La cultura es un espacio humano privilegiado donde se crean, se manifiestan y refuerzan las bases de la identidad, los valores democráticos, la participación ciudadana y la convivencia fundamentada en el encuentro pacífico, la tolerancia, el diálogo y la búsqueda en común de la plenitud de la vida.

Sin embargo, debemos señalar que vivimos en un mundo signado por la globalización. Esto permite un gran acercamiento y reconocimiento entre todos los seres humanos, pero facilita los choques entre convicciones históricas diferentes, relativiza el ejercicio de los valores propios y nivela las creencias y tradiciones de los pueblos.

Con esto se origina una profunda crisis de valores y de identidades, que puede conducir a choque ideológicos y conflictos muy destructivos.

La globalización está dominada por la expansión de los mercados. Estos vienen a constituirse en la principal instancia determinante para la toma de decisiones. Desde esta visión la racionalidad humana se confunde con la económica.

Se produce, frutos de ello, diversas degradaciones de las jerarquías tradicionales y de los diversos poderes históricos que deben, ahora, someterse al imperio de la plaza y de las finanzas, al “excremento del demonio”, como se consideraban en tiempos hoy remotos.

Rige, al límite, como criterio para determinar la realidad y la pertinencia de las cosas, la visión de que solo tiene importancia y valor lo que decide el libre juego de las fuerzas económicas.

Sin embargo, esta visión resulta lesiva a instancias e instituciones que no derivan su validez de los mercados, tales como son los Estados y sus instituciones, así como para las creencias y símbolos que presiden y orientan la vida de los pueblos.

Los mercados tomados por sí solos tienden a destruir, a disgregar los valores y los dioses de las comunidades en que operan, y su mecánica y su acción es agresiva, destructiva con todo aquello que lo que no le es afín.

Ya lo dijo Freud, el dinero y la especulación no forman parte de los sueños infantiles. Y podría agregar a esto, hablando de manera positiva, que lo constitutivo consustancial al humano es nuestra dimensión lúdica, lo gratuito, el arte y la cultura, considerados como modos de ser.

Igualmente, la lógica dominante de los mercados financieros que no descansan en ningún momento, se centra en desvalorizar certezas y convicciones enraizadas en aspectos que trascienden el ámbito de validez meramente utilitario en que actúan.

Todo cuanto no es cuantificable o traducible en términos de operatividad mercadológica tiende a perder prestigio y valor en la estimación social.

Ocurre, entonces, que las sociedades comienzan a perder sus códigos históricos, la memoria y sus referentes culturales; la vida se disocia de sus orígenes afectivos y humanos; se produce una escisión entre la vida fáctica, operativa, utilitaria, y la vida humana apetecida; se abre un abismo entre el universo de lo instrumental y el universo de los fines, de los valores y de las creaciones históricas. Las comunidades comienzan a vivir, entonces, en crisis permanente: toda forma de autoridad y organización viene cuestionada de raíz.

Esto produce un estado de desorientación general que se traduce en una vida social cada día más desestructurada, desencantada, desorientada, errática, ingobernable, basado únicamente en lo cuantificable, o solo traducible en términos de operatividad mercadológica.

Todo lo demás que ennoblece el ánimo humano tiende a perder prestigio y valor en la estimación social.

Para enfrentar esta situación de crisis total de valores, la cultura es el más preciado bien que poseen los seres humanos y los Estados nacionales para crear solidaridad, cohesión y bienestar mediante la ejecución de programas adecuados a producir un desarrollo humano integral con miras a crear condiciones para una vida plena, feliz, con sentido humano integral entre los ciudadanos.

La globalización y la intensificación de los intercambios de todo género, obliga a las naciones a reforzar y relanzar las características básicas de su identidad: conservar y valorar el patrimonio –es decir, la herencia de nuestros padres–, explorar al máximo las posibilidades creativas de sus gentes y a reavivar sus tradiciones, imágenes históricas y sus símbolos.

La cultura es la instancia que crea un mundo paralelo al que consideramos único cosmos tangible, crea el mundo de los sueños que dan profundidad y riqueza a la experiencia humana de la vida; sueños que se transforman por la magia de la creatividad en símbolos: en obras de artes que reavivan las tradiciones que unen las comunidades con sus orígenes ancestrales y crean oportunidades para elegir un destino para desplegarnos desde nuestro ser más recóndito.

El papel de la cultura hoy es diferente, mucho más rico, abarcador y fundamental que en otros tiempos.

Trasciende totalmente el papel puramente decorativo, espectacular y accesorio que a veces se le atribuye, al entenderla y relegarla para dulcificar los momentos de ocio y relajamiento vital.

La cultura también es espectáculo y vehículo para producir alegría, pero no es este el papel esencial que le compete jugar en la contemporaneidad.

En un tiempo de crisis de valores y de quiebra de los modos históricos de comprender y asumir la convivencia, la cultura es la argamasa que permite reunificar, brindar sentido y redirigir hacia fines últimos reconocidos por todos, a las multitudes atomizadas, que aparecen desde la barata y empobrecida visión predominante en la época donde reina el mercado como valor supremo.

Pertenece a la cultura el poder de producir perspectivas nuevas sobre el mundo, de concebir y reedificar la propia identidad y de crear nuevas posibilidades para transformar a las multitudes contemporáneas en comunidades dotadas de principios espirituales humanos propios.

Por otro lado, habría que resaltar el significativo aporte que realiza la creatividad y las industrias culturales o creativas–como en la actualidad se las denomina–, a la producción de símbolos culturales que expresen nuestra manera de concebir nuestro específico universo humano, y con ello estaríamos contribuyendo al bienestar económico colectivo ofreciendo al mundo un concreto aporte vital de nuestros modos de ser que, al mismo tiempo, que satisfacción existencial produce valor económico, bienestar y sentido humano fundamental al incrementar por esa vía la suma de nuestra productividad nacional anual, en suma, el famoso PIB..

Alrededor de la producción, comercialización y consumo de libros, periódicos, de artesanías, de productos audiovisuales, de la música, el teatro, la danza y de otros productos artísticos marcados por el deslumbrante colorido y la riqueza de formas del trópico antillano; la cultura dominicana engendra no solo nuevos símbolos para expresar el inagotable patrimonio espiritual de nuestro pueblo, sino que además es capaz de crear una cantidad impresionante de riqueza tangible, divisas y empleo creativo para nuestra gente.

Esta es una oportunidad que podría tomar cuerpo y cristalizar si nos enfocamos a realizar el proyecto específico que se ha presentado hoy en el país. Intentar con todo nuestro empeño insertar la creatividad cultural de nuestras ciudades en la Red de Ciudades Creativas que impulsa la UNESCO.

Estimo que con una adecuada planificación y selección de los productos de mayor calidad y la formación y creación de oportunidades para nuestros creadores y artistas, sobre todo para abrir campos de actuación a nuestros jóvenes, los valores patrimoniales de nuestra identidad pueden proyectarse al mundo mediante la definición y adopción de adecuadas políticas culturales de Estado que esbocen una estrategia coherente para fomentar la creación y distribución de nuestros productos culturales, y crear adecuados canales de comercialización nacional e internacional.

Con el lanzamiento de este proyecto se apuntaría a insertar en los programas de desarrollo cultural a una parte del Estado dominicano que hasta ahora no ha contado con la debida atención en lo relativo al desarrollo de sus fuerzas creativas, me refiero a los ayuntamientos, que son los organismos de bases de la gente, por que están poblados de manera primaria, por los dominicanos más desprotegidos del país, en la mayoría de los casos.

Estamos consciente, y por ello estamos dispuestos a colaborar con  nuestros mejores y mayores esfuerzos, dedicación y trabajo creativo, sobre la necesidad de laborar en pro del desarrollo de todas las áreas de la cultura de modo de que este trabajo nos permita trascender la cadena de exclusión en los ámbitos educativos, culturales y económicos de nuestros ciudadanos, sin perder de vista que cuando un pueblo prioriza asumir, valorizar y fomentar su cultura, contribuye a generar autoestima, dialogo, debate sustancial y a crear nuevas posibilidades de consensos.

Deseo recalcar un dato que estimo significativo.  La administración cultural dominicana desde 2013 hasta hoy ha trabajado en estrecha colaboración con el Banco Central de la República, en dar continuidad a la primera encuesta sobre:“El consumo cultural en República Dominicana y la cuenta satélite de cultura – Banco Central”

Los resultados que revelan esta encuesta son muy preliminares y están siendo ahondados en estos momentos, pero el primer aporte es de gran importancia para poder contar con un análisis numérico, objetivo, sobre la incidencia de las cuentas culturales a nuestro desarrollo.

La UNESCO garantiza que el papel de la cultura esté presente en la consecución de la mayoría de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) –los denominados objetivos del Milenio, que las naciones miembros del Sistema de la Naciones Unidas se ha comprometido a cumplir a más tardar en 2030–, incluidos sobre todo aquellos que se centran en alcanzar para las poblaciones más vulnerables una educación de calidad, que las ciudades sean autosostenibles, que el medio ambiente venga cuidado, el crecimiento económico sea racional, las pautas de consumo y producción, sostenibles y que las sociedades se sustenten en prácticas inclusivas y pacíficas, que se edifique una genuina igualdad entre géneros, que la seguridad alimentaria de las grandes masas se garantice y que en el planeta estalle espléndida la paz.

En suma, luchar por alcanzar las metas de lo que podríamos denominar la última posible utopía que propone esta civilización nuestra, que hace aguas, por todas partes, como un buque ya muy averiado y desvencijado.

La posible red local de ciudades y pueblos dominicanos que hicieran el esfuerzo de adherir a este proyecto, encontrarían la garantia, la visión y la aplicación de los lineamientos de la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO, en pro del bienestar y el desarrollo de sus respectivos territorios y pobladores

Traigo a nuestra memoria –para concluir y hablar como desde un sueño–, tres expresiones que estimo podrían actúar como un brillante mensaje constitutivo de una posible praxis, que nos ilumine sobre qué deberíamos priorizar y cómo deberíamos actuar para favorecer las posibilidades de edificar un presente rico de posibilidades creativas autosustentables, para nuestra gente, desde el ámbito cultural.

Mi propuesta consiste en integrar tres fragmentos que cito a continuación, en un solo texto, que debería ser pensado desde su formulación sencilla y directa.

Estas breves indicaciones, las proyecto como destellos irisados por la música, como tres variaciones musicales continuadas en que resuena un único y mismo tema. En ellos descubro la revelación de una unión indisoluble de cultura y concordia.

Las presento en unidad con la esperanza de que quizás pudieran donarnos una clave para aclarar nuestro oscuro e inconsistente firmamento ideológico.

La primera expresión proviene del principio ético que rige la UNESCO e indica hacía un método para edificar la paz por la vía de la cultura. El principio reza así:

Puesto que las guerras y la violencia nacen en las mentes de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz.

Si queremos edificar una sociedad en que reine la concordia, la paz, el acuerdo de las partes en juego en toda situación humana, deberíamos proponernos educar para formar ciudadanos culturales, que es la forma más desarrollada de la ciudadanía que podemos concebir al día de hoy.

El siguiente aviso para navegantes es particularmente nuestro, pero es universal. Proviene de la voz de un gran maestro dominicano del siglo XX, un hombre de vasta cultura, de gran humanidad, pacífico, sabio, pero sobre todo un hombre creador, en sentido totalmente renacentista. He aquí lo que nos dice:

No es ciudadano el que ignora cuáles son sus deberes y cuáles son sus derechos (…). No puede haber paz donde no hay consciencia cívica y no hay consciencia cívica donde no hay cultura. Juan Bosch.

El tercero, por necesidad de establecer un orden pero no por ello menos relevante que los anteriores, es palabra de poeta, la palabra reluciente en versos magníficos de Pedro Mir.

Desde el describir y oponerse en el poema y en la sensibilidad, a las tantas hecatombes históricas que hemos batallado como pueblo en busca de su propio destino, al final del texto, el bardo vuelve la mirada serenada a la vida concreta y descubre, entonces directamente, como debería ser vivido el ser, para llegar a eclosionar de manera plena, auténtica, feliz, como una existencia concreta que no puede concebirse sino desde la dirección del amor y la paz.

Después no quiero más que paz.
Un nido
de constructiva paz en cada palma.
Y quizás a propósito del alma
el enjambre de besos
y el olvido
.

Estos signos podrían –postulo si los reflexionamos a fondo y en conjunto–, donarnos la posibilidad de establecer variante y direcciones para renacer con sentido propio, desde lo fundamental de nuestro ser como pueblo nuevo, joven, vigoroso de energías creadoras, limpio e inocente, que aún, –quizás, dispongamos de ocasión– para construir nuestro autentico destino histórico.