En su conjunto, el peledeismo es arrogante, desafiante y en determinadas coyunturas, avasallante; la actitud del grupo hegemónico dentro del PLD frente al tema de la Ley de Partidos es sólo un ejemplo. Por sus particulares intereses, ese grupo mantiene su puja por las elecciones primarias con padrón abierto, contrario a la posición de la aplastante mayoría de la clase política y de la sociedad civil, e incluso de una significativa parte de dicho partido, que prefieren las primerias cerradas. En cualquier otro país, tal circunstancia terminaría en una propuesta de dialogo de parte del grupo de mayor incidencia en las instancias de poder, pero aquí la respuesta del grupo hegemónico ha sido la aprobación de dicha Ley a través de sus senadores, consignando las primerias abiertas.

En términos de arrogancia, es difícil establecer diferencias sustanciales entre Leonel y Danilo, pero este último es más incisivo, más decidido y menos propenso a observar ciertos escrúpulos. Lo demostró cuando usó la figura del tiburón podrido que se ‘comió” para reelegirse y lo demuestra ahora con la farsa de sus senadores al aprobar una Ley, conscientes de que la misma para ser efectiva debe ser aprobado por la Cámara de Diputados. También, al utilizar la injuriosa introducción que hiciese el presidente del Senado a la sesión de rendición de cuentas de Danilo en la última sesión del Congreso para mandar el mensaje de que su facción seguiría utilizando el debate sobre las primarias como parte de su estrategia para mantenerse en el poder con o sin este como candidato.

El danilismo sabe que solamente lograrían hacer pasar su Ley de Partidos si compran algunos diputados, cosa fácil de lograr y si Leonel se suicida políticamente ordenando a sus diputados que la apoyen, algo más difícil, aunque no imposible. Pero para el danilismo ese no es el punto, lo que le interesa es el empantanamiento de la Ley y ganar tiempo para tomar una decisión final sobre su candidato. Apuestan al cansancio y falta de firmeza política de Leonel para imponerle un acuerdo, saben que una Ley de Partidos no saca definitivamente de juego a Danilo, ni tampoco unas primarias cerrada, pues quedaría el tema del actual padrón del partido que este controla, y de tener que hacerse otro, lo haría a su medida con los recursos y firmeza que no tiene Leonel.

Con esos cálculos entretienen el país y a una oposición que, en sus flancos de centro como de izquierda, exagera el papel que pueda tener una Ley de Partidos en las próximas elecciones. En tal sentido, lo fundamental para la oposición es diseñar una propuesta unitaria que contenga las demandas más sentidas de la población identificadas en las recientes mediciones que evidencian el profundo desgaste del gobierno y su partido. Convencer la población de que es posible derrotar el continuismo de la corrupción e impunidad, la degradación política, social y del sistema productivo, mediante acciones de masas y con una propuesta programática no solamente sólida y viable sino en que la misma se consigne las personas que la realizarían, con su nombre y apellido, en caso de que resultaren electas.

El PLD no solamente no para mientes para imponer su avasalladora arrogancia con la que prohíja la corrupción e impunidad, sino que ha demostrado una larga experiencia de llegar a acuerdos entre sus facciones en casos extremos, por lo cual la oposición no puede gastar su tiempo esperando una eventual ruptura entre las facciones en pugna, todo su esfuerzo debe concentrarlo en la elaboración y articulación de ideas, colectivos, partidos y personas en su proyecto de cambio de la sociedad, al tiempo de desplegar diversas iniciativa de acciones de masas a nivel nacional, con firme determinación sin hacer concesiones al gallocoquismo de algunos.

El PLD es desafiante e intolerante, lo dicen las experiencias de sus gobiernos, como en el fondo también lo son muchos, no todos, de quienes sin ser de ese partido gravitan alrededor del mismo. Una actitud como esa no se quiebra sin inteligencia política y sin una firme vocación unitaria, con tolerancia a la diversidad, claro que con sus límites, como lo que enseñan los grandes procesos de transición de gobiernos esencialmente autoritarios hacia la instauración de una forma de política que regenere esta sociedad.