La experiencia humana en la era de la globalización está cargada de imágenes. La experiencia visual es más importante que la simple creencia que tenemos de las cosas y el reflejo de su entorno. La imagen visual no es un simple componente de la vida cotidiana, sino que es la vida misma, en todo su esplendor y derrota.
Esta llamada globalización de la imagen no significa, sin embargo, que debemos conocer todo lo que vemos. Hay grabaciones o registros del hecho visual que automatizan la percepción (Ver Paul Virilio, “La máquina de la visión”, Paidós, 2003). Ver no significa creer. El acto de ver puede ser manipulado para hacernos creer un hecho o una experiencia específica o determinada.
Estas reflexiones sobre la experiencia icónica se conocen, modernamente, como “cultura visual”, la cual define “los acontecimientos visuales en los que el consumidor busca la información, el significado o placer conectados con tecnología visual”. Asimismo, esta cultura visual abarca desde la pintura al óleo hasta la televisión, la Internet, entre otros medios de comunicación de masas. La cultura visual, como acontecimiento de la postmodernidad, se puede definir, de acuerdo al análisis de Nicholas Mirzoeff, como la crisis provocada por la idea de modernidad, vinculada a la genealogía de la vida cotidiana, la cual implica al consumidor como al productor de imágenes.
La cultura visual puede abordarse desde diferentes puntos de vista: sociológico, histórico, antropológico y cultural, o desde una instancia que desborda el objetivo de estudio de las artes visuales. Los estímulos externos, permiten al espectador percibir o visualizar una mayor información sobre la imagen o el mundo fenoménico. De ahí que para Mirzoeff, los estudios de la cultura visual no dependen solamente de las imágenes en sí mismas, sino de las tendencias modernas plasmadas en imágenes, las cuales encarnan la existencia misma.
Con la aparición de la cultura visual se produce, según T. Michell, la denominada “teoría de la imagen”, la cual ha venido a aportar un avance a los estudios gráficos del mundo o la globalización de la cultura occidental, cuestionando con ello la preeminencia de lo gráfico sobre lo meramente visual, dándole así una mayor participación al espectador en el acto de percibir un objeto visual. Este modo de ver o percibir, puede ser alterado o manipulado por el productor de imágenes, generando un sentido de trampantojo en el espectador, es decir, una ilusión o engaño.
La dinámica de los estudios visuales depende de la vida cotidiana, pues los mismos están vinculados al ser, en permanente evolución y cambio. En la postmodernidad, lo virtual a puesto patas arriba el concepto de realidad, creando una crisis en la semántica visual, debido al uso abiertamente democrático de la Internet, la informática, la pantalla interactiva, la multimedia.
La era postmoderna está dominada principalmente por la imagen, la cual tiende a generalizarse con el descubrimiento y posterior desarrollo de nuevas realidades virtuales: la Internet, la televisión, el vídeo, el cine, lo cual han provocado una mediocridad en el uso de estos medios masivos de comunicación.
Estas nuevas tecnologías despiertan desconfianza en razón de sus efectos destructores no sólo sobre el ecosistema, sino también sobre el mismo ser humano en sus relaciones con el cuerpo, la experiencia sensible y los demás. Así, varios autores sostienen que Internet es un peligro para el vínculo social, en la medida en que, en el ciberespacio, los individuos se comunican continuamente, pero se ven cada vez menos. Enclaustrados por las nuevas tecnologías, se quedan en su casa como crisálidas insularizadas. Al mismo tiempo, mientras el cuerpo deja de ser el asidero real de la vida, se forma un universo descorporeizado, desrealizado: el de las pantallas y los contactos informáticos. El universo altotecnológico aparece así como una máquina de desocializar y desencarnar los placeres que destruye tanto el mundo sensible como las relaciones humanas tangibles.
A lo que hay que añadir las aprensiones derivadas de las posibilidades de vigilancia sin precedentes que ofrece la tecnología de las telecomunicaciones, como lo demuestran la multiplicación de las cámaras de videovigilancia en las ciudades y la cantidad incalculable de datos que obtienen los consumidores gracias a la red.
Las imágenes visuales tienen éxito o fracasan en la medida que podemos interpretarlas como expresión del signo visual. El signo visual, como representación icónica, es un acto individual de discurso, que proviene del sistema lingüístico, y que hace posible el acto de lectura de lo visual.
Longino vincula esta experiencia de percepción a lo sublime. Lo sublime es la experiencia placentera de lo doloroso o aterrador, al momento de producirse la percepción de un objeto visual. Para Kant, lo sublime es una experiencia que mezcla la satisfacción con el horror, dando origen a lo ético por encima de lo estético. De ahí que lo sublime como producto creativo de la cultura es un elemento fundamental, para lograr una mejor compresión, y mayor desarrollo de la experiencia visual.