El siglo XX inicio con la esperanza construir un mundo diferente del que había vivido la humanidad en los siglo anteriores.
El desarrollo de las ciencias, el crecimiento de la riqueza social debido a los comienzos de la revolución industrial en los principales países de Europa y en la gran nación que estaba en proceso de gestación en Norte América, crearon la ilusión de que el mito del progreso funcionaba en la realidad.
Se llegó a creer que todos estos nuevos procesos entrelazados y combinados crearían el milagro de producir que la historia desde ese momento avanzara en un sentido positivo, dirigida hacia un fin indeterminado que se presentaría como lo “mejor”. Desde ese nuevo punto de vista se abrazó la idea de que la humanidad dejaría detrás el fantasma de las grandes hambrunas y desaparecerían las grandes epidemias y que los conflictos entre los seres humanos se eliminarían por medio del dialogo, la mediación y la aplicación a la vida humana de los principios de la razón.
Kant fiel a su tiempo, la Ilustración, llegó pensar que la humanidad se dirigía a crear un tiempo en que imperaría una "Paz perpetua" entre las diversas naciones, y Rousseau vio que el hombre natural, el ser humano aún no corrompido por la civilización creadora de esclavos y opresores, se llegaría a imponer como el modelo de vida social igualitaria paradigmática.
Los pensadores de la Ilustración pecaron de una ingenuidad pueril.
Aún quienes se consideraban supuestamente, como conocedores profundos de la condición humana, los extremistas jacobinos que estimaban que el baño de sangre del Terror haría que surgiera un hombre nuevo liberado por el sacrificio de la sangre a través del uso sistemático del Terror como arma política transformadora, liberadora de las autenticas energías sanadoras de lo humano, que actuaría como el fuego moldea y libera con el ardor la rigidez de los metales, y se lograría desarraigar los condicionamientos heredados por el ser humano corrompido por la lujuria del poder, del sexo y del oro depravado que malograba la bondad natural de lo humano, según se revelaba en las costumbres enviciadas de los mayores ejemplares del "Ancien Regime".
Semejante bautizo de fuego, pensaban los Robespierre y los Saint-Just, haría surgir una nueva forma de ser humano liberado de toda impureza.
Sin embargo, todo lo que cultivaron los herederos de los principios establecidos desde el siglo XVIII en adelante, solo produjo el gran desengaño de que el ser humano pudiera por medio de la Revolución o las reformas acceder a crear en la Tierra la barruntada Utopía anunciada por las esperanzas que proyectaba la fe en el progreso, o como se conoció entre nosotros, la fe en el porvenir.
El siglo XX constituyó el remate de todos los idealismos. Este apareció signado por el desengaño que produjeron las masacres cada vez más bestiales del siglo más asesino y malvado de toda la historia occidental.
Esta actitud y semejante comportamiento nos proporcionan hoy la seguridad que los únicos pensadores que permanecieron cuerdos, lúcidos, fueron quizás muy pocos y están bien representados por un lado, por Voltaire que ridiculizo la ilusión de que existíamos en el mejor de los mundos posibles.
La gran burla del optimismo Ilustrado que fundamenta los orígenes de la modernidad la escribió y entregó el cínico filosofo francés en aquel breve monumento irónico que es el "Candido". Este ensayo aún permanece como la mayor refutación absoluta de todo tipo de optimismo histórico.
En un segundo momento, en el siglo siguiente aparece la figura de aquel que quizás fue el intelectual más clarividente del siglo XIX, Alexis Henri Charles de Clérel, vizconde de Tocqueville, que previó que después de abierta la vía de la revolución, perdidos los principios de orden transcendentes que postulaba un orden divino en la fundación de las sociedades humanas, "la revolución siempre volvería, siempre tornaría a hacerse presente”.
Tocqueville descubre que la historia tendrá desde la revolución francesa una repetición permanente, se produce la institucionalización de la revolución como cambio de la reglas sociales realizada de manera violenta y gratuita en cuanto a basarse en principio alguno.
El resto lo conocemos muy bien, cristalizó primero en las inacabables y cada vez mas perfecta industrialización del asesinato personal y de innumerables genocidios de pueblos y razas completas, conocidas en el límpido lenguaje de las fórmulas jurídicas como “limpieza étnica”, que degenera en la carnicería de gente inocente en nombre de la defensa de la justicia de un dios propio, único señor de cielo y tierra, que pide utilizar la más extrema violencia para tratar al monstruo genocida que por momentos se nombra como cruzados y en otros se conocen como islamitas, que signa la historia de nuestros días.
La única modernización real que conocemos hoy se conjuga en dos caras, de un lado, están los procesos en acto de adelantar y perfeccionar el sistema industrial de producir la muerte y a la vez destruir lo que resta de ello.
Y por otro lado, se trata de que ahora existe un nuevo elemento que se ha apoderado de la vida humana: la tecnificación del mundo. No es como muchos dicen que la técnica es un instrumento, eso era en la época de la artesanía.
Ahora todos nosotros estamos apresados en un sistema, en una estructuración rígida del mundo que no podemos dejar de lado, como podíamos dejar de lado la pluma, el papel o el martillo, en este momento somos los peones que manejan y son conducidos por este complejo sistema en que están relacionadas todas las cosas y personas. Ya nada puede ser independiente o libre, todos estamos ob-ligados a hacer las cosas de una manera o de otra, pero siempre según lo permite o prevé el sistema.
Además, quien sale del sistema no existe, no viene considerado como alguien, simplemente dejar de ser y el sistema lo niega porque no lo reconoce y simplemente lo transforma en una no-persona, en una cosa sin valor de cambio ni de uso. En una nada. Esta es, hasta ahora, la única consecuencia que queda de “la fe en el porvenir”.