A pesar de múltiples, sostenidos y hasta generosos intentos, la componente política que en nuestro país se auto define como alternativa, de izquierda o progresista, esta no acaba de darse la indispensable fisonomía e identidad que le permita convertirse en una referencia política con capacidad de recoger el generalizado deseo de cambio y de inclusión social que, para sus fines, de alguna, manera sí  logran capitalizar los dos grandes partidos del sistema.

Deseo y voluntad para crear esa referencia no le ha faltado a ese espectro de fuerzas políticas. Pero, las iniciativas puntuales, coyunturales, sobre todo electorales que han ensayados los diversos grupos que la integran, tanto los  organizados desde larga data, como los que se integran de manera coyuntural en los momentos electorales, no logran cuajar.

Sin ser concluyente, insistiré en los factores que entiendo determinan esa lamentable circunstancia. Lo primero que llama la atención es que hemos ido demasiado lejos en la formación de grupos y en la cantidad de animación de iniciativas tendentes a crear la deseada alternativa al actual estado de cosas, esos grupos e iniciativas crecen directamente proporcional a la acentuación de la falta de espíritu de lucha o de apoyo popular que requieren para convertirse realmente en alternativa.

La Historia no recoge el dato de que los procesos de cambio requieran de manera indispensable de un programa (generalmente son meros listados de intenciones) exquisitamente diseñado para que la gente se una e impulse un proyecto alternativo. Incluso, se registra el dato de que muchos proyectos inicialmente pensados en una determinada perspectiva, terminan con resultados muy diferentes a los inicialmente planteados, la llamada ¨actualización¨ del curso de la revolución cubana constituye un ejemplo.

Registra, sin embargo, que, además de los proyectos y del líder que sería su principal impulsor, todo movimiento alternativo requiere un proceso de acciones colectivas alrededor de la cual se cree la debida identidad del mismo. Pero, esa identidad no puede construirse al margen de una idea general sobre la sociedad que se quiere construir como alternativa.

De esa manera podría superarse lo que, según destacados historiadores y científicos sociales, constituye una constante en la historia de los cambios sociales: cuando se prefigura o se realiza un proceso de cambio, sus impulsores y participantes no puedan abstraerse de los elementos de la cultura política e ideales aprendidos e interiorizados personal y colectivamente en la sociedad y practica que desean superar.

En tal sentido, es necesario reflexionar sobre el hecho de que si bien son muy variados los sujetos, los principales animadores de las iniciativas para crear una alternativa política en este país vienen o han tenido como referencias políticas las diversas experiencias de intentos de cambio revolucionario en todo el mundo, las cuales han orientado sus particulares prácticas. Y, sin embargo, insisten en querer construir una alternativa política en el país partiendo de cero, como si no fuera necesario pasar balance de lo que fueron esas experiencias, además de un balance de sus propias prácticas, para de esa manera no solamente poder integrar al proyecto los nuevos actores, sino evitar que las prácticas limiten la potencialidad de dicho proyecto.

Ese balance no es lo único que nos sacará del círculo vicioso de tantos intentos fallidos para crear esa alternativa, pero constituye un paso ineludible para elaborar un cuerpo de ideas claras sobre la sociedad que se quiere y con las cuales se podrá construir la imprescindible subjetividad que haga posible el apoyo popular necesario para orienta una acción colectiva creíble, con claro sentido de direccionalidad.

No basta con pregonar la unidad de una diversidad de actores para alcanzar  un fin, es necesario que se tenga una idea base sobre ese fin y desde mi punto de vista, si bien tiene que recoger lo mejor los objetivos que en el pasado nos llevaron a la acción y lo mejor de algunas experiencias de cambios fallidas, en esencia, un nuevo proyecto debe ser claro en rechazar lo desdeñables de esas experiencias y prácticas.

No se puede crear una alternativa sustentada esencialmente en las denuncias, esta tiene que descansar en una propuesta aglutinante, interiorizada por sus sustentantes y participantes mediante un proceso de acciones colectivas y no privilegiando candidaturas o candidatos prefabricados o construidos por la voluntad de estos o de los grupos que los presentan.

Ahí, en gran medida, radica la debilidad de las alternativas hasta el momento ensayadas, por cual es necesario dejar de ver en las coyunturas electorales el momento de organización y diseño de un proyecto de cambio en este país, pasar balance de nuestras prácticas desde la perspectiva de cambio.