Mientras los académicos y científicos tratan de hacer de lo imposible, posible. En Dominicana, los actores políticos hacen de lo posible, imposible; con la enormidad de que lo posible, que es su “realidad”, no es más que el mero juego de sus intereses individuales, partidarios y corporativos. La visión de un determinado hecho o fenómeno de la realidad social-política termina en su egolatría de intereses, que no es otra que el atavismo de la miopía y ceguera de su correa circular.
La decencia y la naturaleza intrínseca de la democracia no existen para ellos. Han construido una defensa psicológica-colectiva con lo que tratan de sofocar lo que alguna vez fue un dilema ético, propiciando un desmoronamiento de toda confianza, de toda certeza, que “tratan” de igualarnos. Es así como madejan el eslabón sin límites “para nada, algo es algo”, “mejor es eso que nada”.
Los sectores dominantes de los últimos 20 años se han encargado de sobredimensionar el individualismo por encima del colectivismo; la “certidumbre” por la incertidumbre, que significa crear, innovar y salir de la “zona” de confort aunque esta signifique nadar en el lodo, en el fango y la putrefacción. Por eso no vemos ninguna transformación estructural, fundamental en la sociedad.
En la hegemonía cultural, como espacio de la “coacción” persuasiva, han derivado toda una plataforma mediática, que pone al que quiere algo, merced a la ley, en todo lo contrario. Es así, que el Gobierno después que ganó hizo creer al resto de la sociedad, que una multiplicidad de actores no quería la Reforma Fiscal Integral, como está contemplado en la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo (1.12). Es el Poder Ejecutivo que no quiere la Reforma Fiscal, por lo que ello implica: Los gastos y su calidad y la macrocefalia estatal. Juegan a una sordina retórica.
Lo mismo realizó con las dos plantas de Catalina. Señalaron que realizarían una licitación para “vender” acciones al sector privado. Nada más lejos de la verdad, pues saben que todo inversionista privado requiere una evaluación exhaustiva de la realidad de las referidas plantas; su costo inicial de licitación, las inversiones realizadas y los sobrecostos en que pueden terminar. Dicho de otra manera, el Gobierno tendría que dejar la OPACIDAD que caracteriza el ejercicio de esa monstruosidad. Ellos se autoalimentan y metamorfosean en una “regeneración” teratogénica. ¡Dos plantas que debieron costar U$900 millones de dólares y que probablemente terminen en alrededor de UR$3,000 millones de dólares! Muchos dirán, “algo es algo, ya están ahí”. Esas plantas son su diabólico endriago.
Lo mismo está aconteciendo con el Hospital Darío Contreras. Una licitación de RD$880 millones de pesos, al final terminó en RD$1,700 millones de pesos, esto es, 92% por encima, violando la Ley 340-06 (Ley de Compras y Contrataciones). La Dirección de Compras emitió la Resolución 91-15 en el mes de Octubre, tipificando las graves violaciones y los delitos en material civil y penal que confluían en el mismo. ¡La Procuradora tiene el expediente y la auditoría de la Cámara de Cuentas! ¡Pero, nada, no importa, el Hospital está ahí, remozado!
Es la cultura de la inercia, de la indiferencia, de la complicidad social, que se ha fraguado, configurado, para argumentar y “justificar” las más burdas y groseras violaciones legales y éticas-morales. Es como si “trataran de encerrarnos en una cárcel mental que aherrojan la libertad de criterio, de amordazarnos”. Los hacedores de opinión “la legitiman” en que ya lo tenemos. La OISOE, es un dibujo que cuadra de manera perfecta en este drama social que nos envilece: Toda una estructura mafiosa con fuertes ramificaciones en otras instancias estatales. Tres presos. ¡Bueno, ya, hay 3 presos! Es lo que expresó Hipólito Mejía con la selección de Henry Mejía, que nunca debió suceder “Sobre mi pariente, Henry Mejía, tuvo un problema, pero bueno, ya está nombrado y esas son las funciones del Senado”.
Esa cultura de “algo es algo, peor es nada” se ha venido internalizado en el corpus social dominicano, con la frase “Después del palo dado, ni Dios lo quita”. Una internalización descarnada, atroz, que acusa en el tejido social, lo que al cuerpo humano serían: la artrosis degenerativa, la artritis y el reumatismo, combinada con diabetes.
Es la más temida faceta del Síndrome del Titanic, orquestada con la cultura de “algo es algo, peor es nada”, como si no pudiéramos aspirar a lo mejor, a lo correcto, a lo eficiente, a la eficacia y a la calidad, con su dosis de decencia. El Síndrome del Titanic, significa “Ese comportamiento que cierra los ojos a la catástrofe que se avecina, como el iceberg que amenazaba al imponente barco de lujo, mientras atendemos detalles prescindibles como la orquesta que, con librea verde, sigue interpretando música hasta que el agua les llega al cuello. Es el síndrome de quienes se preocupan de que no desafinen los violines, cuando el barco hace agua, en vez de tomar el timón y corregir el rumbo”.
Nos lanzamos constantemente a una contagiosa euforia en medio de una taumatúrgica realidad, que nos desvirga la virginidad, sin sublimación, sin encanto, sin espacio de la mirada agigantada por el episodio del amor, sin el resonar de los pulsos y los respiros, en el único egoísmo positivo. Nos devoran con su plataforma, con sus agendas en secreto, con sus prioridades que no guardan sintonía con la sociedad.
Solo el peso gravitante de la realidad, no la virtualidad transformada en ella, nos retrata en estos días lo que somos: Un pueblo cargado de pobreza, de exclusión, de marginación, de discriminación, de falta de salud, de falta de vivienda; carentes de las más elementales condiciones de la dignidad. Las lluvias visibilizan y ponen en evidencia el enorme Titanic que interponen los actores políticos a través de las pantallas de sus realizaciones.
Cobra más cuerpo el gigante del Titanic, con el Informe de La OCDE “Mejores servicios para un crecimiento inclusivo” realizado para el MAP, donde nos habla de la desigualdad y la pobreza en República Dominicana, las duplicidades de instituciones del Estado y los conflictos de competencias. Tenemos la misma pobreza del año 2000 y nos esbozan que tenemos 3 millones en la pobreza. La cultura de “algo es algo, peor es nada”, es que somos la economía que más crece y hemos pontificado el PIB como la panacea del bienestar y la calidad de vida, cuando sabemos que el crecimiento es necesario, empero, no suficiente. Desacralizarlo es interrogarnos qué sectores crecen y cómo se redistribuye esa riqueza.
La cultura del “algo es algo, peor es nada” es pérfida, degradante, se encuentra internalizada en una amplia franja de la población dominicana, pero no es omnipotente y en consecuencia, no se constituye en un colador indemne. La ruptura, comienza por cartografiar y desdibujar al mismo tiempo ese “arte de lo posible”, que esconde la trapisonda de una elite política adocenada en el juego trepidante del poder. Desmitificar la cultura de esa falta de energía es no permitirnos encallarnos en ese pozo que no genera historia verdadera.