En la conformación de la Junta Central Electoral, encargada por ley de todo lo relativo al sistema electoral y del resguardo de la identidad de los ciudadanos,  se presentan desafíos de gran calado. Algunos de esos retos se advierten a simple vista, otros no.

La punta del iceberg en la integración de la JCE es la necesidad de que sus miembros sean independientes y competentes.

El enunciado de independencia tiene dos esferas: interna y externa. En el ámbito interno, radica en la confirmación de que se está en condiciones de actuar con libertad de criterio, porque así corresponde a la propia formación personal, firmeza de carácter o moralidad.  Sin embargo, esto no basta.

La  independencia es un concepto relacional: se es independiente con respecto a algo, a un quién o a un qué. No se es independiente por sí solo. Además, en buen derecho, el criterio debe tener algún grado de razonabilidad objetiva que permita al ciudadano percibirlo. Por consiguiente, la manifestación externa de la independencia es esencial. Esta consiste en no tener relación cercana con las partes de la materia que se arbitra, lo que se traduce en la ausencia de afiliación o vínculos cercanos con los actores del sistema electoral y no tener una relación de dependencia del resto de la estructura estatal. Por supuesto, siempre podrá haber independientes prejuiciados, puesto que la imparcialidad se demuestra en la praxis. Sin embargo, es indudable que la dependencia agrava el riesgo de parcialidad y sobre todo, desprovee al organismo de la aceptación de la comunidad, que es indispensable para ganar legitimidad.

En fin, en el aspecto jurídico-institucional, importan tanto el fondo como las formas. El debido proceso se alimenta de ritos y de manifestaciones visibles, que en esencia, proveen un cauce formal. La mujer del César tiene que ser seria y aparentarlo.

Con respecto a la competencia, no son solamente los requisitos formales de estar titulado profesionalmente y habilitado para el ejercicio, que son las acreditaciones que hacen presumir que se poseen ciertas capacidades técnicas. Hay otras competencias más sutiles, que serán herramientas indispensables para poder participar colegiadamente, entre ellas, la razonabilidad, el pensamiento crítico, la empatía y la posibilidad de comprender la lógica interna de las normativas aplicables.

Sobre ese último punto, la formación jurídica es muy importante y nunca dejará de serlo, cuando se trata de administrar e implementar sistemas normativos complejos. Las reglamentaciones, resoluciones y procesos deberán ser coherentes con los objetivos explícitos de las normas y con sus respectivos modelos fundacionales, que descansan en principios y valores subyacentes -a veces implícitos- que responden a un diseño institucional, a la vez que encajan en un contexto jurídico más amplio.  Esa tarea no es sencilla.

Otro factor importante lo será la diversidad de género. Varios estudios aseguran que los equipos de hombres y mujeres funcionan mejor, tienen una perspectiva más amplia.

Finalmente, la base del iceberg es más profunda.

El pleno de la Junta Central Electoral es un cuerpo colegiado, cuyo funcionamiento eficiente debe tender al logro de objetivos organizativos comunes. Para desempeñar a cabalidad su labor, los nuevos miembros deberán tener entre ellos relaciones de calidad, que son el catalizador para desarrollar una inteligencia colectiva que supere sus talentos individuales y justifique el plenario.

Nuevamente, la independencia de todos servirá de excelente punto de apoyo para prevenir la formación de silos y permitir que se genere una confianza recíproca. Las agendas ocultas no favorecen el intercambio dialéctico.

Para que el pleno de la Junta Central Electoral que está por ser designado, logre verdaderas transformaciones en nuestra cultura democrática, conviene que el Senado logre integrar un grupo que sea lo suficientemente diverso pero que, al mismo tiempo, comparta rasgos esenciales que les permita a los electos reconocerse en el punto de partida de su andadura. Estas cinco personas tendrán que sostener discusiones racionalmente motivadas sobre temas trascendentes. Es lo ideal que sus competencias personales y profesionales tengan puntos de unión que incrementen sus oportunidades de cohesión.  Ese, en mi criterio, es el verdadero reto invisible.

Nota: La autora es candidata en el proceso que se celebra ante el Senado de la República.