Si nos lleváramos por los titulares que habitualmente salen en la prensa creeríamos que allí afuera se está casi acabando el mundo por una crisis económica. Y eso no es cierto. En realidad la economía mundial lo que está es en medio de una recuperación  tras una larga crisis; o como dice el Fondo Monetario, un débil repunte del crecimiento. Por estos días los medios se llenan de noticias pesimistas solo por la razón de que se va descubriendo que la recuperación es más lenta y tortuosa de lo que se creía.

Pero la economía mundial no está en crisis. Quienes están en crisis son América Latina y Rusia, no el resto del mundo. La economía estadounidense se encuentra en situación bastante favorable, con fortalecimiento de los mercados financieros y de trabajo; Europa va mejorando en la medida que se recupera el consumo de los hogares, alentado por los bajos precios de la energía; lo mismo pasa en Japón. En ambos casos, los menores costos de la energía y de muchas materias primas también favorecen la actividad industrial.

Las economías de Asia y África también están creciendo, aunque su ritmo ha decaído.  La misma China, que tanto nos llama la atención, sigue creciendo a una velocidad capaz de despertar la envidia de la mayoría de los países.

Lo que está haciendo China es reorientar su modelo económico de exportador hacia el consumo interno. Los chinos han descubierto que, si bien las exportaciones son fundamentales como motor del crecimiento, ninguna sociedad puede desarrollarse permanentemente sobre la base de producir para el exterior, pues en algún momento su población deberá comenzar a recoger los frutos de su progreso.  Eso significa consumir más. Para ello hay que subir salarios y desarrollar un importante sector de servicios. Además, la moneda comienza a revaluarse. El sector industrial puede resentirse.

Lo que pocos imaginaban es que eso iba a tener un impacto tan descomunal en los precios de los productos básicos, principalmente el petróleo, y su eventual contagio hacia los países de Sudamérica. Al desplome de este último producto han contribuido también otros factores, derivados principalmente de cambios tecnológicos, medioambientales y geopolíticos.

América Latina sí está en crisis. Pero aún dentro de nuestra región la mayoría de los países no lo está. La crisis afecta severamente a Brasil y Venezuela, y en menor medida, Argentina, Ecuador y Colombia y algunas islas del Caribe.

La caída de precios del petróleo y el resto de los bienes primarios, que para Sudamérica y México ha constituido una desgracia, para Centroamérica y el Caribe ha sido una bendición. Muy especialmente para nosotros, que mantenemos una dependencia extrema de ese combustible, totalmente importado. Para la balanza de pagos ha supuesto una economía en importaciones por casi dos mil millones de dólares en los últimos dos años, redundando en el déficit de la cuenta corriente más bajo en décadas, ha reducido drásticamente la inflación, ha contribuido a incrementar el consumo (y por tanto el empleo) y ha favorecido el turismo. 

Mal les está yendo a los que lo producen. Lo que pasa es que aquellos suelen ser más grandes y pesan mucho en el promedio regional, a lo que se añade el aminoramiento del crecimiento en otros países. Pero tampoco el mundo se está acabando. 

Siempre me ha llamado la atención la volatilidad de las expectativas, es decir, cómo cambia el estado de ánimo de los analistas a partir de eventos coyunturales, como un mal día en las bolsas, un cambio en el precio del petróleo o la devaluación de una moneda. En base a ellos se elaboran teorías que parecerían determinar el futuro de manera contundente, cuando en realidad muchas de estas cosas tienen efectos relativamente pasajeros o geográficamente delimitados.

Hace quince años en el escenario mundial se respiraba el ambiente de que América Latina constituía poco menos que un total fracaso. Eso cambió de un momento a otro al extremo opuesto, hasta el punto que cinco años atrás se hablaba de que algunos países de la región se estaban convirtiendo en nuevas potencias económicas. Nunca entendí de dónde salía tanto optimismo, pues ningún país subdesarrollado pasa a ser potencia porque su economía crezca 6 o 7 por ciento por unos años.  Ahora se vuelve a respirar el ambiente del fracaso. Ni una ni otra cosa es cierta.