El anuncio de un posible brote de difteria, enfermedad infectocontagiosa, cayó como una bomba, sorprendió a todo el país. La campaña mediática que acompañó la noticia no contribuyó a tranquilizar la población. De repente, la pregunta de lugar en todos los ambientes era saber quién había sido vacunado, si las vacunas de los niños estaban al día y si habían recibido sus refuerzos; hasta se preguntaban qué significaban las misteriosas letras DPT. Frente a la duda, a la falta de un sistema primario de atención y a cierta desconfianza en el sistema de salud, muchas personas adultas alborotaron clínicas y hospitales y optaron por hacerse vacunar hasta sin necesidad. 

La intranquilidad llegó a su máximo cuando se informó acerca de posibles casos del temible padecimiento, que resultaron ser falsas alarmas. La enfermedad solo costó la vida a un niño haitiano recientemente llegado al territorio dominicano, a pesar de que existe todavía una brecha del 20 a 15 %, reconocida por las autoridades sanitarias, en cuanto a cobertura en contra de la difteria.

El “brote” vino como anillo al dedo para confirmar que del vecino país solo pueden llegar plagas, confundiendo un poco más una parte de la población que lentamente corre el riesgo de ser envenenada por el tóxico virus del racismo y de la xenofobia. Es interesante notar que el temor de este brote fue concomitante con el pico de la burda campaña llevada a cabo por algunos sectores contra la migración haitiana y la política migratoria del gobierno.

Sin embargo, es interesante notar que en América Latina cuatro países han declarado casos sospechosos de difteria en los últimos años: Colombia, con un caso; Brasil, con 40 casos sospechosos y 5 confirmados; Haití, y Venezuela.

Según los datos de la OPS, el brote que se inició en Haití a fines de 2014 acumuló un total de 410 casos, incluyendo 75 defunciones. En las primeras cuatro semanas epidemiológicas de 2018 se notificaron de 2 a 5 casos probables.

A poca gente le ha venido a la mente que la creciente migración venezolana podría también ser portadora de enfermedades y que en ese país se han registrado brotes de difteria desde julio de 2016. Desde entonces y hasta ahora se notificaron un total de 969 casos probables (324 casos en 2016, 609 en 2017 y 36 en 2018), de los cuales 726 fueron confirmados por laboratorio y clínica y 113 defunciones. 

Esas cifras nos hacen tomar conciencia que, para evitar enfermedades prevenibles, sobre todo en países que tienen altas migraciones y que se ven afectados por fenómenos naturales, como el nuestro, se necesita una cultura y una política de prevención que la población no ha acatado y que no ha sido prioridad del gobierno. En tiempo de migraciones y de globalización no hay muros que impidan el paso a virus y bacterias.

Para lograr los objetivos de prevención, en nuestro país se necesita de manera imperativa la creación de un sistema eficaz de primer nivel de atención médica, que ha sido frenada por intereses tantos económicos como políticos, y una inversión en salud que alcance por lo menos el 5% del PIB. Ese el promedio actual en América latina, mientras en nuestro país se invierte apenas el 2,5 del PIB en salud.

Hoy en día, el perfil de salud dominicano se caracteriza por altas tasas de mortalidad materna e infantil y por la presencia de enfermedades prevenibles. Es un modelo de atención con un acceso inequitativo a los servicios y a la protección de salud para las poblaciones más pobres y vulnerables, con mayor probabilidad de enfermar y morir.

Para colmar la brecha de la inequidad, la sociedad dominicana debería unirse en torno a la exigencia de un 5% del PIB dedicado a la salud como lo hizo exitosamente para conseguir el 4% para la educación.