiempo la teoría económica relaciona el desarrollo con la educación. Los vínculos han sido bastante estudiados y, está claro que no es una simple relación de causalidad, sino más bien la existencia de círculos virtuosos entre ambos fenómenos. Por eso, no todas las teorías económicas coinciden en atribuir a la educación el rol determinante en el desarrollo, e incluso algunos teóricos la ven como efecto más que como causa (razonan que no son más ricos por estar mejor educados, sino que están mejor educados porque son más ricos); pero estos son pocos, pues entre los tratadistas del desarrollo existe virtual consenso en que el crecimiento se explica esencialmente por incrementos de la productividad, lo cual no es posible a largo plazo con bajos niveles de educación.
Desde hace varias décadas, en la sociedad dominicana se conoce que la educación no anda por buen camino. Se sabía que los niños iban a la escuela, pero poca importancia se daba a si aprendían. No es que se tenían datos fehacientes de bajo aprendizaje, pero algo se sabía. Primero, se atisbaba por los escasos recursos de que disponía la escuela; segundo, se percibía por el escaso tiempo que se dedicaba a la misma, comenzando por las eternas huelgas de maestros y las pocas horas de aprovechamiento efectivo. Y después se supo más por los resultados de las pruebas nacionales.
Pero eso a la sociedad parecía no importarle mucho. Los maestros presionaban, pero no era por mejorar la educación, sino por intentar superar su propia miseria. Mucha gente los apoyaba o reclamaba más recursos al gobierno, pero era más bien motivado en sus deseos de justicia social, no de calidad educativa. Incluso las propias encuestas de opinión indicaban poca inquietud por el tema. Al ser preguntados por el principal problema del país, muy pocos ciudadanos mencionaban la educación.
Y eso es congruente con la propia teoría sobre el desarrollo que, al relacionar la educación con el crecimiento, se concentraba en aspectos cuantitativos, tales el porcentaje de alfabetizados, la cobertura del sistema y los años de escolaridad. Incluso el propio Índice de Desarrollo Humano del PNUD, lo que medía eran esos aspectos, no el aprendizaje.
Hasta que se descubre que un año de escolaridad adicional no produce las mismas habilidades cognitivas en un país que en otro, o en ambientes diferentes dentro de un mismo país. A partir de ahí el paradigma cambió, y se comprende que lo determinante para el crecimiento no es cuántos niños va a la escuela ni cuantos años asisten, sino lo que se aprende.
Por suerte, en los últimos tiempos los principales esfuerzos de medición se han concentrado en tener indicadores fehacientes de calidad. A nivel de América Latina, el más conocido es el Estudio Regional Comparativo y Explicativo del Laboratorio Latinoamericano de Evaluación de la Calidad Educativa (LLECE). A nivel de los países más desarrollados, el Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes (PISA), mediante el cual se determina cuánto saben y qué son capaces de hacer con lo aprendido los jóvenes de 15 años, pero, hasta hace poco tiempo, limitado a otros contextos, debido a que se aplicaba solo en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico. Aunque su ámbito se ha venido ampliando a otros países, incluyendo de América Latina, República Dominicana nunca ha sido sometida a la prueba de PISA.
Otros indicadores se recopilan por distintos medios en el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial. Pero en todos los intentos de medición, la educación dominicana rompe diversos records de ineficacia a nivel continental y mundial en términos de aprendizaje. Incluso, habiendo quedado a la cola de América Latina en las evaluaciones regionales, después se descubre que aún aquellos países que habían quedado en las mejores posiciones en nuestra región, cuando han sido sometidos al PISA han terminado entre los últimos. Esto quiere decir que la educación dominicana es la peor valorada aún cuando es comparada con las peores del mundo.
Recién hace unos años la sociedad dominicana tomó este asunto en serio, y recién hace dos años se está haciendo un verdadero esfuerzo gubernamental por afrontarlo, comenzando por los sueldos de los maestros, la construcción de aulas y la jornada completa. Pero pongámonos de acuerdo en una cosa: son muy importantes los platos de comida que se sirven en la escuela; son muy importantes la cantidad de horas que están los niños en la escuela, y muchas cosas más. Pero al final lo verdaderamente importante es qué y cuánto se aprende. Dediquémosle atención a eso.