La democracia es un sistema político y social que tiene muchos valores y posibilidades para propiciar el desarrollo ciudadano y de las naciones. Como cualquier sistema, tiene limitaciones propias que no pueden sorprender. Ningún sistema, sea social, político o económico, es perfecto.
El sistema democrático ha estado rezagado y amenazado en América Latina y el Caribe en la última década. Este rezago se evidencia en los múltiples problemas que presenta el sistema democrático en la mayoría de los países de la región. Estas dificultades no la dejan avanzar; la precarizan de tal manera que se vive una democracia recortada; por ello los ataques a la prensa que intenta ser libre y presentarle al pueblo la noticia veraz; la muerte de líderes comunitarios que luchan por la calidad de vida, la integridad de las instituciones y los derechos de sus comunidades como acontece en Colombia y en México; la represión abierta y la violación de los derechos en Nicaragua; y la emigraciones en masa de pobladores de Centro América, buscando una salida a sus problemas.
A lo anterior se añade la corrupción institucionalizada de Venezuela, República Dominicana, Haití, México y Brasil, que se distancia de los rasgos propios de la democracia, la debilitan y la convierten en un esqueleto que provoca desconfianza y repulsa, por su ineficacia para garantizar un ejercicio ciudadano y un desarrollo integrales. Es una vivencia que viola de manera constante los principios y los valores que constituyen este sistema.
Este ha vivido bajo la amenaza del fascismo; de los altos y bajos del populismo de Bolsonaro y de Donald Trump, dos gobernantes que se han atrincherado en las redes sociales para socavar los cimientos de la democracia, de la paz local y mundial.
Basta con revisar el comportamiento de Bolsonaro con la Amazonía; y de Trump con los inmigrantes, con los musulmanes y afrodescendientes. Las evidencias de un tratamiento antidemocrático y distante de lo humano son palpables y están registradas. Esta manera de liderar constituye una amenaza para la democracia en el ámbito global. Pero la democracia despierta; y esto se expresa en el desplazamiento de uno de los liderazgos más nocivos para la democratización y la dignidad de la Región.
El triunfo de Joe Biden y de Kamala Harris despeja el ambiente de tensión y de inseguridad democrática que se estaba elevando en la zona. Hemos de reconocer que Estados Unidos es un país con amplio poder en el mundo y su incidencia es notable en diversos órdenes de la vida de América Latina y del Caribe; así como en otros contextos de la esfera mundial.
Valoramos significativamente que la democracia de señales de revitalización y desempeñe el rol que le compete en el continente. Esto ha de aplicarse en la República Dominicana. Ojalá podamos celebrar en la vida cotidiana gestos concretos de resurgimiento de una democracia viva en cada espacio, en cada decisión.
El Partido que gobierna actualmente propone en su programa de gobierno un cambio en el modo de entender y de asumir la democracia y el desarrollo del país. Se espera que haya menos bloqueos en el interior del Partido para el fortalecimiento de la institucionalidad y de la democracia; esperamos también que haya menos deseos de más de lo mismo, para que las decisiones posibiliten la robustez de la democracia y el avance del país. Esto se ha de notar en menos guerra interna para erradicar el robo del erario público con cofrecito y barrilito, con aumento irracional de salario como el de Milton Morrison y con el aumento de precio de los alimentos sin el control de nadie.
Parecen pequeños detalles, pero forman parte de una red que obstaculiza una democracia sana por el impacto en la vida de los ciudadanos y en la institucionalidad. Es necesario que la democracia despierte totalmente y que su credibilidad e incidencia se extienda en la experiencia personal, institucional y social de América Latina y el Caribe.