Bienalidades (1)

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El nuevo siglo-milenio es fértil en maravillosas ficciones teóricas y verbales: neos, pos, ismos. La posverdad, la poshumanidad, el poshumanismo. El saber que legitima tales elucubraciones es un saber ambicioso en un mundo caótico y convulso, fragmentado, consciente de sus alcances, pero incapaz de reconocer sus límites. Nos azotan nuevas “utopías”, febriles y delirantes, nuevas narrativas “emancipadoras”. Como esa de intentar vencer la propia mortalidad física (que no la artística, o literaria, o científica). La nueva soberbia babélica. En lugar de superar las contradicciones que definen a la humanidad, lo que se pretende es franquear sus límites insuperables.

2

Lo real y lo virtual. La pretensión de lo virtual es reemplazar a lo real para erigirse en una nueva realidad. En la era del cibermundo ya no se trata de mantener una relación dialógica y compleja entre lo real y lo virtual. De lo que se trata es de disolver y reducir a pura virtualidad aquello que llamamos “lo real”, “la realidad”. Jean Baudrillard estaba en lo cierto: vivimos hoy en la era de la simulación, del simulacro, de la hiperrealidad en todo, desde el mundo de la “gran política” hasta el de la interrelación personal. No sólo vivimos en un mundo en el que se nos hace cada vez más difícil distinguir entre lo que es real y lo que es virtual.  Vivimos también en una época en la que nos resulta imposible saber la verdad de nada porque los hechos ya no parecen importar a nadie. Es el reino de algo infame llamado “posverdad”.

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Cualquier virtualidad no es nada frente la densidad real de la existencia, de este aquí y ahora. Ninguna existencia en lo virtual supera una angustia lacerante que define la vida misma.

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La prioridad excesiva otorgada al concepto en detrimento del objeto, que define a buena parte del arte contemporáneo, le ha hecho un enorme daño al arte de hoy. El arte conceptual ha incurrido en excesos deplorables, y ha pasado de la audacia a la insulsez y del modelo al estereotipo, cuando no a la caricatura. Repetir o copiar vulgarmente hoy, cien años después, el ready-made de Marcel Duchamp, no sólo no tiene nada de original y novedoso, sino que también delata una imitación servil y burda de gestos semánticos que en su momento fueron significativos y transgresores, pero que hoy ya no significan ni transgreden nada.

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Innovar, reinventarse. El arte de innovar es fundamental a las sociedad dinámicas y creativas. Pero también es esencial innovar en el arte. Toda la historia del arte es la historia de una alternancia fabulosa de repeticiones y de innovaciones: estereotipos y rupturas.

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El ciberarte bien podría ser la nueva cara del arte. Y talvez sea la forma de arte del futuro. O una de sus formas esenciales. Aunque francamente aún no veo a los artistas dejando de pintar, o de dibujar, o de esculpir, sobre lienzo, papel, madera, piedra o bronce.

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Esas grandes exposiciones de hoy de obras y artistas en modalidad virtual-digital son fabulosas.  Curadas y montadas en espacios expositivos conocidos, suponen nuevas posibilidades de experiencias estéticas para el público espectador, nuevas percepciones sensoriales. Ciertamente, prescinden del objeto artístico físico, ausente en la exposición y sin embargo presente siempre como referente. La imagen digital remite a la imagen material y el soporte digital al soporte físico. Al final, el concepto no puede prescindir del objeto.

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El problema con el llamado arte digital o ciberarte es que aún está por definirse. ¿Es solo el resultado de un uso intensivo y extensivo de un medio tecnológico? ¿La tecnología es un medio para un fin o un fin en sí mismo? Creo que el ciberarte corre el riesgo de volverse autotélico: un arte que convierte el medio de que se vale en un fin en sí mismo.

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Reafirmar, recuperar el prestigio del objeto, salvarlo del intento de reemplazarlo por su formulación conceptual, es una de las tareas pendientes del pensamiento estético contemporáneo.