En estos breves ensayos vengo intentando postular la posibilidad de fundamentar un discurso sobre el sentido del Humanismo en una época nihilista.

Se asume como punto de partida el acontecimiento histórico traducido en la poderosa metáfora de la Muerte de Dios y me apropio del nihilismo radical que de ello se derivaría para sustentar un discurso teorético basado solo en principios relativos.

Patinando a la luz de la luna, de Ronald Lampitt

Que los principios sean relativos, me parece que este camino del pensamiento no invalida el resultado que de esta argumentación se deriva.

Queda de alguna manera la posibilidad de levantar una construcción conceptual interpretativa que tenga validez apodíctica en términos de una actualidad, entendida como perspectiva histórica, es decir, sustentada en los principios válidos en el horizonte de una época y un espacialidad que le sirve de marco espacial, vigentes en un ámbito restringido, restringidos entro ciertos limites, enmarcados entro ciertas circunstancias, definidas según determinados parámetros de sentidos que constituyen un contexto u horizonte de sentido coyuntural, pero no,  universalmente considerados desde una posible totalidad de sentido.

Se concibe al humano como creador de sentido y se sustenta esta visión en la emocionalidad de los estados de ánimo, que constituye su condición constitutiva considerado como acontecimiento ec-sistente. Solo desde esta perspectiva el autor concibe la posibilidad de articular un discurso sobre el humanismo en nuestro tiempo, que intente situar un nuevo lugar para el hombre en el nuestro mundo y época.

Desde esta hipótesis, los valores o las indicaciones de sentido consideradas como originadas desde el componente del estado de ánimo, que estarían posiblemente a la raíz de la vida emocional humana, paso a paso generarían imágenes, signos y sonidos dotados de significación a partir de indicar un aquí-ahora, un ahí, que se caracterizaría desde la señal como primera determinación de lo exterior a sí, de lo otro, del medio ambiente, y sustituye tendencialmente la cerrazón y oscuridad de los instintos en la vital función de orientador del comportamiento en relación con las prácticas de supervivencia.(1)

Estas imágenes y señales vendrían a asumir el papel de motivaciones primarias y a sostener las ventajas evolutivas de que goza la especie humana, que la de crear y erigir la especialización del humano como ser eminentemente cultural.

Still Life, de Issac Grünevald.

Resultaría, entonces, que el problema capital que se pone la metafísica moderna, ¿Por qué es en general el ente y no más bien la nada?, nace –y esta sería la tesis que postulo en la presente reflexión–, desde la dimensión bioantropológica y existencial de la emotividad, que se constituye como la posibilidad original y primaria del ser humano, que le permite reconocerse a sí mismo y relacionarse constitutivamente con lo otro, es decir, trazar puentes, crear relaciones, llegar a pensar.

Esta condición sería la que abriría la posibilidad de que haya mundo, y consecuentemente se revele la co-pertenencia del ec-sistente y su mundo, establecida desde la experiencia ineludible de su ser-en-el-mundo, que despliega a partir de nuestro a priori estado de yecto, de seres arrojados en un estado caracterizado por una situación inmanente que no tenemos la capacidad de trascender en su totalidad.

Desde tal base emocional nos llegaría la capacidad de comunicar, esto es, de atribuir sentido simbólico para caracterizar esta correlación en un modo de decir y hacer específico, histórico, desde un modo de habitar en el mundo, habitar en el mundo que constituimos a través de la red de significaciones o relaciones, que pueden establecerse desde el propio estado de yecto, que depende de la ob-ligación de asumir y transformar el ser arrojado al mundo para proceder a edificar su propio mundo.

Desde la posibilidad postulada de un espacio originario de no-sentido en la naturaleza con el despliegue del ec-sistente vendría a establecerse un modo de acontecer histórico de habitar en un mundo edificado por el sentido que derivaría de la eclosión del ec-sistente desde la modulación de la emotividad que crea sentido desde la actitud que asume ante la posibilidad del dolor/muerte.

Giorgio Colli, respecto a este asunto, señala algo que estimo esencial que adoptemos y reflexionemos. El texto es del año 1948, fue publicado póstumo. Su título es: La natura ama nascondersi (La naturaleza ama ocultarse) (2): La racionalidad moderna apunta a cancelar y ocultar la raíz dionisíaca del thymós (3) como rizoma en que se conjugan la dimensión de lo racional y de lo emocional, que se relacionan y se exaltan mutuamente en la interioridad humana, desde la urgencia de éste interrogar y responder con vistas a vencer o a dejarse arrastrar hacía la muerte. [Tradución LOBF].

Por otro lado, habría que tener presente que en el preguntar filosófico que se organiza a partir del cuestionamiento sobre el ser del ente, se despliega en la actualización de éste cuestionar la problemática inseparable del modo de ser de quién se plantea dicho cuestionarse y abre la interrogante de cuál podría ser la estructura portante que lo lleva a plantearse este inquirir, que es ineludiblemente histórico.

Pelicanos, de Ragnar Sandberg

En el preguntar filosófico está contenido el problema metodológico y las bases ontológicas del «ser que en su ser le va su ser», del ser humano. Es decir, que el problema que cuestiona sobre el ser del ente comporta igualmente, de manera indisoluble la cuestión sobre el modo de ser de quien se cuestiona y de que forma se apropia de este cuestionar, lo presenta, lo re-presenta y analiza su estructura.

En toda reflexión filosófica el pensamiento que actúa a través de quien interroga, produce, por así decir, un salto que reversa la problemática del ente sobre la necesidad de plantear y solucionar una hermenéutica sobre el sentido y la proyección del ser que interroga.

Este salto que se proyecta siempre en el preguntar filosófico debe analizar el modo en que se relaciona el acontecer de quien reflexiona. Sin embargo, hay que tener presente que no es posible postular la ec-sistencia como algo aislado, o volver a la visión infantil de que hay un objeto y un sujeto separados, porque en realidad no se manifiestan jamás como tales, en una separación, sino que habría que describir el sentido de los modos de relación y las modalidades de su sentido.

Tendríamos que concentrarnos en pensar la copertenencia del ente y el ser que actualiza el pensamiento y en éste aprehende el ser. El ser humano es el ser que en su ser le va el ser, como indica Heidegger en 1927.

Tenemos que permanecer, esta sería una primera posible conclusión, en el orden de ideas que ya postulaba en 1804, en su Antropología filosófica, el sabio anciano de Koenigsberg, Immanuel Kant, cuando concluía que el tema fundamental del filosofar es determinar o corresponder a la pregunta: ¿Qué es el hombre?

Concluyó al decir que por las razones expuestas creo que debería de quedar claro en el lector que el concepto de qué sea la humanidad y en qué consista el humanismo es actualmente uno de los problemas filosóficos más indeterminados y contradictorios; de aquí la necesidad de desconstruir las interpretaciones que ha habido en la historia, y desde este análisis proceder cautamente a delinear, al menos en lo que concierne a sus aspectos esenciales, los contextos histórico, filosófico y cultural en los que tales interpretaciones han surgido. 

Notas

 

  1. Para un análisis detallado de la función de la señal en relación con el problema de la mundaneidad y del descubrimiento de la circunstancialidad del mundo, cfr, § (párrafo) 15 a 18, Ser y Tiempo, 1927.Traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera, Edición electrónica de www.philosophia.cl / Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
  2. Giorgio Colli, La natura ama nascondersi (La naturaleza ama ocultarse), editado por Enrico Colli, Milano, Adelphi, 1988. Premessa, La Grecia dei filosofi, II. La época suprema, pp. 21-33].

  3. Thymós: Los griegos consideraban que tenemos dos tipos distintos de alma: psyché y thymós y por lo tanto un destino dual. Por una parte, thymós es –según R.B. Onians: «cálida, emocional y vigorosa», mientras que psyché es más fría, profunda e impersonal. La primera tiene un carácter claramente social, en la medida que se muestra y se valida ante la comunidad, la segunda tiene algo de percepción personal y subjetiva y tiene tendencia a transportarnos más allá del mundo físico.